Boletín núm. 2 - 16 de febrero de 2021
El lunes 15 de febrero tuvo lugar la reunión de nuestro
grupo de Cristianos de Base de Gijón. Fue una reunión
telemática por las restricciones que la pandemia nos
impone. No todos los miembros del grupo pudieron es-
tablecer la necesaria conexión, y además están aquellos
que no disponen de medios informáticos para hacerlo. Es
-
te boletín pretende cubrir esa deficiencia de intercomu-
nicación entre los miembros del grupo.
Se empezó intercambiando los saludos normales entre
personas que llevaban casi un año sin verse. Se comunico
que las dos personas de nuestro colectivo, que estuvieron
ingresadas por el corona-virus, superaron el trance y ya
han sido dadas de alta. También se dieron noticias sobre
Ángela
se pasó a debatir o intercambiar ideas sobre el tema de la
pandemia y los problemas que genera.
REDES CRISTIANAS prevée un segundo encuentro tele-
mático para el sábado 13 de marzo. Tendrá una duración
máxima de dos horas, entre las 11 y las 13 horas. El tema
elegido es la emigración. Tendrá la estructura siguiente:
1) Ponencia de 30 minutos
2) Diálogo con el ponente en el que se anima a la participa
-
pación sobre la emigración de miembros de los distintos
colectivos de Redes Cristianas.
Para la ponencia se eligió al juez de Las Palmas, experto y
muy comprometido en el tema, Arcadio Díaz Tejera (hay
varios vídeos de sus intervenciones y entrevistas en
Internet). En su momento se enviará el enlace de ZOOM
y se pedirá número estimado de asistentes.
Como indica el cartel, los asistentes al encuentro se inscri-
birán a través del representante de los colectivos de la
región. En nuestro caso de Asturias, al correo electrónico:
fcastano@telecable.es
Ángela y Eduard que en su día participaron en nuestro grupo y actualmente residen en Bélgica; parece ser que estado de
salud de Eduard es delicado.
Se pasó a debatir o intercambiar ideas sobre el tema de la pandemia y los problemas que genera. Sobre ese asunto se había
enviado previamente a los miembros del grupo dos artículos que se reproducen en este boletín para los que no tienen
conexión a Internet. Sobre las causas que pudieron haber facilitado la difusión del virús en nuestro país hubo algunas
discrepancias, desde la opinón que los recortes que se hicieron en la sanidad durante largos años nos dejó desprotegidos,
hasta la opinión que atribuye más incidencia al hecho de que muchos aspectos relacionados con esa epidemia eran
desconocidos, y su evolución imprevista.
Otro aspecto de la cuestión que se analizó fue la incapacidad del sistema para garantizar la aplicación de soluciones de
manera igualitaria: una sanidad privada es accesible sólo a quien pueda pagársela, y los países subdesarrollados tienen
difícil acceso a los medicamentos que son un negocio de laboratorios privados que persiguen fines de lucro. Se puso de
manifiesto que sin la aplicación global de los recursos contra la pandemia, ésta no podrá ser vencida.
Hubo interesantes intervenciones describiento experiencias concretas se aplican en algunos lugares, incluso en nuestra
ciudad, de organizaciones vecinales de colaboración mutua y ayuda a quien tiene necesidad de ella. Se vieron experiencias
también, positivas y negativas, de la actuación de los grupos de Cáritas. Algunas personas de nuestro grupo pertgenecen al
voluntariado de esa organización eclesial y conocen su funcionamiento.
También se vio la incidencia de la pandemia, observada en una parroquia, sobre el personal de mayor edad. Y la
problemática de la mucha gente que se quedó sin trabajo y depende de la ayuda estatal (ERTES) que no acaban de recibir.
Otras intervenciones destacaron los efectos de la pandemia sobre la salud mental de muchas personas, tanto mayores de
edad como jóvenes, incluso estudiantes de segundo grado. Y sobre todo, el hecho de que no se vea el final de esta
situación, y esto llena de incertidumbre a todo tipo de personas.
Alguna nota de optimismo expresó la esperancia de que se generalice la aplicación de las vacunas.
