Recuperando a Jesús
C
o
m
ienza el curso
2023
-
2024
. N
uestra
C
o
m
unidad de
C
ristianos de
B
ase
afronta su tarea
y su vocación de ser en el á
m
bito eclesial y en la sociedad un referente de otra
m
anera de
entender el segui
m
iento de
J
esús de
N
azaret. Precisamente, para nuestra reunión del
día
7
de septie
m
bre
,
traía
m
os como tema a tratar unos capítulos del libro:
Declive de la
R
eligión y futuro del
E
vangelio
,
de
José
M
aría Castillo, que presentan la contradicción
entre el culto eclesial y el ejemplo de Jesús.
En una de las intervenciones en nuestro debate, se recordó “el enfrentamiento de
Jesús con la religión”. Es decir, el Evangelio significa el intento de superación de la
negativa experiencia de la religión sobre la humanidad. Pero la práctica eclesial fue la
negación de ese modelo. Hoy vemos que la práctica religiosa no contacta con la
problemática humana.
T
o
m
ar la cruz y seguir a Jesús es imitarlo en el servicio fraternal al prójimo, y también
trabajar por su proyecto
,
la i
m
plantación del
R
eino de
D
ios en el
m
undo
. L
o sorprendente
es que haya que estar recordando esto tanto tiempo después de la época de Jesús. Eso
significa que la historia de la Iglesia es la historia de una larga tradición deformadora
del mensaje del Maestro. En teoría, el Sínodo de la Sinodalidad en marcha debería
afrontar bastantes aspectos de esa problemática. Pero todo gira en torno al principal
problema, el de la fidelidad de la Iglesia al Evangelio.
L
a contradicción entre Religión y Evangelio es que el centro de la Religión es la lucha
contra el pecado
, m
ientras que el centro del
E
vangelio es la lucha contra el sufri
m
iento
.
H
oy se manifiesta esa contradicción en el hecho de que predomina una teología que
pone su acento en el concepto de “redención”, que interpreta la muerte de Jesús como
un sacrificio, un precio que tuvo que pagar para redi
m
ir del pecado a la hu
m
anidad
. E
n
esa teología, la enseñanza del Evangelio como la lucha contra el sufrimiento humano
queda desdibujada. En el culto eclesial de la misa el Evangelio queda muy marginado,
reducido a una corta lectura que el celebrante explica luego a su manera.
R
esu
m
iendo
,
se trata de un secuestro de
J
esús y su
m
ensaje
.
E
l secuestro de
J
esucristo viene
de antiguo
. M
uy pronto el lugar de
C
risto lo ocupó una relign poco o nada cristiana
;
la
novedad que aportaba
C
risto y su
E
vangelio se parali y fue ree
m
plazada por una relign
alienante
. L
a
I
glesia no ha tenido arrojo para procla
m
ar las exigencias del
E
vangelio
. L
a
Iglesia, en gran medida duerme plácidamente en maridaje con los poderosos. Y Cristo
sigue secuestrado en ella.
E
s
,
pues
,
un objetivo ir recuperando a
J
esús
,
pero no sólo en la
I
glesia institucional
,
sino
también en nuestra vida, ir haciendo algo también nosotros imitando la dedicación de Jesús
a
mitigar el dolor y las necesidades humanas. Él nos transfirió esa tarea: Como el Padre
me envió, así os envío yo.
Boletín núm. 51
- 11
de septiembre de 2023
La pregunta de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?», sigue pidiendo todavía una
respuesta a los creyentes de nuestro tiempo. No todos tenemos la misma imagen
de Jesús. Y esto no solo por el carácter inagotable de su personalidad, sino, sobre
todo, porque cada uno vamos elaborando nuestra imagen de Jesús a partir de
nuestros intereses y preocupaciones, condicionados por nuestra psicología
personal y el medio social al que pertenecemos, y marcados por la formación
religiosa que hemos recibido.
