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L
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l
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p
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ó
ó
j
j
i
i
m
m
o
o
Como grupo o colectivo de cristianos somos muy conscientes de que el seguimiento
de Jesús de Nazaret consiste en atenerse a su enseñanza, asumir su programa y
priorizar lo que él presenta como la esencia de su mensaje, tener el Evangelio como
guía orientativa de vida... Esto puede parecer tan evidente que no necesitaría que se
insistiese sobre ello. Pero la triste realidad es que el amplio conjunto de iglesias que
se definen como cristianas tienen y se mueven en función de otras prioridades que no
tienen relación alguna con el Maestro Jesús. Se diferencian unas de otras por tener
dogmas distintos, cuando Jesús no definió ningún dogma, tienen cultos diferentes,
aunque Jesús no estableció ningún culto...
En el caso concreto de nuestra Iglesia Católica Romana, la marginación del Evangelio
es notoria. Durante siglos estuvo restringido al latín y otros idiomas que la mayoría de
la gente no comprende. Aún hoy la Iglesia no promueve la lectura del Evangelio y
otras escrituras bíblicas. La mayoría de los católicos es incapaz de exponer lo que
Jesús, el Evangelio, dice sobre tal o tal tema. Se atienen acríticamente a lo que quiera
impartirles el llamado “Magisterio eclesial” una jerarquía interesada en mantener a
los laicos en una situación como de minoría de edad que sirve para justificar el
encumbramiento del poder que se basa en tradiciones.
En nuestra reunión del 7 de marzo quisimos reflexionar sobre algunas enseñanzas
evangélicas que no están siendo fielmente transmitidas por el mencionado Magisterio
oficial de la Iglesia, aunque obtenemos ayuda eclesial sobre ellas por las obras de
autores del ámbito de la Teología de la Liberación. Concretamente, el libro de José
María Castillo: Declive de la Religión y futuro del Evangelio, dedica unos capítulos
a aclarar el concepto de la centralidad del amor al prójimo.
La Religión o religiosidad que promueve la Iglesia oficial se basa en el cumplimiento
de preceptos
,
asistencia a cultos
,
prácticas devocionales
S
i estuviése
m
os más atentos
al mensaje que transmite el Evangelio veríamos que Jesús no le da mucha importancia
a eso. Para él, lo principal es el amor y el servicio al prójimo. Los templos donde Dios
quiere que se le rinda culto son los seres humanos, especialmente los más necesitados
y desgraciados. El Evangelio explicita esto en la parábola del Buen Samaritano. Jesús
valoraba más la atención humanitaria del samaritano que asistió al herido que estaba
tirado al lado del camino que la devoción del sacerdote y el levita que acudían al
Templo y daban más importancia a sus devociones que a la misericordia.
Dicho esto, conviene aclarar que Jesús no rechaza ni desprecia la oración comunitaria
que se realiza en los lugares de culto. Precisamente la lectura evangélica del domingo
anterior a nuestra reunión describía la expulsión de los mercaderes del templo por
parte de Jesús porque la actividad mercantil convierte en cueva de ladrones lo que
debe ser casa de oración. En la Celebración Eucarística que tuvimos al final de la
reunión se leyó y comentó ese texto.
B
oletín nú
m
. 58
- 11 de marzo de 2024
En el debate que tuvimos sobre este tema se expusieron numerosos ejemplos de ese
mercadeo de las cosas de la religión. El negocio que se mueve en lugares como
Compostela, Fátima, Lourdes, Vaticano… recuerda lo que ocurría en el templo de
Jerusalén en la época de Jesús. La gente acude a esos lugares, al igual que los judíos
asistían al Templo de Jerusalén, movidos por devoción, y eso nutre al mercado puesto
que el mercado se nutre de todo tipo de actividad humana.
Pero, sobre todo, hay que distinguir entre esa devoción descomprometida, vacía, y lo
que Jesús evocaba cuando decía: cuando dos o más se reúnen en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos. Reunirse en nombre de Jesús significa comprometerse con
su proyecto liberador, movilizarse y organizarse para trabajar por el tipo de mundo
que Jesús quiere construir, un tipo de mundo distinto del de esta cueva de ladrones de
los mercaderes y su instrumento el dinero: No se puede servir a Dios y al dinero.
E
l
m
undo del dinero y el
m
ercado genera desigualdad y co
m
petencia entre los hu
m
anos
,
afán de poseer y dominar, lucha, guerras, depredación de los recursos del planeta…
Una sociedad basada en esos valores del mercado, la propiedad privada, la puja por el
dominio económico… es como una casa edificada sobre barro. Las guerras y las
calamidades que producen son simbolizadas en el Evangelio como la catástrofe de
una casa que se hunde por no tener un funda
m
ento sólido
. J
esús convoca a construir
sobre roca, postula un
m
undo y una sociedad basados sobre otros valores distintos de
los del
m
ercado
,
los valores expresados por las
B
ienaventuranzas
:
fraternidad,
solidaridad,
rechazo de la avaricia, afán de justicia, trabajo por la paz…
Nuestras asambleas religiosas comunitarias son totalmente inútiles si no sirven para
que asumamos ese programa y nos concienciemos sobre su realización. Jesús nos
acompaña en nuestras reuniones y actos comunitarios lo si tenemos como objetivo
la consecución del Reino de Dios en el mundo y estamos prestos para su realización.
