Nuestra próxima reunión, en junio
L
a próxi
m
a reunión de nuestra
Comunidad de Cristianos de Base
será el jueves, día 2
de junio. En principio, será presencial, salvo que decidáis otra cosa los miembros del
colectivo. Y si no decidís otro tema a tratar, podríamos volver al estudio de la obra de
José María Castillo: «El Evangelio marginado». Podríamos ver los capítulos 11 y 12.
El capítulo 11 lleva por título: La Iglesia rota: los privilegiados y los olvidados. Su
objetivo es estudiar cómo se fue produciendo en la Iglesia la separación y desigualdad
de sus miembros entre el colectivo laico y un estamento clerical sagrado y consagrado
que se atribuyó funciones y honores que el Evangelio no contemplaba. Se suele
relacionar esa desviación eclesial del Espíritu del Evangelio con la legalización del
cristianismo que el emperador Constantino realizó en el año 312, pero en este capítulo
se aportan citas de documentos históricos del siglo III que muestran que ya entonces
había empezado en la institución eclesial esa diferenciación jerárquica.
Y después de Constatino fue creciendo aún más ese alejamiento entre la Iglesia y el
Evangelio, y lo peor del caso es que lo que incial
m
ente era una jerarquización de
carácter si
m
plemente religioso fue adquiriendo connotaciones y contenido de
diferenciación clasista social. Y esto, en la práctica, generó la realidad de una Iglesia
dividida, rota, lo que contradice el deseo de Jesús: Que todos sean uno. Se preparó
así el terreno para llegar a una consecuencia fatal: la enorme dificultad que tiene la
Iglesia para transmitir el Evangelio. Desde aquellos tiempos empezó a verse y vivirse
otra Iglesia que, en demasiadas cosas importantes, ya no era la Iglesia que nació a
patir de la existencia terrena de Jesús.
El capítulo 12, titulado: La Iglesia y el dinero, profundiza en esa problemática, y
destaca el hecho de que, si hasta comienzos del siglo IV el cristianismo no suscitaba
el interés de las clases privilegiadas del Imperio, a partir de entonces los ricos y sus
riquezas pasaron a ser determinantes en la Iglesia. De hecho, el ser rico y poderoso
pasó a ser un factor que se valoraba a la hora de elegir obispos. Evidentemente, ya
entonces, el Evangelio que vivió y anunció Jesús estaba suficientemente marginado
en la Iglesia, para que no fuera un estorbo cuando se trataba de elegir obispos o
nombrar clérigos. Lo que interesa destacar es que, ya en el siglo IV, la Iglesia vivio la
desviación y la inmensa desgracia de no ver, ni hacer vida, lo que Jesús dejó tan claro:
que el Evangelio y la riqueza de los poderosos son dos cosas incompatibles. La
Iglesia, sin embargo, no sólo las hizo compatibles, sino algo más, que ha sido -y
sigue siendo- determinante: la Iglesia ve la riqueza como algo necesario para llevar
adelante su clero, su liturgia y, sobre todo, su apostolado.
Además, dado que en las sociedades antiguas no se concebía lo religioso y lo político
como realidades diferenciadas, el predominio de la Iglesia cristiana tendió a asumir
formas de control del Estado por parte de la Iglesia, de su jerarquía. Aunque el
Imperio Romano, en Occidente, se acabó desintegrando, la Iglesia heredó el poder de
los césares desaparecidos y se empezó a configurar lo que desde el medievo se conoce
como “una sociedad cristiana” pero lo que se formó fue una realidad social gestionada
Boletín núm. 25
- 24
de mayo de 2022
por una clerecía que era la clase dominante, que poseía la riqueza y monopolizaba el
saber. Pero no se puede decir que tal sociedad,a pesar de su nombre, fuera
auténticamente cristiana y evangélica.