Y, sin embargo, la imagen de Cristo que podamos tener cada uno tiene
importancia decisiva para nuestra vida, pues condiciona nuestra manera de
entender y vivir la fe. Una imagen empobrecida, unilateral, parcial o falsa de
Jesús nos conducirá a una vivencia empobrecida, unilateral, parcial o falsa de la
fe. De ahí la importancia de evitar posibles deformaciones de nuestra visión de
Jesús y de purificar nuestra adhesión a él.
Por otra parte, es pura ilusión pensar que uno cree en Jesucristo porque «cree»
en un dogma o porque está dispuesto a creer «en lo que la santa Madre Iglesia
cree». En realidad, cada creyente cree en lo que cree él, es decir, en lo que
personalmente va descubriendo en su seguimiento a Jesucristo, aunque,
naturalmente, lo haga dentro de la comunidad cristiana.
Por desgracia, son bastantes los cristianos que entienden y viven su religión de
tal manera que, probablemente, nunca podrán tener una experiencia un poco viva
de lo que es encontrarse personalmente con Cristo.
Ya en una época muy temprana de su vida se han hecho una idea infantil de
Jesús, cuando quizá no se habían planteado todavía con suficiente lucidez las
cuestiones y preguntas a las que Cristo puede responder.
Más tarde ya no han vuelto a repensar su fe en Jesucristo, bien porque la
consideran algo trivial y sin importancia alguna para sus vidas, bien porque no se
atreven a examinarla con seriedad y rigor, bien porque se contentan con
conservarla de manera indiferente y apática, sin eco alguno en su ser.
Desgraciadamente no sospechan lo que Jesús podría ser para ellos. Marcel
Légaut escribía esta frase dura, pero quizá muy real: «Esos cristianos ignoran
quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirlo
jamás».
El 8 de agosto de 2020 fallecía en Brasil
D
o
m P
edro
C
asaldáliga
,
obispo de Mato
G
rosso
,
una persona de gran talla
m
oral que
constituye a
m
i juicio uno de sí
m
bolos
m
ás
lu
m
inosos del cristianis
m
o liberador
. E
n el
tercer aniversario de su
m
uerte quiero hacer
m
emoria de su figura profética, mística y
poética. Casaldáliga rompió la vieja
inco
m
patibilidad entre ser cristiano y ser
revolucionario con su apoyo
,
e incluso
presencia, en la mayoría de los procesos
revolucionarios de América Latina de las
últimas décadas: Cuba, Nicaragua, el
Salvador, Frente Zapatista, etc.
L
ogró hacer la síntesis de lo que suele consi
-
derarse irreconciliable: revolución y canción
,
evangelio y subversión
. A
lo confesaba
con su proverbial sinceridad poética:
Con un callo por anillo,
monseñor cortaba arroz.
¿Monseñor ‘martillo y hoz’? Me llaman.
Me llamarán subversivo.
Y yo les diré: lo soy.
Por mi pueblo en lucha, vivo.
Con mi pueblo en marcha, voy.
Tengo fe de guerrillero
y amor de revolución.
Y entre Evangelio y canción
sufro y digo lo que quiero”.
Supo compaginar lo local y lo global
dando lugar a la síntesis glocalizadora.
Pegado al Mato Grosso, tierra de comu-
nidades negras, indígenas y campesinas
sometidas a esclavitud por los fazen-
dieros, fue uno de los obispos más inter-
nacionales. Se identificó con las causas
de dichas comunidades: de los posseiros,
de los mártires, de las mujeres sub-
yugadas, de los indios sacrificados, del
diálogo interreligioso, de los afrodes-
cendientes cuyas culturas siguen siendo
humilladas. Hizo suyas también las
causas de todos los crucificados de la
tierra mutando la globalización neo-
liberal excluyente en globalización desde
abajo, desde las víctimas, la alter-
globalización inclusiva y liberadora.
