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a de la Sinodalidad
Nuestra reunión de marzo tendrá lugar el lunes día 7, y volvemos a la modalidad
presencial, esperemos que definitivamente. La reunión será a las 18:00 h. y tendrá
lugar en los locales de La Cocina Económica. Retomamos el tema de la Sinodalidad,
que ya habíamos empezado a tratar en una de las reuniones anteriores.
La convocatoria de ese Sínodo para tratar precisamente la manera cómo debe
funcionar la Iglesia en tanto que comunidad organizada es de una gran importancia, pues
posiblemente en toda la historia de la institución no se había planteado una cuestión así,
con consulta a toda la membresía eclesial e incluso a la sociedad en general. Pero todo
puede quedar en nada si no hay participación del colectivo consultado, y parece que eso
es precisamente lo que está ocurriendo. Se está formando algún que otro grupo en
algunas parroquias para debatir la temática sinodal, los problemas de la institución
eclesial y su manera de funcionar. Pero esa es una respuesta insuficiente dada la
importacia del asunto. Cabe pensar, y temer, que la jerarquía eclesial en nuestro país no
simpatiza con las iniciativas reformistas del Papa Francisco, y este es sin duda el más
audaz de sus intentos reformistas.
Por eso, debemos sentirnos impulsados a participar poniendo de relieve todo lo que no
nos gusta en la actual organización de la Iglesia. Este proceso no se hubiese planteado si
no se hubiese llegado a una situación de crisis que hay que afrontar sí o sí. Ya estuvimos
viendo algunas de las cuestiones que requieren cambios urgentes. En nuestra reunión del
día 12 de enero empezamos a abodar la temática sinodal desde el texto de Carlos García
Andoin. Concretamenta vimos los cuatro primeros puntos de los doce de que consta ese
documento. Y conocemos otros textos, el de REDES CRISTIANAS, Y el abundante
material que sobre el tema se puede ver en la página web del Foro GASPAR GARCIA
LAVIANA, en la dirección de Internet: https://forogasparglaviana.es/sinodo.html
Toda esa documentación nos puede servir de base para considerar toda la problemática
que agobia a la institución eclesial; fueron casi dos milenios de deformación del mensaje
evangélico de Jesús de Nazaret y la manera de seguirlo, y es difícil incluso plantearse
por dónde empezar a acometer las reformas necesarias. Pero con independencia de la
documentación publicada sobre la temática de la Sinodalidad, seguro que cada uno de
nosotros tiene ideas propias acerca de lo que no le gusta en el funcionamiento de la
Iglesia. Es el momento de explicitar todas esas opiniones, incluso a título personal, pues
aunque la discusión tiene lugar, en principio, en el seno de grupos reducidos, la
normativa sinodal contempla también la posibilidad de aportaciones individuales. Las
que se presenten en el seno de nuestro colectivo pueden ser cursadas a través de los
cauces correspondientes.
Si procedemos con agilidad y explicitamos por escrito nuestras aportaciones quizá
podamos despachar el tema en esta próxima reunión del próximo 7 de marzo. En todo
caso parece que disponemos aún de algún tiempo antes de que se cierre la actual fase
sinodal de la participación de la base eclesial.
Boletín núm.
19 - 27
de febrero de 2022
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16 de febrero de 2022 - Benjamín Forcano.
Nada tan esclarecedor, estimulante y gratificante a la vez como el artículo del Fiscal
anticorrupción CARLOS JIMENEZ VILLAREJO, estampado en página entera en El
País (11-febrero-2022). Es un regalo para nuestra sociedad supermanipulada y
engañada, regalo que nos hace gritar interiormente: finalmente hay quien señala las
cosas como son, dice la verdad y abre el corazón a la esperanza.
Puede leerse todo el artículo, pero no deseo sino facilitar que resumido -breve, más
claro a poder ser- llegue a otros muchos.
Los Partidos políticos suelen ser corruptos porque conciertan y sustentan un sistema
económico y político que favorecen a los más poderosos, con normas que son
anticonstitucionales (Art. 128,2; 129,2), por no aportar recursos, soluciones esenciales e
intervenciones si es preciso contra las empresas cuando lo reclama el interés general.
Vige en España un capitalismo de hace más de dos siglos, que
ampara una democracia de clases, con un Derecho que mercadea
con los derechos fundamentales y ofende la dignidad y libertad de
los ciudadanos.