L
a liturgia
,
hasta entonces sencilla y funcional
,
e
m
pezo a desplegarse en un cere
m
onial
que, en gran medida, estaba tomado del ceremonial de la Corte: desfiles, procesiones,
vestimentas suntuosas (el palium, la stola y el selecto calzado pontificio), mobiliario
y vajillas de oro y plata, todo tan fastuoso como en la corte imperial. Los sucesores de
los modestos pescadores del lago de Galilea se convirtieron en señores feudales.
Desde entonces en la Iglesia se ha pensado y se ha hecho lo que encaja con los
intereses del clericalismo, no lo que corresponde a la forma de vida que nos enseña el
Evangelio. En el año 827, en el Liber officialis de Amalario, se indica que la
eucaristia (la celebracion central de la Iglesia) es una ofrenda que realizan, no tanto
los fieles, sino los sacerdotes para bien de los fieles. Las consecuencias fueron
inevitables y han estado presentes en la Iglesia durante siglos hasta el día de hoy.
C
uando la gente ya no entena el lan
,
el clero lo
m
antuvo co
m
o la lengua de la liturgia.
E
s decir
,
la lengua con la que haa que entenderse con
D
ios era la del clero
,
no la del pueblo.
Además, el Canon de la misa se empezo a recitar en voz baja; la gente no la oía, ni la
entendia. Los fieles asistían a unas ceremonias de las que no se enteraban. La palabra
ekkles
ia
(
Iglesia
)
que eti
m
ológica
m
ente significa
asamblea, pasó a ser equivalente de
clero
. E
n nuestros as, cuando lee
m
os o escucha
m
os que la
I
glesia ha to
m
ado una deci-
sión
,
en realidad se trata de que los obispos
(
o el clero
)
han decidido que se haga tal cosa,
es decir, algo que los hombres de la religión han considerado lo más conveniente.
El hecho es que la Iglesia ha quedado rota, partida en dos bloques: los que tienen los
privilegios y deciden (el clero) y los que se ven privados de privilegios y de capacidad
de decision (los laicos), sin olvidar la marginación a que se ven sometidas las mujeres
en la Iglesia. Una Iglesia, asi dividida y rota, no puede entender ni vivir el Evangelio,
como tampoco puede enseñarlo o comunicarlo a los demás, pues no puede hacer
presente el Evangelio quien vive de espaldas a él y en contra de lo que enseña. Se
llegó a formular como doctrina que
“S
ólo en la jerarquia residen el derecho y la
autoridad necesaria para pro
m
over y dirigir a todos los
m
ie
m
bros hacia el fin de la sociedad
.
E
n cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente,
el de seguir a sus pastores
. A
l hablar de segui
m
iento ya no se trata de seguir a
J
esus, co
m
o
nos dice el
E
vangelio
,
sino de seguir a los pastores, a los selectos de la
I
glesia, dotados
de privilegios y poder
. E
sto y el
“E
vangelio marginado
,
son, en definitiva, la
m
is
m
a cosa.
Este sistema organizativo no podia justificarse con el Evangelio. Jesús no escogió y
llamó a sus discipulos para que fueran por el mundo sometiendo a la gente y
obligando al pueblo a obedecer a los gobernantes religiosos. La misión de los
apóstoles consistía en ser modelos de seguimiento en su relación con Jesús. De ahí la
prohibición tajante que Jesús les impuso: no podían hacer lo que hacen los jefes de las
naciones, dominar; ni dedicarse a lo que se dedican los grandes, imponer su autoridad.
Y el propio Jesús termina con su firme decision: “No ha de ser asi entre vosotros”.
S
i esto es lo que tiene que distinguir a los seguidores de Jesús
, ¿
quién pudo disponer en
la
I
glesia la division entre clérigos que
m
andan y laicos que no tienen
m
ás que el deber
de someterse y obedecer? Someter el pensamiento. Someter la voluntad. Someter la
conducta. Someter todo lo fundamental en la vida. ¿Dónde está escrito eso y quién ha
tenido autoridad para imponerlo? La Iglesia se fue desplazando más y más desde el
E
vangelio de
J
esús a la religión de clérigos
ordenados y teólogos
,
hasta que el centro de
la
I
glesia dejó de estar en el
E
vangelio y el interés
m
áxi
m
o se puso en la fiel observancia
de la religión, en la que el saber y el poder quedaron controlados por el clero.