Denunció las injusticias generadas por el
neoliberalismo, al que incluyó en la
nueva lista de pecados, hasta conside-
rarlo el mayor pecado y la gran blasfemia
del siglo XXI. Su rechazo del colonia-
lismo le llevó a luchar contra el Imperio,
contra el neoimperalismo, más poderoso,
más omnímodo y más inicuo que el viejo
imperialismo. Su consigna no pudo ser
más desestabilizadora del Imperio: “Con-
tra la política opresora de cualquier
imperio, la política liberadora del Reino
de Dios, que es de los pobres y de todos
aquellos y aquellas que tienen hambre y
sed de justicia”.
Casaldáliga, el gran amante de la vida de
quienes la tenían más amenazada, se vio
amenazado de muerte a diario. Pero
cuanto más arreciaban las amenazas, más
apostaba por la vida, hasta convertir su
poesía en la mejor defensa de la vida de
la gente que moría antes de tiempo y en
el arma incruenta s desmitificadora de
la muerte, a quien desafió en el “Roman-
cillo de la muerte”, con aire lorquiano:
“Ronda la muerte, ronda/ la muerte
rondera ronda./ Lo dijo Cristo/ antes que
Lorca./ Que me rondarás morena,/
vestida de miedo y sombra./ Que te
rondaré, morena,/ vestido de espera y
gloria./ Frente a la Vida,/ ¿qué es tu
victoria?/... ¡Tu nos rondarás,/pero te
podremos”. Es la más bella y certera
traducción comprometida del desafío de
Pablo de Tarso a la muerte, cuando le
dice en plan desafiante: “¿Dónde está, oh
muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?”
(1 Cor 15,55).
A la violencia de los poderosos res-
pondió con la no-violencia activa, inse-
parable de la justicia, en la mejor tra-
dición de los grandes pacifistas de la
historia: Buda, Confucio, crates, Jesús
de Nazaret, Francisco de Asís, Gandhi,
Luther King, Juan XXIII, Helder
Cámara, Monseñor Romero, Ellacuría,
Chico Mendes, Mariella Franco, Berta
Cáceres, los místicos y las místicas de
todas las religiones, etc.
Fue espiado tanto por colegas del
episcopado latinoamericano como por el
Vaticano que le llamó a capítulo siendo
el cardenal Ratzinger presidente de la
Congregación para la Doctrina de la Fe y
papa Juan Pablo II y le amenazó con el
cese como obispo. Tal actitud persecu-
toria, lejos de amedrentarle, le reafirmó
en su radicalismo evangélico, pero sin
romper ningún puente de comunicación
que le permitiera avanzar en el camino
hacia Otro Cristianismo Posible.
Creo que la mejor expresión del itine-
rario vital, existencial, humano y reli-
gioso de Pedro Casaldáliga es “teología y
praxis de liberación”: la praxis como acto
primero; la teología como acto segundo,
que dio lugar a una de las tendencias más
creativas de la teología de la liberación:
la Teopoética de la liberación. En ella el
obispo de Mato Grosso logró aunar esté-
tica literaria y ética. Pero no en abstracto,
sino desde la opción por los condenados
de la tierra para contribuir a su libera-
ción, devolverles es su dignidad y rehabi-
litarlos como seres humanos en el ejerci-
cio pleno de sus derechos, siendo el dere-
cho a una vida digna y verdaderamente
ecohumana fraterno-sororal el principal y
la fuente de los demás derechos.
La nonagenaria vida de Pedro Casal-
dáliga tuvo sentido y, quizá más impor-
tante, contribuyó a llenar de sentido la
vida de aquellas personas, colectivos y
pueblos a quienes los poderes coaligados
se le negó. Así cobra sentido también su
proverbial afirmación: “Mis causas son
más importantes que mi vida”.
P
ara profundizar en las ideas aquí expues
-
tas remito a Juan José Tamayo, Pedro
C
asalliga
. L
arga ca
m
inada con los pobres
de la tierra (Herder, Barcelona, 2020).