A los participantes en la reŭnión toca decidir si este procedimiento es útilo y puede seguir siendo aplicado. Es una lástima
que no todos los miembros del grupo con posibilidaddes de hacerlo, se hayan conectado para participar. Si se estima
oportuno, podremos tener la próxima reunión en el primer lunes de marzo. Previamente se propondría el tema a tratar.
TIEMPO DE PANDEMIA UNA OCASIÓN PARA LA REFLEXIÓN
Vivimos en pena diaria, debido al sufrimiento de tanta gente que enferma o muere a causa de la COVID-19.
Son muchas las familias que sufrieron el desgarro de no poder estar cerca de ellos durante su enfermedad ni
a la hora de morir. Hay que añadir otras penas menores como no poder vivir como de costumbre las
relaciones familiares y de amistad que caldean nuestro corazón y estimulan nuestros sentimientos. Hemos
tomado conciencia de nuestra fragilidad, tanto individual como colectiva.
Vivimos profundamente preocupados. La pandemia nos ha convertido a todos en víctimas y verdugos:
cada persona con la que me encuentro puede ser mi víctima si la contagio o mi verdugo si me contagia, y
además sin saberlo.
Vivimos airados, recriminando a cuantos a nuestro juicio son responsables de la situación. Culpamos
a nuestros políticos, por no haber sabido valorar este problema ni haber acertado en las soluciones, por no
haber tratado bien, tanto antes como durante la pandemia, ni a la sanidad ni a los sanitarios, por no haber
invertido más en ciencia, por haber dejado irse a importantes empresas relacionadas con los insumos
sanitarios. Los culpamos de no habernos dado directrices claras y contundentes, sospechamos que por miedo
a sufrir castigo electoral o pérdida de las ayudas que reciben de los empresarios que los apoyan.
Culpamos a los negacionistas de la pandemia, debido a lo absurdo de sus afirmaciones y al desconcierto
que pueden producir. Culpamos a los irresponsables que no ponen mascarilla o no guardan la distancia
debida. Hemos visto imágenes cierta-mente escandalosas.
Culpamos al sistema educativo que no ha sabido enseñarnos a ser ciudadanos responsables. Creemos que
no ha sido bien educado quien piensa que su “yo” está por encima de todo y de todos, quien cree que el
objetivo fundamental de su vida es el disfrute sin más límites que los que él se imponga. Muchos desconocen
el valor que tiene lo que llamamos “el bien común” y lo que nos aporta la sociedad.
También culpamos a los dirigentes políticos de la UE y de la OMS que no han sabido estar a la altura del
problema pandémico. Hay que decirles que no ha sido correcto haber asumido el criterio de “sálvese quien
pueda”, siguiendo el sistema egoísta e insolidario en el que se basa nuestra civilización. Una situación como
esta no se puede solucionar de forma aislada, sino con cooperación, solidaridad y equidad.
Quizás estemos equivocados en algunos de nuestros juicios, pero ello podría ser consecuencia de la falta de
transparencia en la información sobre la situación y las decisiones que se tomaron. Hay quien piensa, con
razón, que es lamentable que no dispongamos de cifras fiables actualizadas de todos los fallecidos y en
especial que no podamos saber los sanitarios que murieron por atender a los enfermos.
Hay responsabilidades inmediatas, pero hay otras que vienen de atrás. Los recortes económicos que
sufrió la sanidad pública y la privatización de parte de sus servicios son importantes causas de su deterioro.
Tampoco fueron bien tratados nuestros científicos. Hemos tomado conciencia de la importancia de lo público y
pedimos que tenga siempre una atención prioritaria. No haber cuidado la Naturaleza también puede tener
mucho que ver con el origen de muchas enfermedades infecciosas y con su transmisión.
Creemos que hay responsabilidades institucionales, pero también individuales. Determinadas reuniones,
encuentros, fiestas, etc. han sido especialmente escandalosas. También hubo encuentros familiares in-
necesarios, se vio a mucha gente en terrazas de los bares sin la correspondiente mascarilla. No podemos
entender eso de salvar el Verano, luego la Navidad, la Semana Santa y de nuevo el Verano. Lo que había que
haber salvado es la vida de los que murieron.