E
n este desplaza
m
iento del
E
vangelio a la religión
,
fueron decisivos dos factores
:
la riqueza
y el poder
. Am
bos factores, riqueza y poder
,
no sólo se relacionan sino que se apoyan, se
favorecen y se potencian el uno al otro
. P
ero lo destacable es la contradicción que existe
entre la religión que promovió la Iglesia, y el Evangelio que vivió y enseñó Jesús.
Quien vive apegado al dinero, aunque no sea consciente de ello, no puede ni enterarse
del contenido central del Evangelio. No es posible comprender a Dios y relacionarse
con Él mientras se vive apegado al dinero y, en general, a la seguridad, al bienestar y
al poderío que nos proporciona la riqueza. La riqueza
y la seguridad que conlleva
nos ciega, nos incapacita para comprender el fondo de la enseñanza fundamental del
Evangelio, que quien tiene y retiene su riqueza en un mundo en el que hay tantos
seres humanos en la extrema miseria, no puede entrar en el “Reino de Dios”.
L
o que
J
esús afir
m
a es que quien se aferra a su riqueza
,
sufra quien sufra y muera quien
m
uera
,
no se puede relacionar con
D
ios
. E
l rico que
m
antiene intocable su riqueza
,
si es
una persona religiosa
,
no se relaciona con
D
ios sino con
su
representación de
D
ios.
P
orque
ese es el
D
ios que a él le conviene
. E
l rico que se aferra así a su riqueza
,
no puede relacio
-
narse con el
D
ios que se nos reveló en
J
esús
, m
ediante su vida y sus enseñanzas
. E
n el te
m
a
de la riqueza y de nuestra relación con el dinero, el Evangelio es mucho s duro y
exigente de lo que nor
m
al
m
ente pensa
m
os o de lo que esta
m
os acostu
m
brados a plantear.
A
juicio de
J
esús
,
lo que cada ser hu
m
ano pone en juego, cuando se trata de su relación
con el dinero, es el verdadero culto a Dios, lo que pone en juego es su propio ser. Es
decir, en la relación con el dinero es donde se comprueba lo que cada uno es.
Jesús no es enemigo de la riqueza; es enemigo del mal reparto de la riqueza. Es decir,
lo que Jesús no soporta es que haya individuos y familias a quienes les sobra el dinero
y sólo miran por su propio interés, al tiempo que quienes más abundan son los pobres,
los mendigos, los desclasados y marginados. La parábola del rico y Lázaro, lo mismo
que la del gran banquete son dos ejemplos elocuentes de la mentalidad de Jesús y del
mensaje fundamental del Evangelio: la salvación que Dios ofrece y la solución para el
mundo son solamente para aquellos que se identifican con los pobres, para los que
nadie quiere en esta sociedad que hemos montado y gestionamos nosotros, según
nuestros intereses y conveniencias.
Los dos capítulos cuyo contenido queda resumido en los párrafos anteriores están
relacionados en el sentido de que, juntos, comportan una enseñanza concreta: Que la
Iglesia, por la organización que se dio, se ha incapacitado para transmitir el mensaje
evangélico que tampoco ella es capaz de cumplir. Esta realidad está contemplada en
la temática del convocado Sínodo de la Sinodalidad, que intenta corregir el
desequilibrio secular entre los dos sectores en los que la Iglesia se dividió, se rompió:
la clerecía y la feligresía. En nuestras reuniones varias veces hemos insistido en este
tema poniendo de relieve que esa división es artificial y no responde al Espíritu del
Evangelio. ¿Será capaz la institución de encontrar y aplicar soluciones a ese
problema? Es un desafío importante, teniendo en cuenta que el mal tiene unas raíces
profundas, de más de 17 siglos de antigüedad.
En este boletín se incluyen diversos materiales que aportan información y opinión
sobre esa temática.
