por una clerecía que era la clase dominante, que poseía la riqueza y monopolizaba el
saber. Pero no se puede decir que tal sociedad,a pesar de su nombre, fuera
auténticamente cristiana y evangélica.
L
a liturgia
,
hasta entonces sencilla y funcional
,
e
m
pezo a desplegarse en un cere
m
onial
que, en gran medida, estaba tomado del ceremonial de la Corte: desfiles, procesiones,
vestimentas suntuosas (el palium, la stola y el selecto calzado pontificio), mobiliario
y vajillas de oro y plata, todo tan fastuoso como en la corte imperial. Los sucesores de
los modestos pescadores del lago de Galilea se convirtieron en señores feudales.
Desde entonces en la Iglesia se ha pensado y se ha hecho lo que encaja con los
intereses del clericalismo, no lo que corresponde a la forma de vida que nos enseña el
Evangelio. En el año 827, en el Liber officialis de Amalario, se indica que la
eucaristia (la celebracion central de la Iglesia) es una ofrenda que realizan, no tanto
los fieles, sino los sacerdotes para bien de los fieles. Las consecuencias fueron
inevitables y han estado presentes en la Iglesia durante siglos hasta el día de hoy.
C
uando la gente ya no entendía el latín
,
el clero lo
m
antuvo co
m
o la lengua de la liturgia.
E
s decir
,
la lengua con la que había que entenderse con
D
ios era la del clero
,
no la del pueblo.
Además, el Canon de la misa se empezo a recitar en voz baja; la gente no la oía, ni la
entendia. Los fieles asistían a unas ceremonias de las que no se enteraban. La palabra
ekkles
ia
(
Iglesia
)
que eti
m
ológica
m
ente significa
“
asamblea”, pasó a ser equivalente de
“
clero
”. E
n nuestros días, cuando lee
m
os o escucha
m
os que la
I
glesia ha to
m
ado una deci-
sión
,
en realidad se trata de que los obispos
(
o el clero
)
han decidido que se haga tal cosa,
es decir, algo que los hombres de la religión han considerado lo más conveniente.
El hecho es que la Iglesia ha quedado rota, partida en dos bloques: los que tienen los
privilegios y deciden (el clero) y los que se ven privados de privilegios y de capacidad
de decision (los laicos), sin olvidar la marginación a que se ven sometidas las mujeres
en la Iglesia. Una Iglesia, asi dividida y rota, no puede entender ni vivir el Evangelio,
como tampoco puede enseñarlo o comunicarlo a los demás, pues no puede hacer
presente el Evangelio quien vive de espaldas a él y en contra de lo que enseña. Se
llegó a formular como doctrina que
…
“S
ólo en la jerarquia residen el derecho y la
autoridad necesaria para pro
m
over y dirigir a todos los
m
ie
m
bros hacia el fin de la sociedad
.
E
n cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente,
el de seguir a sus pastores
”
. A
l hablar de segui
m
iento ya no se trata de seguir a
J
esus, co
m
o
nos dice el
E
vangelio
,
sino de seguir a los pastores, a los selectos de la
I
glesia, dotados
de privilegios y poder
. E
sto y el
“E
vangelio marginado
”,
son, en definitiva, la
m
is
m
a cosa.
Este sistema organizativo no podia justificarse con el Evangelio. Jesús no escogió y
llamó a sus discipulos para que fueran por el mundo sometiendo a la gente y
obligando al pueblo a obedecer a los gobernantes religiosos. La misión de los
apóstoles consistía en ser modelos de seguimiento en su relación con Jesús. De ahí la
prohibición tajante que Jesús les impuso: no podían hacer lo que hacen los jefes de las
naciones, dominar; ni dedicarse a lo que se dedican los grandes, imponer su autoridad.
Y el propio Jesús termina con su firme decision: “No ha de ser asi entre vosotros”.
S
i esto es lo que tiene que distinguir a los seguidores de Jesús
, ¿
quién pudo disponer en
la
I
glesia la division entre clérigos que
m
andan y laicos que no tienen
m
ás que el deber
de someterse y obedecer? Someter el pensamiento. Someter la voluntad. Someter la
conducta. Someter todo lo fundamental en la vida. ¿Dónde está escrito eso y quién ha
tenido autoridad para imponerlo? La Iglesia se fue desplazando más y más desde el