Nuestra reunión de febrero 2022
Para esta reunión, de nuevo tuvimos que recurrir a la comunicación telemática por la
persistencia de la problemática de la pandemia. Se habilitaron soluciones técnicas como la
instalación provisional de un ordenador en el domicilio de personas que no tienen acceso a
Internet. E, inesperadamente, pudo intervenir también un matrimonio (Angela y Edouard)
que residió varios años en nuestra ciudad y ahora vive en Lovaina la Nueva (Bélgica).
El tema a tratar era el capítulo 10 del libro EL EVANGELIO MARGINADO, de José
María Castillo, que trata sobre la Muerte de Jesús. La importancia de esa materia reside en
el hecho de que la valoración teológica que se hizo de esa cuestión generó distintas maneras
de concebir la religiosidad. Si se interpreta la muerte en cruz de Jesús como un sacrificio
expiatorio, para el perdón de los pecados del mundo, esto puede dar lugar a una regiosidad
basada en el culto, la liturgia, la oración… Pero el Evangelio nos muestra un Jesús de
Nazaret que no daba importancia a ese tipo de devoción, sino a una asunción vivencial de
su mensaje que convoca a una realización del Reino de Dios en el mundo. La contradicción
entre ambas formas de situar la muerte de Jesús en el ámbito religioso se explica, según el
libro mencionado, en que las primeras comunidades cristianas, creadas por el apóstol Pablo,
se formaron sin conocer el Evangelio, aún no escrito entonces, y al margen de él y de lo que
significa el seguimiento de Jesús.
Pero hubo otras consideraciones en las intervenciones del debate que tuvo lugar en nuestra
reunión, como la que cuestiona que la Muerte de Jesús pueda ser considerada como el acto
primordial de la misión del Mesías. La Resurrección es más transcendente a este respecto,
pues sin ella la muerte de Jesús hubiese podido pasar tan desapercibida como la de
cualquier otro ser humano. En el vivo debate que esto generó surgieron otras apreciaciones.
Según otras intervenciónes, Muerte y Resurrección de Jesús tienen sentido sólo en
conexión con el mensaje que vino a traer. La muerte de Jesús no es diferente de la de otras
peronas que fueron crucificadas o ejecutadas de otra manera, y la resurrección fue algo
percibido por unas pocas personas a las que se apareció. Lo que impactó a sus
contemporáneos y sigue interpelando hoy fue su enseñanza, su mensaje: amar al prójimo
como a uno mismo, perdonar la ofensas, servir y ayudar a quien lo necesite…
En definitiva, buscar el Reino de Dios y su justicia. El mundo va mal en la medida en que
no acaba de asumir y practicar esa enseñanza. Lo lamentable es que la(s) iglesia(s), los
cristianos, no sabemos transmitir, practicar con el ejemplo, ese mensaje. Se sustituyó la
vivencia de esa enseñanza por una religiosidad que toma forma de cumplimiento de
preceptos, de prácticas devocionales, de asistencia a actos litúrgicos…
Estas consideraciones vienen oportunamente precisamente cuando la Iglesia parece querer
afrontar esa problemática por el convocado Sínodo sobre la Sinodalidad. Nuestra reunión
también entró en consideraciones sobre ese proceso y lo que debe ser nuestra participación
en él. Ya tuvimos alguna reunión para tratar ese tema y lo seguiremos haciendo en la del
próximo mes de marzo. Surgieron, y se aclararon, algunas dudas sobre la fiabilidad del
cauce por el que cursarán, a nivel diocesano, las aportaciones que surjan en colectivos
como el nuestro y lo que se pueda hacer en las parroquias donde, al parecer, no se está
fomentando la participación de la feligresía.
Continuaremos, pues, volcados en el estudio de la problemática eclesial que el Sínodo
quiere acometer, y esperamos que en la próxima reunión, el lunes día 7 de marzo, lo
podamos hacer presencialmente.