¿P
uede haber paz con un siste
m
a capitalista do
m
inando el
m
undo
? ¿S
on co
m
patibles
el capitalismo y la paz
? S
e habla de conversaciones de paz para la guerra de
U
crania,
y es probable
y ojalá
que lleguen a un acuerdo, y se fir
m
e una paz
m
ás o
m
enos estable.
Pero ¿supondeso que estamos en un mundo en paz? ¿Y la cantidad de guerras,
pequeñas, mortíferas y crueles guerras, que se libraban en el mundo antes de que
comenzara el ataque de Rusia a Ucrania y que seguirán aunque se firme la paz en ese
conflicto?
Los motivos de las guerras
Según la Wikipedia en la actualidad hay activas más de sesenta guerras y conflictos,
con miles de víctimas mortales en ellas. Algunas son por motivos raciales o
religiosos, pero en gran parte lo son por motivos económicos, y en ellas están
implicados los intereses de países occidentales y de grandes multinacionales.
Esas guerras despiertan muy poco interés en los medios de comunicación
occidentales, y todas las personas que huyendo de ellas tratan de llegar a Europa
encuentran unas fronteras cerradas, donde no se tiene nada en cuenta que también
ellos son refugiados, tanto como los ucranianos que escapan de las bombas de Putin.
Misión imposible
¿Todas estas dramáticas situaciones son algo accidental, que podrían llegar a evitarse
en el futuro? ¿Evitarse si sigue el sistema capitalista marcando las líneas por las que
se mueve el mundo? En el capitalismo son principios fundamentales la búsqueda del
mayor beneficio económico y la competencia para conseguirlo. Misión imposible la
paz en este sistema.
El capitalismo fomenta una ambición insaciable (véanse los multimillonarios con
fortunas de miles de millones y que siguen aspirando a poseer más y más), mientras
que los bienes de la Tierra son limitados. El reparto no se realiza por motivos de
justicia y equidad, sino que es consecuencia de una competencia despiadada.
Competencia que deja millones de víctimas aplastadas, y que lleva a enfrentamientos
cada vez más duros que pueden acabar en guerras. Mal escenario para la paz.
Solo quedará la solidaridad
Ante esta situación ¿no va a ser capaz el género humano de establecer un sistema de
convivencia mejor que el irracional y bárbaro capitalismo? Los movimientos de
solidaridad despertados por esta guerra; los deseos de paz que se extienden por todos
los pueblos del mundo ¿no podían servir de base para avanzar hacia un mundo que no
esté condenado a la guerra capitalista?
Dadas las formas como se han desarrollado las relaciones entre las grandes religiones y
el poder civil público, son lamentables y perjudiciales para la religión.
De hecho, cuando los jerarcas de la religión, incautos o quizás ladinos, se dejaron
halagar por los poderes de los gobernantes públicos y los demás poderes económico,
cultural y social, la religión siempre perdió entidad esencial.
Arrimado el poder a la religión, es como si Dios mismo viniera a bendecir los éxitos
políticos del poder, incluso los militares. Sin embargo, el poder nunca deja de ser
prepotencia, violencia y alienación, y, haciendo buenas migas con la institución
religiosa, siempre lo ejerce con el mayor vigor efectivo.
En estos casos, la religión viene a ser el inestimable ornato que embellece el orden del
gobierno y que da a la burguesía y a los magnates del dinero un esplendor a su status, a
sus celebraciones y a su lujo. De hecho, ni las cortes regias ni las grandes dinastías han
desdeñado nunca la presencia amiga de los papas y demás notables personajes de la
clerecía. En realidad, se ha considerado un don de los cielos que Dios se preste a
bendecir las cosas tal como estaban funcionando, indicando que, según Dios, a unos les
corresponde el oficio de dirigir, mandar e imponer, mientras a otros la sumisión y la
obediencia. Así durante siglos.
En el cristianismo, la tergiversación fraudulenta empieza hacia el siglo IV. A la Iglesia,
sedicente memoria Jesuchristi, le fue muy difícil no rodar hacia el abismo de la
degradación y de la falsedad que afectaban a la comunidad creyente en Jesucristo.
