
Es un hecho que, por causa de la pandemia y sus consecuencias, mucha (y hasta muchísima) gente se
siente incómoda e indignada por la sencilla razón de que la Navidad se ha ido al traste y no se puede
celebrar. La mismo viene ocurriendo en Semana Santa, en las fiestas patronales, etc. etc.
Otro hecho a tener en cuenta es que las fiestas mencionadas son fiestas religiosas. Pero el motivo que
indigna tanto a tanta gente, ¿es que no se puede celebrar el nacimiento de Jesús (en Navidad) o la pasión y
muerte de Jesucristo (en Semana Santa), etc.? Nada de eso. La mayoría de la gente se siente incómoda
porque no puede pasarlo bien (viajes, festejos, vacaciones…).
A
sí las cosas, lo pri
m
ero que se
m
e ocurre pensar es que la
R
eligión se está extinguiendo
.
P
oco a poco
–
y sin
que nos de
m
os cuenta
–
el “hecho religioso” se va quedando desplazado.
D
e forma que (sobre todo en los
países
m
ás industrializados) lo que interesa a una notable
m
ayoría de la población, si se habla de te
m
as
religiosos, es lo que hacen
m
al y son
m
otivo de escándalo determinados comportamientos de obispos,
sacerdotes, clérigos y hasta
m
onjas que, en sus conventos han abusado de personas inocentes.
Por supuesto, que nos enteramos de conductas ejemplares en casos concretos.
Pero lo que impregna el
tejido social no es ya la eje
m
plaridad de “lo religioso”
. Interesa la econo
m
ía, la política, la estética, el deporte,
deter
m
inados sectores de la cultura, etc.
E
n este
m
o
m
ento, un ho
m
bre eje
m
plar -y del que se habla
–
es el papa
F
rancisco, por su hu
m
anidad, su cercanía a la gente
… P
ero también es verdad que no faltan los que desean
que el papa
F
rancisco se jubile o se
m
uera. Insisto, la Religión como tal, cada día que pasa, interesa menos.
¿
Q
ué está ocurriendo en lo que se refiere a la
R
eligión?
A m
í
m
e parece que hay un hecho indiscutible: la
Religión se ha quedado atrasada y no responde a problemas muy fundamentales, que tienen la sociedad y
las personas, que buscan, pero no encuentran las soluciones que necesitan.
M
e explico.
T
engo la i
m
presión
–
y lo he pensado detenidamente
–
que la Teología y la Liturgia, que tiene y
mantiene nuestra Religión, siguen siendo, en no pocas de sus ideas, en su lenguaje y en sus rituales,
básicamente propias de la Edad Media. Lo que tiene como consecuencia que, con este pensamiento y con
estas celebraciones litúrgicas, la Religión no puede responder a preguntas muy fundamentales que
los ciudadanos del siglo XXI nos hacemos. Concretando:
1) La Cristología se elaboró en el primer milenio, no a partir del Evangelio, sino desde conceptos básicos
de la filosofía helenista (ousía = esencia), (hipóstasis = substancia), (prósopon = persona).
2) El tema de Dios se pensó que estaba resuelto con las “cinco vías” de Sto. Tomás, pero hoy eso no
resuelve el problema (J. A. Estrada).
3)
E
n cuanto a
la
L
iturgia
, el rito de la
m
isa (prescindiendo de algunas costu
m
bres particulares o
m
onásticas) puede decirse que apenas ha cambiado a partir del siglo XI (J. A. Jungmann). La
Eclesiología, en el papado de Bonifacio VIII y en los de Aviñón, la Teología no pasó de discutir la
potestad papal. Hay que esperar hasta el s. XIX, cuando la Escuela de Tubinga, especialmente J.
M
öhler,
e
m
pezó a elaborar un tratado sobre la Iglesia.
E
n el s.
XX
, el
V
aticano
II
no fue un concilio dogmático,
sino pastoral, como explicó Juan XXIII desde el discurso de apertura. Nos queda la esperanza de que el
papado de Francisco tenga sucesores que sigan el camino que él ha iniciado.
El sufrimiento indecible de la pandemia, que estamos soportando, quizá nos pueda abrir los ojos para ver
la realidad. Y la pura realidad es que “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar”
(Thomas Ruster). La sola ciencia y la tecnología nos están llevando al desconcierto y la inseguridad del
“cambio climático”, que puede destrozar el planeta en que vivimos.
Nos queda la esperanza que aporta el Evangelio, que no es una recopilación de milagros increíbles, ni
se enseña mediante catecismos y actos piadosos. El Evangelio es vida, que sólo se puede comunicar
mediante relatos, en los que lo determinante no es la “historicidad” del relato, sino la “significatividad” de
acontecimientos que superan y vencen el sufrimiento, la injusticia y la desigualdad. Si el centro de la vida
de la Iglesia no lo ocupa la Religión, sino que lo ocupa el Evangelio, el horizonte del futuro será una
fuente de luz y esperanza.