Espíritu sopla donde quiere (Jn 4,8). Impulsar tal sinodalidad es confiar en ese Espíritu.
El Papa, no lo duda cuando insiste en que el Sínodo “debe comenzar desde las
pequeñas comunidades, de las pequeñas parroquias… de la totalidad del Pueblo de
Dios”. Estos lugares serán aptos si viven los problemas de cada día en su entorno, si
están cerca y comparten las búsquedas, esperanzas de las personas y grupos más
necesitados con los que conviven, si su centro no es la parroquia y su culto, sino la
situación de quienes sufren, si su compromiso les lleva a unirse a sus luchas por la
justicia, la fraternidad, la igualdad.
Sin embargo todavía persisten reticencias autoritarias jerárquicas y clericales y posiciones
conservadoras recurrentes. Muchas de las llamadas comunidades cristianas e Iglesias
particulares están alejadas de la vida y se encierran temerosas en sus prácticas
devocionales. Por tanto se hace necesaria y urgente una espiritualidad de la audacia, de
la parresia, de la utopía, de la profecía, del diálogo donde todas las personas
aprendemos de todas, en especial de las más humildes, marginadas, desprotegidas.
Esto supone cambiar posturas eclesiásticas dominantes para poder escuchar al Espíritu
que se manifiesta en los signos de los tiempos, en la vida de las personas, mujeres y
hombres con sus problemas de cada día, en los conflictos y luchas liberadoras.
Ahí habla el Espíritu para quien sabe escucharle en su cualidad humana profunda, en su
relación con los demás, en el sufrimiento y también progresos y gozos, en el silencio
contemplativo solidario; pero no, ciertamente, en la imposición y sumisión; menos aún en
el alejamiento de los problemas de la gente o en quienes vuelven la vista cuando van por
su camino sin atender a tantas personas tiradas y abandonadas en las cunetas de la vida.
Por supuesto, no todo lo que se presenta como espiritualidad es tal. El sentido critico y
discernimiento son necesarios para no dejarse llevar por vientos cambiantes y navegar a
la deriva. La auténtica espiritualidad proviene del Espíritu que es libertad, relación y
compromiso ético y, en última instancia, amor. Para el cristiano su referencia básica es
Jesucristo quien la llevó a sus últimas y plenas consecuencias dando su vida por los
demás, para que todas y todos tengamos vida en abundancia (Jn 10,10).
A su vez, toda auténtica espiritualidad es sinodal, es decir, escucha otras experiencias
en un diálogo comunicativo; camina compartiendo sus sentimientos espirituales más
hondos y las luchas por sus aspiraciones a una vida digna en la justicia; conduce a una
relación profunda que lleva a descubrir la unidad humana, cósmica, holística donde está
el Espíritu que alienta la totalidad. Una espiritualidad sinodal es, por tanto, dialogante,
compartida, relacionada, donde nadie está por encima de nadie y la única autoridad es
servicio a los más humildes desde el evangelio liberador (Lc 4,18). No se aleja de la
realidad en espiritualismos desencarnados ni, desde pretendidas verdades absolutas, se
cierra al diálogo abierto y libre.
Siguiendo la línea y propuestas del Papa Francisco, este nuevo Sínodo puede y debe
ser un acontecimiento innovador para una Iglesia que se hace pueblo de Dios en los
pueblos de la tierra a fin de caminar juntos, sinodalmente, en la lucha por la justicia.
Porque, como lo afirmó ya el Sínodo de 1971 en su documento sobre “Justicia en el
mundo”: “La esperanza y el avance que animan profundamente al mundo, no son
extraños al dinamismo liberador del evangelio y al poder del Espíritu que ha resucitada
Cristo de la muerte… porque si el mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no
muestra su eficacia en la acción por la justicia en el mundo, muy difícilmente será creíble
por los hombres de nuestro tiempo”.
Será, en consecuencia, una Iglesia sinodal, porque camina, sufre, acompaña y lucha
guiada y alentada por el Espíritu liberador, que inspira tantas espiritualidades, para
lograr pueblos hermanos en una tierra cuidada donde a nadie le falte techo, trabajo y
pan dentro de la paz que brota de la dignidad humana y de la justicia.
Félix Placer Ugarte, teólogo.