Con todo, hay que reconocer que esta singular comunidad, a pesar de su pequeñez y
fragilidad, no sería arrumbada, cumpliéndose así el vaticinio hecho por el propio Jesús
de que las fuerzas satánicas no prevalecerían (Mt.16, 18) contra ella.
Ahora bien, al volverse grupo numeroso y plural, el invento eclesiástico, admite la
incorporación por la vía rápida a mucha gente que, implica de hecho una endemoniada
amalgama, llamándose a sí misma con orgullo Cristiandad, en la ilusoria creencia de que
tal era el plan de Dios para los nuevos tiempos.
Así fue cómo se instaura en todas partes el poder, el cual hace lo que ante todo sabe
hacer: dominar, mandar, imponer; simple resultado de un doble poder mancomunado
sobre una misma población.
A los pocos siglos de la muerte de Jesús, a la Iglesia le sobreviene este maligno contagio
que introduce la malhadada clasificación dualista entre jerarquía y laicado, con un tipo
de autoridad lamentable, nada fraternal, que en absoluto se compadece con la igualdad
radical ante Dios, Padre de todos los bautizados.
Consumada la volatilización de la genuinidad cristiana, la sabiduría del rabí del
Evangelio se convertía en verdad a machamartillo en manos de unos pastores y unos
catequistas cuya catequesis ha quedado tantas veces convertida en doctrina a rajatabla
más propia de una armada militar, que de la saludable Buena Nueva de la vida del
llamado Hijo del Hombre, Muerto y Resucitado, figura la más desconcertante y
enigmática de la historia.
A
fortunada
m
ente, ha quedado patente que a los
B
onifacios, los
U
rbanos
,
los
I
nocencios
,
los Píos, los Woitylas y los Ratzinger les guiaba una enorme equivocación cuando les
han gustado en exceso la tiara y el báculo, y creían que a la causa de Dios la hacían
triunfar en el mundo los dictados de signo sagrado y el despotismo.
Por suerte, también en el amplio mundo han existido los Francisco de Asís, los
Hermanitos de Foucauld, los Ignacio Ellacuría, los Vicente Ferrer. Ahí están también los
abnegados misioneros incardinados hasta la muerte en la terra infidelium de allende los
mares, hasta donde su admirable fe les lleva a repartir el triple bien del pan, la salud y la
educación.
Importante es, asimismo, el testimonio de las sencillas comunidades cristianas que en
la base de la existencia común no tienen nada que ver con la Iglesia de las curias
pontificias, de los palacios episcopales y de los monasterios lujosos.
I
nnu
m
erables son
,
igualmente
,
los cristianos de a pie que nada tienen que ver con prebendas
ni canonjías, que se mantienen lejos de cuanto es poder, boato y grandeza mundana.
T
al vez
,
co
m
o corresponde a cuanto es historia
,
el trigo y la cizaña, convivirán en este
m
undo
hasta el fin de los tie
m
pos
. P
ero queda claro que la
m
e
m
oria del
M
aestro
M
uerto y
R
esucitado
no estriba en lo brillante, en lo arrollador y multitudinario; ni en el solemne magisterio
que es incapaz de hacer vislumbrar, algo del irresoluble enigma que nos envuelve.
Por magníficas que sean las catedrales medievales, las iglesias románicas, las bellas y
emocionantes cantatas de Bach, las misas de Beethoven, de Mozart y de tutti quanti.
Quiero decir que la esperanza y el modesto optimismo que les es propio están en
alcanzar aquella profundidad indispensable para llegar al alma de quienes, desde cierta
inquietud espiritual, sienten hambre de transcendencia y andan buscando algún tipo de
dios personal del que quisieran tener alguna noticia y llegar al presentimiento de que,
más allá del misterio del mundo, hay ALGUIEN que nos ama y está al final para
acogernos, cuando esta postrimería definitiva nos llegue al morir.
