documentadas. La de José María Díez-Alegría la titulé “Un jesuita sin papeles: la aventura
de una conciencia”. Precisamente por su objeción de conciencia Alegría tuvo que
abandonar legalmente la Orden, aunque el simpar Arrupe, entonces superior general, le
permitió seguir viviendo como un jesuita más en casas de la Compañía. No sé de otro
instituto eclesial que haya tenido un gesto de este calibre.
A este respecto Pepe Castillo me contó una anécdota muy repetida en su encuentro con el
papa Francisco, cuando le invitó a una audiencia en Roma. Después de haberle hecho varias
de esas llamadas telefónicas que suele hacer a algunas personas por sorpresa, el ex jesuita
granadino le dijo al papa jesuita argentino: “Convénzase, santidad, los dos somos jesuitas
sin papeles”, lo que desencadenó un torrente de risas en el Papa. Castillo resume así lo
mejor que sacó de sus dos noviciados, lo que “hay en la base y fundamento de mi vida es
una “experiencia-clave”, que se mantiene firme en mí, tal como yo la siento, la percibo y es
el motor de lo que hago y deseo seguir haciendo, hasta el final de mis días. Es la
experiencia de Jesús, el Señor de mi vida, tal como lo he encontrado en el Evangelio”.
Contradicciones de nuestra Iglesia
O
tro punto es su experiencia hu
m
ana e intelectual en los centros de estudio donde ha ejercido
su profesorado co
m
o
C
órdoba, Granada, Roma, El Salvador y otros muchos lugares. De ello
afirmaba: “Esta Iglesia, a la que tanto debo, es la Iglesia que vive en una enorme y palpable
contradicción. Es la contradicción que consiste en que la Iglesia enseña (o pretende
enseñar) exactamente lo contrario de lo que vive. Y es el “clero”, lo digo sin rodeos, el que
lleva la batuta de esta enorme orquesta ruidosamente desafinada”. Particularmente sensible
a las contradicciones, estas estallan en su vida cuando se le prohíbe enseñar en Granada y al
mismo tiempo se le admite, e incluso se le anima, a hacerlo en la UCA de San Salvador.
“¿En Granada yo era peligroso y en El Salvador no lo era? ¿Cómo se explica esta
contradicción?”. ¡Por lo visto la razón formal es que la de Granada era facultad eclesiástica
y la de San Salvador civil! Como si la verdad dependiera de etiquetas.
Pepe admiraba la libertad profética de Pedro Arrupe, que le trató con gran comprensión y
delicadeza, o las confidencias de su sucesor en el generalato, Adolfo Nicolás, que al
despedirse le dijo: “Reza mucho por la Iglesia; porque más bajo de lo que ha caído, ya no
puede caer”. Castillo se atreve a decir que Wojtyla y Ratzinger, “aunque hombres muy
distintos, cada uno a su manera, le dieron más importancia a la fiel observancia de la
Religión que a la presencia del Evangelio en la vida de los individuos y de la sociedad”.
Sea como fuere la trayectoria teológica de Pepe Castillo, insuflada de una enorme cultura y
cientos de libros asi
m
ilados y otros escritos por él
,
es una continua superación de censuras y de
problemas de libertad de cátedra. Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a
censura”. Su clave para entenderla es la encarnación como humanización de Dios. Por eso
afirma en una estrecha unión de inmanencia y trascendencia: “Si luchamos en serio por
‘hu
m
anizar’ esta sociedad y este
m
undo
,
entonces y sólo entonces
,
podremos pensar en serio
que estamos luchando por ‘divinizar’ nuestra existencia”. Para señalar lo que distingue a
un cristiano del que no lo es, afirma que se produce cuando “sólo queda en pie el amor, la
bondad y el comportamiento que cada cual ha tenido en su vida con sus semejantes”.
Solo queda el amor
Muy esclarecedor es cuando se pregunta por su identidad de los últimos años: “¿Laico o
jesuita arrepentido?”. De pronto se descubrió viejo y libre por primera vez, en el sentido de