El anticristianismo de VOX
Gabriel Moreno González -
29 de agosto de 2023
Ahora que parece existir cierto empeño en el centroderecha español de menoscabar
a VOX, una vez constatado que resta más que suma y que el propio proyecto de
ultraderecha se ha vuelto más autorreferencial y tribal que nunca, no viene mal
ayudar a tan loable y al mismo tiempo cínica tarea para rematar la faena en la
progresiva desaparición de esta apendicitis política de España.
Quisiera detenerme aquí en una de las principales contradicciones que la formación
de Santiago Abascal muestra desde su nacimiento, y que ha sido muy poco o nada
explotada por sus contrincantes políticos. Me refiero a la de la incompatibilidad de
las ideas y políticas que enarbolan con el ideario cristiano del que supuestamente
dicen provenir y al que en teoría proclaman defender. Son incontables las veces
que hemos escuchado de sus bocas manifiestos en defensa de la cultura occidental
cristiana y de los valores asociados al cristianismo, como parte además “esencial de
la identidad española”. Muchos de sus dirigentes, con el nuevo ungido Buxadé a la
cabeza, proceden de ámbitos ultracatólicos, como el Opus Dei, y son de misa diaria
(y esperemos que de confesión también periódica).
¿Pero cómo puede ser cristiano un partido que demoniza a los menores no
acompañados, que defiende un bloqueo naval y militar frente a las pateras de
personas migrantes o que propugna la expulsión de estas por el mero hecho de no
tener recursos y ser extranjeros? Empezando por los menores: las enseñanzas de
Jesucristo son rupturistas con la tradición judía y romana de tratarlos como meros
objetos, de deshumanizarlos como simples pasos previos a la madurez. “Mirad que
no menospreciéis a uno de estos pequeños” (Mt. 18: 10-14), “dejad a los niños y no
les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como estos es el reino de los
cielos” (Mt., 19:13-14). En cuanto a las personas migrantes y su rechazo por Vox
(de las pobres, claro, de las ricas nunca dice nada), recordemos las palabras del
Evangelio (Mt. 25: 35-40): “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y
me disteis de beber; fui extranjero, y me acogisteis”. ¡Pero si la propia Sagrada
Familia fue emigrante y refugiada en Egipto!
¿Y cómo puede ser cristiano un partido que arremete contra el Estado social y
contra la consiguiente solidaridad de nuestra comunidad política? Reducir el
Estado es reducir las políticas de redistribución de la riqueza, o, en términos
cristianos, las políticas y mecanismos de compasión institucionalizada y colectiva.
Los Evangelios son claros: en Jesús y en su mensaje los pobres, los humildes, los
despreciados, los últimos, tienen un lugar y una atención preferente. Él mismo fue
pobre y vivió como pobre. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos serán saciados” (Mt. 5: 6-7). Pocos mensajes hay más
sociales, de tanta y tan intensa fraternidad, como la parábola de los jornaleros de la
viña y la frase que desconcertó a siglos de jerarquía: “los últimos serán los
primeros y los primeros, los últimos” (Mt. 20: 1-16).
El neoliberalismo extremo de VOX los sitúa en las antípodas no solo del mensaje
de fraternidad cristiana, sino también del mensaje oficial de la Iglesia Católica
desde la Rerum Novarum de León XIII, de su doctrina social y de la postura del
Papa Francisco. Su encíclica Fratelli Tutti es uno de los manifiestos mejor
fundamentados contra el capitalismo neoliberal y contra el nacionalismo xenófobo
y excluyente de los que hoy hace bandera la ultraderecha mundial y, en particular,
la nuestra nacional. “Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y
estas actitudes”, afirma el sucesor de San Pedro.
Por último, ¿cómo puede ser cristiano un partido que abomina del cuidado de la
“casa común” y que está vendido a la más pueril retórica antiecologista? El
negacionismo climático y la ausencia de medidas de transición ecológica, cuando
no directamente su rechazo, van contra la consideración cristiana de la creación y
de la necesidad de su preservación ante la amenaza que nos cierne. La degradación
del medio ambiente y el cambio climático acabarán arrasando con los “lirios del
campo” (Mt. 6: 28-34) y con la Laudato Si de San Francisco de Asís. Como afirma
el Papa: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan? Lo que está
en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en
dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá.”