El único futuro que nos importa no vendrá de la mano de los poderosos, sino de aquellos
cuyo sello de identidad sea parecido al de Jesús de Nazareth y de las magníficas
sabidurías que en el mundo son equivalentes a la propia del Evangelio.
En fin, pese al contubernio entre Religión y Poder, que ha existido y del que todavía hay
restos malignos, fijémonos en esa otra gente irrelevante y anónima, en tantos creyentes
en Jesús de Nazareth que, detestando el poder-poder, se mantienen fieles al testimonio
de quienes vieron con sus propios ojos y tuvieron la experiencia de vivir un brevísimo
tiempo al lado de semejante profeta de Dios. Tampoco hay que olvidar aquello que ya el
mismo Jesús vaticinara: hijos de Abraham surgen y existen en todas partes, también
dentro de esta errabunda Iglesia. En realidad, allí donde las Bienaventuranzas son santo
y seña de quienes tratan de parecerse al Jesús de Nazareth, muerto y resucitado y puesto
ante el mundo como anuncio y adelanto de la suerte que supuestamente espera a toda la
familia humana.
El papa Francisco habló recientemente sobre la posibilidad de que las mujeres sean
lectoras, acólitas o diaconisas
. R
espetando las decisiones de las autoridades eclesiásticas
en el hoy de la Iglesia, es manifiesta la discriminación de la mujer no solo en la
sociedad sino también dentro de la organización y funcionamiento eclesiales.
E
n la
B
iblia escrita por ho
m
bres y en una cultura patriarcal
,
la
m
ujer aparece co
m
o inferior
y debe estar so
m
etida su
m
isa
m
ente al ho
m
bre
;
salió de la costilla del varón
,
es la culpable
de la caída y todaa en tie
m
po de
J
esús
,
el van poa despedir a su esposa
, m
ientras ella
no tenía derecho a pedir el divorcio. Esa mentalidad prevalece a lo largo de la historia
bíblica, si bien otro documento sobre los orígenes dice que Dios creó al ser humano
“hombre y mujer” a imagen suya. Una mentalidad que tiene también su apoyo en la
filosofía de Aristóteles: “la mujer es un varón mutilado”, “un error de la naturaleza”.
E
sta visión discri
m
inatoria de la
m
ujer ha entrado en el discurso y organización de la
I
glesia
.
J
esucristo se puso a lado de los excluidos
,
niños
,
pobres
, m
ujeres abandonadas
;
fiel a esa
conducta
,
la pri
m
era co
m
unidad cristiana confiesa que
,
entre los cristianos ya no hay discri
-
m
inación “hombre ni mujer”, pues todos los bautizados tienen la misma dignidad.
Pero ya san Pablo, formado en la cultura del pueblo judío, recomienda: “que los hijos
obedezcan a sus padres, los esclavos a los amos, y las mujeres a sus maridos; y que
las mujeres se callen”. Magisterio y teología con frecuencia vienen recomendando a
las mujeres que estén sujetas a su esposo, y han dado pie a un machismo cada vez más
intolerable que aún hoy sufren muchas mujeres en matrimonios cristianos.
L
a
m
inusvaloracn de la
m
ujer en la
I
glesia es innegable dado que no tiene acceso ninguno
a las instancias de poder hoy en manos de los ministerios ordenados que sólo pueden
ejercer los varones
. M
inusvaloración
m
ás escandalosa cuando en la sociedad civil se declara
la igualdad de derechos funda
m
entales para el ho
m
bre y para la
m
ujer, y algunas de ellas
ocupan puestos de relevancia y de poder en organismos nacionales e internacionales.
La Iglesia está en camino y ansía todavía llegar a ser lo que no es. A la hora de
responder a esa vocación sufre hoy dos patologías: el clericalismo y el patriarcalismo.
El clericalismo entendido como reducción de la Iglesia al clero ha sido y es
lamentable patología denunciada claramente por el papa Francisco. El patriarcalismo,
por no decir machismo, es otra nefasta patología de la comunidad cristiana.