Nos unimos a quienes dicen que es falso el dilema entre salud y economía. Si no logramos un determinado
nivel de salud, no se podrá reactivar la economía.
Somos incapaces de comprender algunas decisiones políticas que van en contra del sentir mayoritario de los
mismos políticos y de la mayoría de los epidemiólogos. Lo que resulta evidente es la desorientación que nos
producen a los ciudadanos decisiones tan dispares y a veces tan contradictorias.
Las residencias de ancianos deben ser objeto de una atención especial. Deben ser protegidas con nuevas
leyes y todas, pero sobre todo las privadas, deben estar siempre bajo la mira de inspectores que controlen al
detalle su funcionamiento. No pueden ser consideradas como si fueran un negocio más cuyo objetivo
fundamental sea la obtención del máximo beneficio a costa de lo que fuere.
Hemos de fijarnos de manera especial en aquellos sobre los que más duramente recaen las consecuencias
de los estragos sociales que está causando la COVID-19. La crisis económica ha conducido a que aumentase
el número de los empobrecidos, sin embargo, los muy ricos han recuperado ya las pérdidas ocasionadas por
la pandemia. Hay que reconocer que los ERTE han salvado a cientos de miles de personas de la pobreza y la
desesperación.
El Estado está obligado a atender especialmente a los más débiles, pero todos debemos ser solidarios en
estos momentos abriendo bien nuestros ojos y nuestro corazón para detectar las necesidades de quienes nos
rodean y colaborar cuanto nos sea posible con las instituciones que los ayudan.
Merecen una crítica severa quienes se han vacunado sin corresponderles. Es escandaloso que entre ellos
haya líderes políticos y religiosos. También hay que mostrar nuestro rechazo a quienes con actitud servil han
colaborado a que fuera posible este comportamiento tan inhumano. Hay que exigir también que lleguen lo
antes posible las vacunas a los países más pobres. Consideramos aberrante que en las ofertas turísticas
más exclusivas vaya incluida la vacunación contra el coronavirus.
Es de esperar que los recursos que llegarán de la UE sean bien administrados tanto a nivel estatal como
autonómico. Les exigimos también a los políticos diálogo y colaboración leal entre ellos. Estamos ante una
situación grave de emergencia nunca vista por nosotros. Todos debemos colaborar para lograr una pronta
solución. No hacerlo es imperdonable.
José María Álvarez (Pipo)
9 de febrero 2021.
LECCIONES DE LA PANDEMIA
La pandemia del COVID-19 que sufrimos desde hace casi un o, y que tan difícil resulta erradicar, ha venido a mostrarnos
lo vulnerable que es nuestra sociedad a pesar de los grandes avances técnicos y científicos de los que alardea. Pero, sobre
todo, ha puesto en evidencia, en el terreno de la ética o moral, las carencias y vergüenzas del sistema de valores sobre el que
la sociedad se asienta.
Con independencia de cuál haya sido el origen de la epidemia y sus formas de transmisión, conviene destacar que su
difusión no hubiese sido tan rápida y masiva si nos hubiese encontrado con un sistema sanitario más fortalecido y racional.
Vamos a ver que la falta o deficiencia de preparación tiene mucho que ver con el egoísta e insolidario carácter del sistema en
el que se basa nuestra civilización. En efecto, el sistema sanitario (al igual que el educativo, laboral y otros) había venido
sufriendo, y no sólo en nuestro país, durante más de una década recortes y privatizaciones que le privaban de eficacia frente
a emergencias como la que nos planteó la pandemia.
Es necesario aclarar que si en esos sistemas sociales, la sanidad entre ellos, sufrieron esa merma y degradación que les
privaba de eficacia es porque la tenían. Y si en estos países del área capitalista había unos servicios sociales fuertes es porque
se construyeron en su momento. Es necesario que veamos cuándo y porqué se fomentó ese tipo de sociedad a la que se llamó
Welfare State o «Sociedad del Bienestar», y que se define como propuesta política o modelo general del Estado y de la
organizacn social, según la cual el Estado provee servicios en cumplimiento de los derechos sociales a la totalidad de los
habitantes de un país. Si no tenemos en cuenta porqué se creó en el mundo desarrollado este tipo de sociedad y porqué se
procedió después a su demolición, no habremos entendido nada de lo que esocurriendo y de las
lecciones que nos aporta la actual pandemia.