Sin embargo, durante estos años se han echado de menos s pronunciamientos
expresos de la Iglesia, y sobre todo de la Iglesia española, sobre la deriva
antihumanista y abiertamente anticristiana de la ultraderecha. Nunca es tarde si la
dicha es buena, aunque también es ciertamente sorprendente el silencio del
centroderecha o de la llamada “democracia cristiana”, cuando no directamente su
connivencia con estos proyectos extremistas. Recordemos que Abascal o Melloni
no solo han terminado siendo abrazados por la derecha clásica y supuestamente
moderada, sino que provienen de sus filas o fueron acogidos en su momento con
gusto por sus parapetos institucionales, desde los que luego crecieron y alimentaron
al monstruo. Si la derecha moderada, sensata y verdaderamente cristiana (que la
hay) ahora quiere volver a meter al genio en la lámpara, debería esforzarse también
por combatir la retórica que nos ha arrastrado hasta aquí y que ha potenciado, hasta
límites intolerables, la polarización y la crispación. ¿Lo hará o se quedará en el
mero tacticismo de la política cortoplacista en la que todos parecemos estar
insertos? Lamentablemente, guardo pocas esperanzas.
La fuente de unidad ¿es la autoridad o la eucaristía?
Parece que uno de los objetivos de este sínodo es buscar “un ejercicio más participativo
del poder” con escucha, discernimientos y demás. Si no recuerdo mal, el amigo Jesús
Martínez evocaba hace poco por estas pantallas una vieja discusión del gran Congar,
sobre si en Mt 16 había que leer que el poder que da Cristo a Pedro pasa de Pedro a la
Iglesia o de Pedro al papa…
Quisiera añadir ahora otro elemento de reflexión sobre este
tema que es el recurso a la historia
.
Estructuras sociales y configuración de la Iglesia
En contra de lo que podríamos pensar
la Iglesia no se ha ido estructurando solo a partir
de sus textos fundacionales
(que admiten varias exégesis posibles) sino también (¿y
sobre todo?) a partir de la estructura social del mundo en que vivía. De ahí parece
seguirse que Dios no impone a su Iglesia una determinada organización sino solo una
misión. Y la configuración de la Iglesia debe ser solo la más apta para la evangelización
de cada momento histórico.
Se sorprenderán algunos de saber que, allá por el siglo XVI, gentes como san Roberto
Belarmino argumentaban así: “la mejor organización de la sociedad es la monarquía (así
pensaban los sociólogos de la época). Por eso Dios ha querido una monarquía para su
Iglesia”. Pero hay que añadir que este modo de argumentar no es moderno sino que ha
marcado las distintas épocas de nuestra historia.
La iglesia de los primeros siglos copió infinidad de rasgos de la sociedad de entonces
(
circunscripciones del i
m
perio ro
m
ano y de
m
ás
)
para irse organizando
. E
l i
m
perio ro
m
ano
había configurado la
m
entalidad de infinidad de seres hu
m
anos, cristianos o no: tanto que
Agustín sufre la caída del imperio como si fuera a ser el fin de la Iglesia. No sorprenderá
pues que, con Carlomagno, creyeran muchos que el cristianismo estaba salvado (el
cristianismo ¡y la sociedad!). Pero hoy todavía pesa en la Iglesia la hipoteca carolingia.
La historia permite ver además que, en esta asunción de las estructuras sociales de cada
hora histórica, hay casos en que la Iglesia se distancia de ellas (como fue la elección de
los obispos en el primer cristianismo), hay casos en que la Iglesia se adapta sin
problemas y casos en que la Iglesia se acomoda tanto que se aparta del evangelio.