Todo esto hace patente la desnaturalización de los Partidos políticos
y de sus gobernantes, que funcionan al margen de una integridad
moral e incluso proporcionan apoyo a normas que van contra ella.
¿Para qué y a quiénes sirven los Partidos?
La Ética ha dejado de ser pública por encontrarse ausente de la
Política y de los que llevan sus riendas, no es conforme a justicia ni es transparente;
no está guiada por una moral crítica, de valor universal, que asegure el bien de los
ciudadanos; ni por la conciencia elemental de que el Gobierno no es de mercancías,
sino de seres humanos, con una dignidad y derechos inviolables, fieles al principio de
que “los seres humanos son fines en sí mismos , de valor absoluto, nunca medios”.
Para la política neoliberal, y los políticos que la aplican, estos principios son nada,
pueden ser menospreciados y legitiman el enriquecimiento personal e ilícito de los
gobernantes.
Ojo, por tanto, al talante del gobernante -elegido o que puede ser elegido-:
¿Cumple con las normas al servicio del interés general?
¿Aplica las normas con criterios ajenos a la estricta legalidad?
¿Lo hace sin favoritismo propio ni de otros?
Es decir: ¿Es leal a la legalidad y al Estado democrático?
Y sigue el artículo que, de cumplirse, daría vida, dignidad, derechos y paz a todos.
Benjamín Forcano
Ante la crisis laboral y social que estamos viviendo (cierre de empresas, despidos masivos,
temporalidad del trabajo, salarios bajos e injustos, la vuelta a las barracas y la grave
irrupción de la pobreza, etcétera) y las cesiones del Gobierno ante la presión empresarial,
resulta necesario citar dos preceptos de la Constitución.
Artículo 128.2: “Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios
esenciales y acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general” y
Artículo 129.2: “Los poderes públicos (…) establecerán los medios que faciliten el acceso
de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción”.
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as que están olvidadas, si no quebrantadas, por los responsables, especial
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ente políticos,
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de aquellos preceptos constitucionales!
Y resulta también sorprendente e insultante que, tan recientemente, se aprobara la Ley
11/2018 sobre lo que llaman “responsabilidad social corporativa” de las grandes empresas
y, en ella, se derogara una norma del Código de Comercio de 1885. El capitalismo español
y, por supuesto, el catalán
aún funciona sobre el derecho vigente a finales del siglo XIX.
Lo que acredita la pervivencia no solo del régimen capitalista, sino de una democracia de
clase, de las clases dominantes, contra la que hoy se alzan tantos miles y miles de personas,
trabajadores, campesinos, mujeres y una gran parte de una sociedad que clama por una
democracia para todos. Ahí están los Papeles de Pandora para acreditarlo.
El incumplimiento de dichos preceptos constitucionales ha fortalecido al capitalismo en
nuestro país y los principios que lo inspiran. El prestigioso jurista Stefano Rodotà ya lo
dijo. El “evangelio del mercado” conduce a una “mercantilización del derecho” que abre la
vía a mercadear incluso con los derechos fundamentales, dado que “la lógica mercantilista”
es “radicalmente contradictoria con la centralidad de la libertad y la dignidad”.
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as obligadas consecuencias de un siste
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a basado en el enunciado deenriquecerse” no se han
hecho esperar.
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ía el analista ale
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K
tke: “
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orrupción, dinero negro,
segundas cajas, engaño organizado y manipulaciones contables son prácticas corrientes en
el mundo de los negocios”. Y continuaba: La doctrina de fe neoliberal no precisa de
religión ninguna, porque ha elevado el capitalismo mismo a rango de religión convirtiendo
los imperativos de la economía capitalista en normas morales universales”, recordando las
conclusiones de Walter Benjamin sobre la elevación del capitalismo “a religión de culto
universal”. En esta fase ahora agudizada del capitalismo, mantiene el analista que “queda
socavada la fe en el Estado como poder protector de los pobres y explotados”.