La Sociedad del Bienestar se creó y fue desarrollada durante la Guerra Fría. Se trataba de desactivar el sujeto histórico de la
Revolución. Había un bloque socialista con regímenes comunistas que ponía énfasis en las conquistas sociales a favor de
toda la población igualitariamente. El capitalismo, para superar ese desafío debía convencer a la población, en
especial a las clases trabajadoras, de que no era necesario el socialismo para alcanzar esas altas metas de bienestar social. El
experimento dio resultado. Las clases bajas de la sociedad se dejaron engañar. El comunismo no se expandió y además
fraca en los lugares donde se había implantado ese tipo de regímenes. Tras la victoria del capitalismo ya no había
necesidad de mantener la farsa de la Sociedad del Bienestar. Desaparecel trabajo fijo para ser sustituido por precariedad
laboral y contratos basura. Vinieron los recortes en la sanidad, la enseñanza, la privatizacn de empresas públicasEl
capitalismo pudo permitirse el lujo de mostrar su verdadero rostro, su verdadera naturaleza, que se basa en el egoísmo, la
insolidaridad, la persecución de provecho privado en perjuicio del interés general, el elitismo, el dominio de clase, el sistema
de privilegios, la desigualdad social, el desprecio a losbiles…
En el caso concreto de la sanidad, que es lo que nos ocupa ahora, el desmantelamiento del sistema sanitario público se
concretó en la privatización de hospitales y la merma de los recursos de la sanidad pública, que implica merma de los
servicios que ésta puede proporcionar. Algunos de los servicios que aún presta la sanidad publica fueron y son
externalizados, es decir encargados o asignados a las entidades privadas cuyo crecimiento y difusión se fomenta. Esta
privatización de lo público significa que se deja la promoción y prevención de la salud en manos de quien no tiene como
prioridad básica la salud misma y el servicio a la sociedad sino el lucro, el provecho económico. Este sistema castiga a los
sectores sociales con menos recursos: en él sólo tendn una sanidad de calidad quienes puedan pagársela. Ni qué decir tiene
que la desigualdad es más acentuada si se considera la situación de los países subdesarrollados, lo que se conoce como
Tercer Mundo, donde ni siquiera en la época del Estado de Bienestar alcanzaron los beneficios que ésta otorgaba a las clases
humildes del mundo industrializado.
Otro factor que contribuyó a dejarnos indefensos a las epidemias que aparecen (antes fue el SIDA, el ébola, las diversas
mutaciones de la gripe…) es la naturaleza del sistema de investigación científica. Sabemos que en España siempre estuvo
muy abandonada la investigación, y los científicos españoles que tuvieron éxito tuvieron que materializarlo en del
extranjero. En todo caso, no cabe duda de que, en este terreno, como en otros muchos, se avanzó considerablemente y el
progreso es continuo. Pero también en este tema se perciben los nefastos efectos de la gestión privada sobre asuntos que
atañen al interés general, el control, por parte del capital privado, de los recursos y servicios necesarios para toda la
comunidad.
Y en esto llegó la Pandemia del COVID-19, que no entiende de clases sociales y tampoco de fronteras entre países. Ataca a
todos y es invencible si se le deja algún resquicio y ya vimos que el sistema económico-social imperante en el mundo, por su
naturaleza generadora de desigualdad, les deja amplio margen a las epidemias para perpetuarse y generar nuevas cepas. Por
su naturaleza generadora de elitismos y privilegios, nuestra sociedad no sabe armarse de una sanidad pública y eficaz. Y por
la misma razón tampoco sabe afrontar las consecuencias y darles solución. Estamos viendo el mercadeo que se traen con las
vacunas. La investigación y elaboración de éstas es asunto susceptible de monopolio por parte de universidades y
laboratorios privados, y el resultado es que los países ricos las adquieren antes y en mayor cantidad que los subdesarrollados,
y en cada país los ricos las acaparan antes que los pobres, y si hay que organizar su distribución, los privilegiados se saltan
en provecho propio todo tipo de plan organizado.