En el clericalismo se excluye a los laicos que son la mayoría de los bautizados, y en el
patriarcalismo se excluye a las mujeres que son la mayoría de los creyentes. En la
Iglesia como pueblo de Dios, todos los bautizados tienen la misma dignidad y los
mismos derechos, aunque haya distintas funciones. Nadie es más que nadie. Cuando
alguno cree que solo él tiene hilo directo con el Espíritu se equivoca, porque todos
recibimos el Espíritu que a todos nos hace hermanos.
Hace unos días, me llegó el texto del sacerdote Juan Ruiz Jorge L. C., quien señalaba,
la historia de nuestra Iglesia ha estado siempre plagada de cris is. Sus mismo s inicios
estuvieron manchados con la traición de Judas, la negació n de Pedro y tantos otros
pecados q ue llevaro n a Cr isto a la Cru z. En el siglo X se vivió el a llamad o S iglo
oscuro , en el q ue los Papas estaban al ser vicio de las familias ro manas, que los
usaban a su an tojo para sus intereses políticos y familia res.
El Cisma de Occidente vio a tres Papas luc ha ndo entre p or ser el l egítimo Vicario
de Cristo. El Renacimiento tuvo a Pap as como Alejan dro VI o Ju lio II, que dejaron
mucho que desear de su misión como Suceso res de Pedro. En el siglo XVIII, algunos
Papas jug aban a ser emp eradores e in cluso uno de ellos (Clemente XIV) cayó en lo s
juegos p olíticos de reyes maso nes y suprimió la Comp añía d e Jesús. Y la Iglesia
siguió ad elante...
Si releemos esta breve historia, veremos que el abuso de poder es el sustrato de todo y
se ha venido dando desde la institucionalización de la Iglesia por Constantino hasta
nuestros días. Éste abuso ha tenido expresiones y manifestaciones diversas a través
del tiempo constituyéndose en una cultura, como bien señala nuestro Papa Francisco.
El sustento de esta cultura está determinado por una visión de Iglesia. En efecto, antes
del Concilio el principal fin de ella era “la salvación de almas”.
S
iendo así
,
la llave para esa salvación la tenía el personal consagrado
. L
os laicos debían
so
m
eterse a realizar lo que los
directores espirituales
le dean
,
el clero tiene la facultad
de perdonar los pecados
,
de entregar los sacra
m
entos
. E
n fin
,
son funda
m
entales para
la salvación.
(D
esde esta perspectiva podemos leer el caso
K
aradi
m
a y
M
arcial
M
aciel
).
Sin embargo, el Concilio Vaticano II nos muestra una nueva Iglesia que propicia “la
Construcción, en Cristo, del Reino de Dios en la Tierra”. Por lo tanto, en este fin
adquiere mayor importancia el rol del laico que está en el mundo. No significa
restarle importancia al clero, pero ya no tienen el peso anterior.
E
n esta visión se sustenta el docu
m
ento conciliar
L
u
m
en
G
entiu
m
. A
llí se expresa
clara
m
ente la corresponsabilidad en la vida y conducción de la
I
glesia de consagrados
y laicos, iguales en dignidad con distinta función. Documento que quedó guardado
hasta que
B
enedicto
XVI
lo rescató.
Aquí esta la clave que explica porqué ha costado tanto hacer realidad el papel del
laico según el Concilio. En definitiva, ha seguido primando la visión preconciliar en
muchas instancias de la Iglesia. La mayoría del pueblo católico sigue inspirado en esa
visión y muy particularmente la piedad popular.
E
sta cultura eclesial de abuso de poder
,
se expresa en el
C
lericalis
m
o, en el
m
anejo de cons
-
ciencia, en el abuso sexual
,
en cuidar la imagen institucional antes que a las víctimas, en
la falta de transparencia en la gestión de la jerarquía y en la o
m
nipotencia de sus deci-
siones. En fin, todo lo que se desprende de quién goza y se aferra al poder.