Evidentemente, un sistema sustentado en la codicia humana” es capaz de destruir los
mecanismos necesarios para garantizar la viabilidad de que ese sistema esté basado en el
consenso del respeto a la legalidad democrática y a los derechos humanos. Porque, como
imperativo de la conducta humana, conduce al individualismo dominante, en definitiva, a
un individualismo posesivo” en el que “el individuo es humano en su calidad de
propietario de su persona”, como expresó con tanta lucidez C. B. Macpherson en 1962. En
este contexto ideológico, cultural y político, las barreras morales y legales caen y la
corrupción se extiende sin límites.
La desnaturalización de los partidos políticos como lo que debían ser, la máxima expresión
de criterios éticos en la vida pública, tiene su origen, por una parte, en el periodo dictatorial
anterior y, luego, en las leyes pseudodemocráticas que los regularon a partir de 1978 y,
sobre todo, en la Ley Orgánica 6/2002 de Partidos Políticos. Normas que no plantearon en
absoluto que los partidos hubieran de regirse por principios y normas que asegurasen su
funcionamiento y el de sus miembros con integridad moral
es decir, con honradez
personal y servicio exclusivo al interés público
. Exigencias que no podían quedar resueltas
con una vaga apelación a “ajustarse” a “principios democráticos”. Ya lo decía el profesor
Villoria: Un empleado público que ocupa un cargo público como miembro de un partido
tiene que guardar también fidelidad a ese partido que lo nombró. En este caso, el conflicto
está servido”. La ética pública es la gran ausente en la ley de partidos. Ausencia que ha
generado, mucho más de lo que podía imaginarse, unos gobernantes para quienes la política
se ha convertido en “el disfrutar del momento (el carpe diem de los clásicos)” en lugar de
una suma de decisiones prudentes y responsables presididas por un único y exclusivo fin: el
bien de los ciudadanos. Quehacer público que, en rminos de la profesora Cortina, debe
realizarse desde una “moral crítica universal” que obliga a un comportamiento justo,
transparente y honesto. Por una razón complementaria y fundamental, los gobernantes
deben saber cuál es la razón por la que ejercen el poder, que no es otro que el gobierno de
los seres humanos, que “tienen derecho a ser respetados, tienen dignidad y no pueden ser
tratados como simples mercancías”. Sigue vigente la afirmación de Kant: “Los seres
racionales son fines en mismos, tienen un valor absoluto y no pueden ser tratados como
simples medios”. Principios menospreciados y pisoteados por los gobernantes que aplican
las políticas neoliberales que privan a los ciudadanos de los derechos más básicos.
Principios ya presentes en la Convención de Naciones Unidas contra la Corrupción de
2003, ratificada por el Estado español en 2006, que continúa siendo abiertamente
incumplida. Tratado que incorpora la exigencia de perseguir penalmente, por ser
“particularmente nocivo para las instituciones democráticas”, el “enriquecimiento personal
ilícito” de los gobernantes.
Para hacer frente a esta realidad tan compleja y difícil de enderezar hacia el imperio de la
ley y el respeto a los derechos, debe partirse del conocimiento real de quienes, como
gobernantes, están obligados a rechazar cualquier forma, por leve que fuese, de corrupción.
Que se compone, esencialmente, de los siguientes elementos:
Desviación de poder, es decir, no aplicar las normas al servicio del interés general.
A
rbitrariedad, aplicándolas en función de criterios personales ajenos a la estricta legalidad y
F
avoritismo, que consiste en hacer un uso del poder público en beneficio propio o de terceros.
Todo ello, lo resumió el profesor Calsamiglia, calificando la corrupción, en cualquiera de
sus formas, como un gran acto de deslealtad a la legalidad y, sobre todo, al Estado
democrático. Como ciudadanos, como demócratas, tenemos un gran reto ante todos
nosotros.
La desnaturalización de los partidos tiene su origen en la dictadura y en las leyes que los
regularon desde 1978.
17.02.2022 Jorge Costadoat teólogo
Me parece que el problema principal de la Iglesia Católica hoy no es el
clericalismo, sino la versión sacerdotal del catolicismo. El clericalismo es un
problema moral. La organización sacerdotal del cristianismo, no. Esta
constituye una dificultad estructural. Si la Iglesia Católica no estuviera organizada
sacerdotalmente, no habría los abusos de poder de los clérigos que hoy tanto
lamentamos y muchos otros problemas más.
Hay sacerdotes que no son clericales. No abusan de su investidura. Son
ministros humildes, que caminan con sus comunidades y a su servicio.
