primera persona en presenciar y transmitir la noticia de la resurrección. Ella es la gran figura del
cristianismo para Margarita Pintos. También, ha sido una de las más insultadas por la Iglesia. Asociada
erróneamente a la prostitución desde el siglo VI, la Magdalena es la prueba de que se puede transformar
‘‘una tradición de liderazgo en una de pecado’’ para volver a colocar a las mujeres en el lugar de
sometimiento, explica Silvia Martínez.
Junto a María Magdalena –y su misión evangelizadora en Oriente– desapareció el legado de otras mujeres
pioneras. ‘‘Entre el libro de los Hechos y las Cartas de San Pablo hay veintitantas mujeres con nombre
que lideran comunidades: Febe, Junia, el matrimonio de Prisca y Aquila…”, todas ellas, afirma Silvia, nos
muestran un modelo cristiano alternativo al dominado por el varón célibe.
Es a finales del siglo II, añade, cuando comienza a desaparecer la idea de una comunidad de iguales. La
propia mentalidad de la época y la necesidad de adaptarse a las estructuras de una sociedad patriarcal
provocan que, cuando las comunidades salen del ámbito doméstico, ‘‘aparezca la jerarquización y mas-
culinización de la Iglesia’’, concluye Pintos.
Hacia una Iglesia feminista
Si la Iglesia católica hubiese respetado la tradición de las mujeres, ‘‘habría ayudado a acabar con el
patriarcado’’, sostiene Margarita Pintos. Y sin duda, tendría posturas muy diferentes sobre anti-
concepción, aborto, relaciones sexuales y cuidados, temas en los que su experiencia es fundamental, pero
en los que no está siendo escuchada, añade Silvia Martínez.
El aborto es, sin duda, una de las mayores confrontaciones entre la Iglesia y el movimiento feminista. Para
estas teólogas, se trata ante todo de una decisión personal de las mujeres que no debe juzgarse. Es
necesario que exista un marco legal que lo regule para que no arriesguen su vida en clínicas clandestinas,
explica Martínez, aunque puntualiza: ‘‘Otra cosa es que tú, moralmente, estés de acuerdo con abortar o
no hacerlo’’. Margarita Pintos, por su parte, va más allá y crítica que la condena al aborto no tiene
fundamento en las palabras de Jesús: ‘‘Es una tradición eclesiástica y ni siquiera es antigua, aparece en el
siglo XIX’’. Afirma que está relacionada con las guerras y con la necesidad de mantener a la población
imponiendo a las mujeres que tengan hijos y advierte: ‘‘Dentro de poco va a pasar aquí’’. Actualmente, el
aborto está penado con la excomunión inmediata, la pena más grave que contempla el derecho canónico y
que sin embargo no afecta a otros delitos como el de abusos sexuales. ‘‘Si a un pederasta no se le
exco
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ulga y a una
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ujer que aborta sí, el derecho canónigo pierde todo su valor para
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í’’, afir
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a Pintos.
A pesar de esto, las feministas cristianas siguen considerándose Iglesia y eligen quedarse para cambiar las
cosas. ‘‘Queremos que se nos escuche. ¿Acaso la reflexión sobre Dios solo está en manos de los
hombres?’’, cuestiona Martínez. Mientras sea así, añade, las mujeres estarán sometidas, excluidas del
ámbito sagrado y relegadas a un espacio marginal.
La teología no es, sin embargo, su único campo de batalla. Más de medio millón de monjas unidas en la
Unión Internacional de Superioras Generales han denunciado los abusos sexuales y laborales que sufren
en la Iglesia. La iniciativa Voices of Faith, por su parte, está luchando para consolidar un 30% de puestos
de poder para las mujeres de la Iglesia católica en 2030. Y ya existen más de 100 mujeres sacerdotes y
hasta 10 mujeres obispo en todo el mundo. Forman parte de la Asociación de Mujeres Sacerdotes Católico
Romanas que, a pesar de haber sido excomulgadas, defienden la validez de su ministerio: las primeras
fueron ordenadas por un obispo – respetando la sucesión apostólica– en el río Danubio, territorio que no
pertenece a ninguna diócesis.
Nadie quiere tomar postura en el tema de las mujeres, sostiene Silvia Martínez, porque ‘‘afecta a toda la
estructura eclesial’’. En el momento en que cuestionas la lógica patriarcal de la institución, concuerda
Margarita, todo se viene abajo: la lectura de los textos, el oficio de la eucaristía, la moral cristiana e
incluso la misma idea de un Dios masculino. A partir de ahí, el trabajo de la teología feminista es construir
un nuevo modelo de Iglesia –sin jerarquías– que debe ser el de ‘‘la comunidad que se preocupa por los
demás’’.
El cristianismo feminista crece en la frontera, como una minoría que aún busca su propio espacio. Frente
a quienes afirman que la religión es incompatible con la igualdad y quienes rechazan cualquier cambio
que derribe sus privilegios, ellas se defienden: ‘‘Existen muchos puntos en común entre el cristianismo y el
feminismo’’. Entre otros, el lenguaje, las reivindicaciones y las formas de protesta. Margarita Pinto
propone una huelga para concienciar a las mujeres de que su lugar en la Iglesia católica está siendo
ocupado y deben luchar por él. La igualdad llegará cuando las cristianas sean feministas, afirma, porque
si la base cambia, no importa la jerarquía. Mientras tanto, a ellos les pide que las reconozcan como sujetos
teológicos, morales y religiosos capaces de tomar sus propias decisiones, aunque no parece albergar
muchas esperanzas. Hace tiempo que perdió su fe: ‘‘Lo tengo clarísimo: ni un minuto para ‘convertir’ a
un obispo’’. NEREA BALINOT