En alguna medida, la perdida del sentido cristiano de la autoridad y el consiguiente
abuso de poder ha implicado darle la espalda a Cristo en lo más esencial de su
mensaje; el amor al prójimo y el servicio a ese prójimo como el sustento de la
autoridad. La misma que se ha concebido a si misma hasta ahora como “Jerarquía”.
Por lo tanto, es evidente que para ello hay que entrar a “picar” en las estructuras de
poder de la Iglesias, porque es allí donde está anidada la causa de esta gran crisis.
Para enfrentar esta realidad hay que considerar acciones relevantes.
a) Asumir claramente el fin de la Iglesia para este tiempo, como constructora en
Cristo del Reino de Dios en la tierra.
b
) H
acer efectiva y aprender a vivir la corresponsabilidad donde a
m
bos tengan un rol i
m
por
-
tante en el funciona
m
iento y la vida de la
I
glesia, con funciones distintas. No significa
de por sí, que ser consagrado implica una instancia de poder superior sobre el laico.
Solo y en la medida que se logre un adecuado equilibrio entre ambas polaridades, se
generará una tensión positiva y se podrá dar una gran resultante creadora para la
Iglesia. En definitiva, el desequilibrio de esta tensión es el caldo de cultivo para el
abuso de poder de unos sobre otros.
c) La superación del Clericalismo, que implica una maduración de laicos y personal
consagrados para vivir una nueva realidad eclesial. Ambos requieren aprender a
convivir en una nueva forma de relación; una Iglesia familia, que se basa en el respeto
mutuo y en el servicio amoroso al otro como real principio de autoridad.
En una Iglesia existencialmente sustentada en el amor, las relaciones entre personal
consagrado y laicado debe estar basada en la misericordia, no en la lucha de poderes.
L
o repito alto y fuerte
:
no es la cultura de la confrontacin, la cultura del conflicto
,
la que
con st ru ye la co nv iv enci a en lo s p ue bl os y ent re l os p ue bl os, sin o sta : la c ult ur a d el
enc ue nt ro , la cu lt ur a d el di l og o; s te e s el nic o c am in o pa ra l a p az (Pa p a Fr anc is co
1 de Septiembre 2013) Lo que sirve para la sociedad, también sirve para la Iglesia.
d
) L
a confor
m
ación de una nueva estructura eclesial que tenga al pueblo de
D
ios como
la base y el sentido mismo de la Iglesia y un personal consagrado al servicio de este
pueblo. Una participación de todos mucho más activa, responsable y decisiva para la
Iglesia. En esta dirección, el pueblo (laicos y consagrados) deben tener alguna
responsabilidad en la elección de las autoridades.
Abordar el abuso de poder, es una tarea compleja y difícil porque implica cambiar la
forma como se da y se ejerce la autoridad en todos los ámbitos, desde el Vaticano
hasta nuestras parroquias. El abandono de los espacios de poder no es nada fácil.
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uchos se podrían preguntar bueno
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pero si ha existido tanto bien y tanto
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nue va s e cor ro mp e e n po co t ie mpo . U na i mpo st er ga bl e r en ov aci ón e cle si al
(Nº26)
Una vida que la juzgue, naturalmente requiere estar sujeta a evaluación, ámbito del
cual la Iglesia jerárquica ha sido muy reacia a aceptar.
Así entonces, para superar la crisis de la Iglesia, es muy importante que los católicos
aspiremos a la santidad, pero también que luchemos en contra las estructuras de poder
que han llevado a este permanente abuso de autoridad.
En estas nuevas estructuras
será funda
m
ental contar con una presencia clara y responsable de laicos y consagrados
que constituyen el gran Pueblo de Dios y que aseguren el que no se desnaturalice el
fin de nuestra Iglesia, como lo ha señalado el Papa a la Iglesia Chilena.
Es maravilloso constatar que Dios ha querido que sea nuestra generación la que
comience este largo proceso, que concluya en una solución permanente al abuso de
poder en la Iglesia.
Es de esperar que con la fuerza del Espíritu se comience a vivir esta nueva etapa, “la
Iglesia de las nuevas Playas” como lo profetizó el Padre José Kentenich. (1885-1968)