La pandemia ataca a todos de forma general y puede ser vencida sólo por la protección de todos de forma general. En esta
guerra no caben diferencias ni privilegios. Además, por las consecuencias de los confinamientos y restricciones que la
pandemia nos impone, se va a ver muy afectada, lo está siendo ya, la producción y la forma de vida que se basa en ellas. La
economía está sufriendo un duro golpe, y esto va a producir también convulsiones políticas.
Quizá sin que lo percibamos siquiera, estamos asistiendo a la muerte del mundo que conocimos hasta ahora, y no nos
estamos preparando para lo que viene. Sería una catástrofe que se pretendiese perpetuar el modelo de sociedad, egoísta e
insolidaria que hasta ahora persistió.
La lección de la pandemia es que el tipo de problemática que genera sólo puede ser afrontado desde un sistema social más
justo y humano. Con unos valores que antepongan la persona humana y sus intereses a los particulares de unos países sobre
otros y unas clases sobre otras, y bajo la gestión de entes estatales, comunitarios, que representen a todos por igual, y no
compañías anónimas que son el instrumento de los poderosos para mantener su dominio. El mundo que viene ha ser
igualitario o no será posible en absoluto.
Faustino Castaño
8 de febrero - 2021
La Renta Básica y los cristianos
El 25 de septiembre de 2020 comenzó la recogida de un millón de firmas en la Unión Europea, según una Iniciativa
Ciudadana Europea (ICE), para presentarlas en el Parlamento europeo, a fin de que se estudie la implantación en toda
Europa de una Renta Básica Universal e Incondicional (RBUeI).
Pero ¿es posible implantar esta RBUeI? Los Sindicatos y los Partidos políticos no lo creen así, tampoco los nosotros los
católicos lo tenemos muy claro. ¿Por qué?
La razón fundamental, a mi ver, de las reticencias y oposición de unos y otros, se basa en una de las constantes de la
doctrina de la Iglesia desde la época medieval y que ha sido admitida por nuestra sociedad. Es decir, en considerar al
trabajo como fuente única de la propia subsistencia, basándose en la maldición divina del Génesis 3, 17- 19: Comerás el
pan mediante el sudor de tu rostro” y en las palabras de S. Pablo en 2 Tesalonicenses 3, 10-12: “Quien no quiere trabajar,
tampoco coma… Rogamos por N.S. Jesucristo que, trabajando tranquilamente, coman su propio pan”. Si quieres vivir
debes trabajar, es la doctrina constante judeocristiana. Como se sabe, el Calvinismo posteriormente transformó la
maldición divina del trabajo en bendición y signo de predestinación. El éxito económico que se obtiene por la laboriosidad
es, para los evangélicos y especialmente para los calvinistas, una señal de elección y salvación. Esto lo demostró a Mas
Weber, en su obra: La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Ahora bien, ¿es esa la única tradición existente en la
Iglesia cristiana? No, pues existe otra tradición en el Cristianismo primitivo, que las diversas corrientes cristianas
olvidaron por razón de sus intereses económicos. Tradición que trato de rescatar en este artículo.
Jesús puso la Religión en los pobres
Según José M.ª Castillo (La laicidad del Evangelio. pp. 55 y 108), la revolución que trajo Jesús en su tiempo fue, no abolir la
Religión, sino cambiar su sentido. Si entonces el centro de la Religión estaba en el culto, en los sacrificios, en las
personas, cosas y tiempos sagrados, Jesús la puso en el servicio a los hermanos, en los pobres y marginados de la
sociedad. El Cristianismo es una religión laica, no sagrada. Y esto lo entendió y practicó la primitiva Comunidad de
Jerusalem, según nos lo cuenta Lucas en la descripción que nos hace de la vida comunitaria, en Hechos 2, 42-45 y 4, 32-35.