Como muestra el libro de los Hechos,
la iglesia primitiva que comienza a crecer, no
tiene ningún criterio fijo de estructuración
. Aunque a me enseñaron que, en aquellos
cuarenta días después de la resurrección, Jesús les fue enseñando cómo tenían que
organizarse…, hasta llegar la iglesia de Pío IX. Pero no fue así. El primer cristianismo
recurrió entonces, para estructurarse, al Antiguo Testamento (cosa que tiene cierta
lógica); y copió o asumió de él estructuras y modos de ver. Así fue cómo el ministerio
eclesial fue asimilado a los antiguos sacerdotes veterotestamentarios, ahora más
libremente y sin ser solo de una tribu. A través de esa asimilación,
el presbiterado acabó
convirtiéndose en un sacerdocio” de la nueva alianza
, contraviniendo así al Nuevo
Testamento que (como es ya sabido) nunca llama sacerdotes a los servidores de la
Iglesia; y lo justifica además en la carta a los hebreos.
Misión de la Iglesia
P
or rápida que sea
,
esta panorámica nos puede ayudar a comprender que, en los afanes
citados al principio
,
a propósito del nuevo nodo
,
entra un factor funda
m
ental que no es
directa
m
ente evangélico sino sociológico
:
nosotros vivi
m
os en sociedades de
m
ocráticas y
creemos que la democracia es la manera mejor de estructurar una sociedad.
Si la Iglesia
ha de evangelizar en una sociedad que valora la democracia, no puede causar el
escándalo de presentarse como monarquía absoluta o algo parecido
.
E
ste detalle es el que
,
a la vez
,
nos i
m
pone una obligación pero nos da una gran libertad
:
la
iglesia habrá de ser a la vez “inculturada” (democrática) y crítica (propuesta alternativa).
Porque ni la democracia es, sin más, el sistema ideal, ni nuestras democracias son
perfectas como tales: están llenas de diferencias profundamente antifraternas, de
sometimiento a otros poderes anónimos (por lo general de índole económica) y de
marginación de verdades y valores que son aún minoritarios.
Así se fundamenta y se comprende la tesis antes dicha: Dios no impone a su Iglesia
ningún tipo de organización; le impone una misión. Y toca a la lglesia organizarse del
modo más apto para cumplir esa misión. Eso implica, como tarea para este sínodo, un
camino que sea a la vez de inculturación democrática y de instancia alternativa.
Actual y alternativa
E
n el pri
m
er ca
m
po tene
m
os te
m
as co
m
o la elección de los obispos y la igualdad varón
-
m
ujer
.
E
n el segundo la
I
glesia debe tener en cuenta que en nuestras de
m
ocracias tan desigualitarias
hay algo profundamente antidemocrático.
La palabra pueblo no pude sin más referirse a
todos sino, primariamente, a los excluidos de esta sociedad
que, de lo contrario, quedan
fuera de ese pueblo. Además la Iglesia no busca resolver sus problemas por un criterio
de mayorías contra minorías, sino por el consenso en el que todos ceden algo pero se
llega a una postura unánime (como intenta enseñar el capítulo 15 de los Hechos de los
Apóstoles). Y finalmente la Iglesia tampoco puede estar sometida a poderes fácticos
económicos (como podría ser, en nuestro caso, la supremacía de las iglesias ricas)…
T
a
m
bién la historia puede
m
ostrar
m
o la
I
glesia
,
a la vez que adaptada a las diversas
situaciones históricas
,
ha tenido ante ellas algo de instancia alternativa
. E
n otro lugar cité
antaño el co
m
entario del e
m
perador
A
lejando
S
evero
(
s
. III)
quejándose del descontento
del pueblo porque veían que (en la iglesia) los cristianos se nombraban ellos a sus
obispos, mientras que en el imperio no se hacía eso para los gobernadores. Igual de
llamativo es que, en plena mentalidad imperial, proclamara la Iglesia aquel principio,
hoy ya universal: “lo que afecta a todos debe ser tratado y aprobado por todos”. Un
principio minuciosamente estudiado por Y. Congar, y que san Bernardo esgrimió a
propósito de un conflicto provocado, si mal no recuerdo, por el nombramiento de un
obispo: “habría que haber escrito a todos ya que el asunto afecta a todos”.