Aprenden del laicado y efectivamente lo orientan porque tienen la apertura
necesaria para aprender de la realidad y de la vida en general. De sus prédicas
nadie arranca porque tienen algo que decir.
Sin embargo, ellos no han sido elegidos por sus comunidades y, en consecuencia,
no les deben rendir cuenta del desempeño de sus funciones. Los presbíteros,
sacerdotes, ministros o como quiera llamárselos, son escogidos por otros sacerdotes
y son ordenados por los obispos para cumplir una función. En este sentido, bien
puede aplicárseles el nombre de “funcionarios”, aunque no guste. Son
administradores mayores o menores, de una especie de multinacional, ¿la más
grande del mundo?, que nada debiera tener que ver con la Iglesia de Cristo.
La Iglesia que, como cualquiera organización humana, requiere una institucionali-
dad necesita de estos servidores para cumplir tareas que van del anuncio de la
Palabra a la administración de los sacramentos, pasando por la recaudación de
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edios para desarrollar estos servicios, para sostener obras educativas, de caridad y de
justicia, y para la sustentación de sus propias vidas.
Pero esta misma organización
ha podido deshumanizar a su dirigencia. De hecho lo hace.
¿Necesita hacerlo en
algún grado? En más de una oportunidad nos ha parecido que sí.
El caso es que en la Iglesia Católica actual es posible ser sacerdote sin ser
cristiano. Suena duro, pero a esto hemos llegado. En los seminarios se forma
gente para enseñar y administrar sacramentos, amén de dineros y, a veces,
personas. A su efecto, los formandos son sometidos a procesos de aculturación.
Los seminaristas son romanizados. Son reformateados. Se los viste como curas
para distinguirlos de los demás. Son eximidos de pasar por las experiencias
fundamentales de sus contemporáneos, como ser la intimidad afectiva y la
paternidad, y en el caso de los religiosos por la obligación de cualquier persona de
ganarse el pan.
Los sacerdotes son seres psicológicamente escindidos en la misma medida que
son separados (“elegidos” por Dios) del común de los mortales. Ellos
representan la separación Iglesia-mundo. Aquí la Iglesia (“sagrada”), allí el mundo
(“profano”). En tanto esta separación se acentúa, son incapacitados para entender
lo que ocurre y para guiar efectivamente a un pueblo que progresivamente los
considera irrelevantes. Las prédicas de muchísimos de ellos son un fracaso de
principio a fin. Incluso la doctrina de la Iglesia Católica, en más de un aspecto,
proviene de gente que parece carecer de la raigambre epistemológica necesaria.
Muchos, especialmente los jóvenes, la consideran una rareza. El caso es que, los
mismos sacerdotes, divididos interiormente, bipolarizados, terminan por quebrarse.
Tal vez los curas clericales logran sortear este peligro. Pero seguramente al precio
de una deshumanización que no puede ser voluntad del Dios que, convertido en un
ser humano auténtico y el más auténtico de los seres humanos, nos humaniza. Jesús
fue un laico que supo integrar en su persona la realidad en sus más diversos
aspectos, una persona humana que nos divinizó porque nos laicizó. ¿Quién puede
explicar que se lo haya convertido en un Sumo y Eterno sacerdote?
La Iglesia Católica no necesita solucionar el problema del clericalismo. Necesita,
en primer lugar, des-sacerdotalizarse. En la Iglesia se han dado y se dan versiones
no sacerdotales del cristianismo: el monacato, la religiosidad popular latino-
americana, el 70% de las comunidades de la Amazonía sin sacerdotes, las iglesias
evangélicas pentecostales y otras. Todas estas versiones tienen problemas propios.
Unas son más sanas, “más cristianas”, que otras. La versión sacerdotal del
cristianismo se ha convertido en una expresión patológica del mismo.
Los ministros de la Iglesia Católica que lamentablemente no dejan de ser
llamados “sacerdotes”, como lo quiso el Vaticano II- debieran ser elegidos,
formados e investidos de poder para conducir a las comunidades gracias a procesos
en los que pueda controlarse que han llegado a tener la autoridad necesaria para
desempeñar un servicio de este tipo. La autoridad, en la Iglesia de Cristo,
debiera provenir, en primer lugar, de una experiencia personal del Evangelio.