Allí aparece que su praxis era el servicio a los demás, que tenían comunidad de vida y de bienes (koinonia=comunismo),
que distribuían según la necesidad de cada uno (vv.44-45). Es cierto que Lucas señala también como rasgos de la primitiva
Comunidad cristiana: la visita o frecuencia al Templo “perseveraban unánimes en el templo” (2, 46), que “partían el pan en
las casas”, en memoria de la última Cena. Pero, lo principal es el “testimonio de la Resurrección del Señor” (2.33) y la
comunidad de bienes: “poseían todo en común” (koinonia) (2.32), por la venta de los bienes que tenían y cuyo precio total
recibido ponían a los pies de los Apóstoles, para que se distribuyera según la necesidad de cada uno: Porque entre ellos
no había ningún indigente, ya que los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el producto de la venta y lo
ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” (Hechos 4,34-35). Podemos
concluir que el relato revolucionario de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalém es que: los bienes son comunes, de
modo que cada miembro de la Comunidad debe recibir gratuitamente aquello que necesita para vivir. No era pues el trabajo
en la Comunidad primitiva de Jerusalem la fuente fundamental de la propia subsistencia. O expresado de otra forma: el
fruto del trabajo debe ponerse en común=en koinonia, para que todos puedan tener sus necesidades básicas cubiertas y
no haya indigentes. Al poseer los bienes en común, si se vendían, sus propietarios primitivos no podían reservarse
ninguna parte, como pretendieron hacer Ananías y Safira (Hechos 5).
El cristianismo primitivo fue el primer comunismo
Las comunidades paulinas, en cambio, no practicaron esta koinonia, la comunidad de bienes, sino que en base a la
tradición judía era el trabajo la primera fuente de subsistencia, según dijimos. No obstante, San Pablo predica y practica
como complemento el socorro o ayuda a los hermanos necesitados, haciendo y enviando a Jerusalem varias colectas
(Romanos 15, 26; 2 Corintios 8,3; Hechos 11, 29) y esta ha sido la práctica asumida por la tradición eclesiástica.
La práctica de los primeros cristianos se ha valorado de diversas formas, pero quien mejor lo ha hecho, a mi entender, ha
sido la escritora comunista Rosa Luxemburgo, según he escrito en otro lugar. Para ella, el cristianismo primitivo fue
revolucionario, por ser el primer comunismo, lo que fue motivo de convertirse en la religión del proletariado de los
primeros siglos. Pero fue, sin embargo, un comunismo de consumo, no de producción, como diría Marx, pero comunismo
al fin, expresado con el término griego koinonia..
Comunismo de consumo previo al de producción
La conclusión que me parece extraer de esta lectura bíblica es que nosotros, los cristianos del siglo XXI, debemos cambiar
la interpretación tradicional de “Comerás el pan mediante el sudor de tu rostro” por la de la primitiva Comunidad: los
bienes son comunes, es decir, debemos practicar ese comunismo de consumo del que habla Rosa Luxemburgo, lo que no
quita que posteriormente debamos trabajar y, si queremos, ir a ese comunismo de producción, en el que también los
bienes de producción sean comunes y, dentro de ese comunismo de producción, todos colaboremos según nuestras
capacidades para satisfacer nuestras necesidades y potencialidades.
RBU superadora del IMV
Pero se puede preguntar ¿de qué modo? Estimo que podría ser de dos formas: En primer lugar, los que nos llamamos
cristianos, particularmente de las CCP, firmando y trabajando por la implantación de una RBUel en Europa, según
decíamos al principio. Mientras tanto, en nuestro país podemos abogar por la implantación de una Renta Básica de
Emergencia o cuarentena, en vez del raquítico e inútil Ingreso Mínimo Vital aprobado por el gobierno.
En segundo lugar, podría corresponderle a la Iglesia jerárquica española. Que la Conferencia Episcopal Española (CEE)
recupere, al menos, la primitiva tradición paulina: del socorro o ayuda a los hermanos necesitados (Romanos 15, 26; 2
Corintios 8,3; Hechos 11, 29). Para ello, podría desprenderse de los bienes que posee y no necesita para el culto:
vendiendo o donando al Estado los “tesoros de las catedrales” (de Sevilla, de Toledo etc), de los Santuarios etc y con su
producto establecer un Ingreso Mínimo Vital Eclesiástico para todas las personas que acuden a Caritas.