Vigencia de la utopía pese a ser utopía
Ese principio nunca se cumplirá a la perfección: pues siempre hay algunos que, o se
desentienden de ese deber, o
consideran inconscientemente que “todos” somos en
realidad mi grupo y yo porque somos (o nos creemos) los mejores
Pero aun así, marca
la dirección en que debe caminar la Iglesia. Y constituye además el mejor empalme entre
la pretensión moderna de “sinodalidad” y la tradición más antigua. En ese principio
citado, la espiritualidad eclesial fue efectivamente instancia alternativa para la sociedad
civil. Y aquel
“todos, todos, todos”
que gritaba Francisco en Lisboa cuando la JMJ, no
es solo una misión para la Iglesia sino también una sugerencia para la sociedad que se
considera democrática.
E
n este sentido
,
se sorprenderán algunos si digo que
la sinodalidad no es una palabra nueva
descubierta hace solo unos meses por teólogos progres
. Ni siquiera es un término
católico sino que lo hemos recibido de las iglesias ortodoxas. Ya hace treinta años, mi
colega en Barcelona J. Fontbona publicó un libro titulado Comunión y sinodalidad,
cuando casi nadie conocía esa palabra. Allí analizaba la eclesiología de N. Afanasiev, I.
Zizioulas y J.M.R. Tillard. Y declaraba siguiendo a Zizioulas (uno de los mejores
eclesiólogos del momento en mi pobre opinión) que prefiere el término sinodalidad a
otros como conciliaridad o colegialidad, porque es un término más dinámico.
Utopía y eucaristía
En el fondo late aquí el problema eterno e ingente de unidad y multiplicidad. La
eclesiología del s. XIX (con alguna excepción asombrosa y silenciada como J. A.
Möhler) se estructuró desde la tesis de que la fuente de unidad es la autoridad. El
Vaticano II enseña que el principio de unidad de la Iglesia es la eucaristía: “en las
iglesias se celebra el misterio de la Cena del Señor, ‘a fin de que, por el cuerpo y la
sangre de Señor, quede unida toda la fraternidad’ (LG 26). Por supuesto, la
eclesiología eucarística no niega en absoluto la autoridad, pero no la concibe como
fuente de unidad sino como encargada y responsable de ella. Como había escrito Agustín
(y cita Congar) “las llaves no fueron dadas para uno sino para la unidad”.
Y es significativo que el cardenal Gasser, al presentar el tema de la infalibilidad en el
Vaticano I dijera que la misión del papa es “conservar y “reparar” la unidad de la
I
glesia
,
no crearla
. P
ero
,
co
m
o ya es sabido
,
ese discurso sirv solo para que los reticentes
aceptaran la definición
, m
ientras que los infalibilistas siguieron interpretando la
definición según su criterio y no según el discurso de Gasser.
E
sto podría llevar ta
m
bién al nodo a una transfor
m
acn de la teología y la praxis euca-
rística que pasara de su actual i
m
postación individualista
(“
voy a
M
isa
y
comulgo
”),
a
una i
m
postación
m
ás co
m
unitaria
:
celebra
m
os la
C
ena del
S
eñor
”.
Como cena “pascual”
la eucaristía es dinámica
(se sale de ella para caminar por el desierto); y además puede
encarnar muy bien los aspectos citados de inculturación y alternativa. Sinodalidad y
eucaristía deberían encontrarse co
m
o la justicia y la paz del sal
m
o
. A
lo
m
ejor no es
m
era
casualidad que la comunión que programa este sínodo (“comunión, participación y
misión”) sea la misma palabra con que designamos nuestra participación eucarística.
A
tendiendo a todos estos aspectos
,
la tarea podrá ser lenta y difícil
,
pero la
I
glesia estará
así cumpliendo su misión. Que el Espíritu inspire a todos los hermanos sinodales.
E
E
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(Deme Orte)