Las autoridades tendrían que, como testigos, poder anunciar con convicción que
Dios es digno de fe y que la Iglesia misma puede constituir el Evangelio en el
mundo de hoy.
La Iglesia Católica necesita ministros que sean cristianos, antes que funcionarios de
una organización sacerdotal internacional gestionada por una clase que se elige a
misma y que se cree exenta de accountability ante el Pueblo de Dios.
El Simposio sobre el sacerdocio que se realiza estos días en Roma será muy
probablemente inútil y, en el mejor de los casos, solo un primer paso para salir del
atolladero. Lo será si, en vez de constituir una prédica moralizante a curas
clericales, inicia la desconstrucción de la versión sacerdotal del catolicismo que,
por angas o por mangas, impide la transmisión del Evangelio.
Jorge Costadoat
06.02.2022 José María Castillo
El delito de pederastia viene siendo noticia desde hace ya bastantes meses. Y es noticia, sobre
todo, porque hay mucha gente que se entera ahora de que este delito es asunto de sacerdotes y
frailes (o religiosos) sobre todo porque el papa Francisco ha permitido que esto se sepa. Y es
que, si esto no ha sido noticia mucho antes, no se debe a que estos delitos no se cometían en
los pontificados anteriores. Lo que ocurría es que el Vaticano prohibía, de manera insistente y
con notable severidad, que pasara a la opinión pública esta desvergüenza y sobre todo
“delito”– que se cometía en parroquias, conventos, colegios de la Iglesia, etc.
C
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o es lógico, todo esto es co
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entado, por
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ucha gente, co
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o una desvergüenza de los curas,
que desprestigia más y más a la Iglesia. Y es evidente que se trata de un hecho vergonzoso y
sobre todo un delito que debe pasar por el juzgado, teniendo en cuenta que la sotana y la
condición de “clérigo” no eximen de las obligaciones que tiene que cumplir todo ciudadano.
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odo esto es evidente y nadie lo discute.
P
ero, ¿y los que no son curas
? L
os laicos, ¿son un
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odelo
y un eje
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plo de conducta en todo cuanto se refiere o roza el respeto y la delicadeza que
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erecen
los niños y los adolescentes en esta materia, tan íntima y tan espinosa como vergonzosa?
Mucho me temo que el delito de pederastia (en sus abundantes manifestaciones) es cometido
tanto por clérigos como por laicos. Y hasta cierto punto, es indignante que haya tantos laicos
que ponen el grito en el cielo cuando se enteran de lo que hacen (en esta cuestión) no pocos
clérigos desvergonzados, pero no se dice nada cuando sabemos que abundan, seguramente más
de lo que imaginamos, laicos incluso familias que abusan de criaturas inocentes hasta
límites que no podemos ni sospechar.
Al decir estas cosas, no estoy teorizando. Hace muchos años, un cura, que estaba recién
ordenado de sacerdote, me dijo que estaba impresionado de la cantidad de hombres que iban a
confesar acusándose de haber abusado sexualmente de menores. Yo me quedé impresionado.
Y poco después, el párroco de un pueblo (bastante lejos de donde vivo) me pidió que le
hablara, a un grupo importante de hombres, sobre este tema. Acudieron unos cuarenta
hombres, casi todos entrados en años. Yo les hablé con claridad y fuerza, pero con delicadeza.
Lo que más me impresionó fue ver que aquellos hombres me miraban fijamente sin pestañear
y alguno que otro hasta llorando.
Es importante y decisivo, para bien de la Iglesia, que se tomen las decisiones pertinentes para
acabar con esta desvergüenza y este delito de tantos clérigos. Pero no olvidemos que los laicos,
que abusan y hasta hacen negocio con criaturas inocentes, son
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uchos
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ás.
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a en serio el
proble
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a de los curas, ¿por qué no se hace otro tanto con los laicos que co
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o delito?
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ás n, ¿por qué no se to
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a en serio acabar lo antes posible con la canallada que es el co
m
ercio
de criaturas inocentes e indefensas, que se ven y quedan destrozados para el resto de su vida?
Los sacramentos de la Iglesia ya no significan casi nada para la inmensa mayoría de quienes aún
participan en ellos. Un signo que deja de significar ya no es un signo, sino un juego de magia. Los
ritos cristianos y los símbolos en que se fundamentan han degenerado, para la mayoría de los
creyentes, en pura magia. Por supuesto que los hombres y las mujeres de hoy seguimos
necesitando de la magia, es decir, de palabras y gestos que de un modo automático e irracional nos
vinculen con lo trascendente. Pero esa no es la cuestión.
Sostengo que muchos de los comportamientos de sacerdotes y laicos durante la celebración
eucarística son fundamentalmente mágicos, no religiosos. ¿Te imaginas a los apóstoles arrodillán-
dose ante el pan o a Jesús recogiendo las miguitas del plato? Estos comportamientos reflejan que
nuestra actitud ante el signo sacramental es mucho más mágica que religiosa.
Para que puedan significar, los signos han de entenderse. La doctrina del
ex opere operato
, la que postula
que el sacramento es eficaz con independencia de la comprensión de quien lo recibe, ha desvinculado
al signo del sujeto y lo ha degenerado y cosificado. Los sacramentos hay que entenderlos, al menos en
alguna medida. De lo contrario, no sacramentalizan nada, que es lo que sucede hoy en nuestros templos.
Nadie entiende nada. A lo que más me recuerdan nuestras misas es al teatro del absurdo de Beckett.
P
onga
m
os el eje
m
plo de la
E
ucaristía, cuyos sí
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bolos son el pan y el vino.
E
l pan es, desde luego, algo
cotidiano, blando y nutritivo.
Q
ue el pan sea símbolo de
D
ios significa que
D
ios es algo cotidiano, que
Dios es blando, que Dios es nutritivo. Pero si el símbolo es el pan, el signo o sacramento es el pan
partido, repartido y comido. Así que de lo que se trata es de partir y repartir el pan consciente-
mente; de llevárselo a la boca conscientemente; de, conscientemente, masticarlo y tragarlo.
Conscientemente significa a sabiendas de que no se trata solo de dar pan a los demás, sino de ser
pan para ellos, de convertirte en el alimento que alivia su necesidad. Comer de este Pan nos da
fuerza para ser pan. En esta misma línea, el signo no es simplemente el vino, sino el vino repartido
y bebido. Beber de este Vino nos posibilita ser vino para los demás. Y el vino es la sangre, es
decir, la vida: ser la vida para los demás.
Y
eso de reservar la eucaristía en un sagrario, ¿a qué viene? ¿
N
o he
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os dicho que el verdadero signo
es partirlo
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rueba de que nuestra
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entalidad es
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ágica, es que pensa
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os que
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ios está en el sagrario
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ás que fuera de él.
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ero eso
… ¡
es absurdo
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o es que esté als que en otra parte.
E
s que está al
para
significarnos que está en todas partes, para que lo recorde
m
os.
D
ios está en todas partes,
decimos
, pero luego nos empeñamos en meterle en una caja. Meterle en unas teorías que llamamos
teologías y en unos símbolos que llamamos sacramentos, pero que no sacramentalizan nada.
Sólo queda una solución: explicarlo todo como si nunca se hubiera explicado, pues quizá esa es la
situación; y queda, por supuesto, realizarlo todo como si fuera la primera vez, pues acaso lo sea de
verdad. Veremos entonces, maravillados, la potencia de nuestros símbolos, redimiremos nuestros
ritos, descubriremos, en fin, su poder transformador del alma humana.
Pero, ¿habrá en la Iglesia alguien que se atreva? ¿Habrá alguien que presente estos símbolos y
ritos no solo como aquellos en los que se cifra la más genuina identidad cristiana, sino como
símbolos y ritos de valor universal, aptos para todos, cristianos o no? ¿Habrá alguien, en fin, que
presente el cristianismo como religión y humanismo inclusivo, no excluyente ni exclusivo?
El respeto a la diferencia de otras tradiciones espirituales no debe hacernos perder la visión del
cristianismo como propuesta humanizadora universal. Detecto en mis contemporáneos no solo un
hambre de espiritualidad, sino un deseo de recuperar, de forma comprensible y actual, la tradición
religiosa de la que provenimos. El cuidado del silencio, una sensibilidad que está creciendo,
comportará un cuidado de la palabra y del gesto. Pero, ¿habrá en la Iglesia alguien que se atreva?
¿Dónde estarán los profetas que nos hagan entender que solo hay posible fidelidad al pasado
desde la creatividad y la renovación en el presente?