Esa es la verdadera finalidad y objetivo definitivo de la religión. Todo lo demás son
sólo instrumentos para alcanzar esa meta: oraciones, culto, sacramentos, ayunos,
penitencias son útiles sólo si nos sirven para tomar conciencia del mencionado
objetivo, pero pueden ser un estorbo, algo negativo, si sirven para distraernos de
trabajar por esa meta.
Esta enseñanza no suele ser impartida por la Iglesia oficial. Su historia de muchos
siglos evidencia que su jerarquía se aviene muy bien con los sistemas de dominación
establecidos. Tanto en la propia Iglesia como en la sociedad hay estamentos o clases
dominantes y aunque eso va en contra del espíritu del Evangelio, en el ámbito eclesial
fracasan o son sofocados uno tras otro los intentos de auto-reforma que se emprenden.
El actual proceso del Sínodo de la sinodalidad parece condenado a tal fracaso.
Sólo movimientos marginales y marginados como los relacionados con la Teología
de la Liberación parecen comprometidos con la recuperación del espíritu del Evan-
gelio. Uno de esos colectivos,
REDES CRISTIANAS
, tendrá los días
17
al
19
de
m
ayo
próximo su VIII Encuentro, en Madrid, para tratar precisamente el tema de las des-
igualdades en la Iglesia y en la sociedad. En el fin de semana siguiente nuestro
colectivo de
Cristianos de Base
de Asturias
, tendrá el XXXI Encuentro con tema:
Cristianismo y laicismo. Se trata de transmitir al público nuestra preocupación, como
cristianos, sobre problemas que afectan a nuestra sociedad y a la Iglesia en ella.
Durante los días 17, 18 y 19 del próximo mes de mayo Redes Cristianas va a
celebrar su VIII Encuentro estatal. Y para esta ocasión ha elegido siguiente
lema: “Las desigualdades: desafíos y propuestas”.
Presentada en público en Madrid en 2006, Redes Cristianas está presente en
todas las autonomías de Estado, con un número aproximado de unos 200
colectivos y comunidades.
R
edes
C
ristianas se caracteriza por
m
antener una postura crítica ante el in
m
o-
vilis
m
o de las sociedades y de las instituciones tanto civiles como religiosas.
D
urante casi
20
os de existencia
,
su voz se ha dejador tanto por escrito co
m
o
en calles y plazas
,
al lado de
m
ovimientos sociales y ciudadanos
,
reivindicando
siempre igualdad y justicia. Reivindicación también hecha dentro de la Iglesia
católica, de la que es mayoritariamente parte, apoyando, y yendo más lejos
que el tímido impulso renovador que está realizando el papa Francisco.
Centrada durante estas jornadas del VIII Encuentro en el análisis y posibles
salidas de las grandes desigualdades que nos afectan, Redes Cristianas no
pretende quedarse en su sola constatación y denuncia. A pesar de la
coyuntura desfavorable y del aire involutivo del momento actual, Redes
quiere apostar decididamente por salidas con futuro.
Es notorio que, en el debate abierto en la primera etapa del Sínodo de la
sinodalidad, Redes Cristianas elaboró un amplio y muy documentado informe
sobre la urgencia de abordar en estos momentos los graves problemas que
histórica
m
ente nos aco
m
pañan
. Y
se co
m
pro
m
etía
,
a su vez
,
a colaborar en la
búsqueda de soluciones sólidas y reales con las herra
m
ientas que actual
m
ente
nos proporciona la nueva cultura. Porque ya no podemos enfrentarnos hoy a
las gravísimas situaciones de desigualdad e injusticia que nos afectan con
solo discursos ideológicos que tratan de perpetuar un pasado de sumisión
colonial y patriarcal. La ciencia y la tecnología actual, con las nuevas
espiritualidades que las acompañan, están ofreciendo otras alternativas.
D
e entrada
, R
edes
C
ristianas aborda estas jornadas desde una espiritualidad libe
-
radora que abarca las principales di
m
ensiones
(
econó
m
icas
,
laborales
,
políticas
,
étnicas
,
culturales
,
religiosas
,
éticas
,
sexuales
,
ecológicas
,
etc
.)
que discri
m
inan
y hu
m
illan al ser hu
m
ano
;
y desde unas actitudes que
m
ilitan justa
m
ente por todo
lo contrario, es decir, la igualdad y la justicia, bases de la dignidad humana.
REUNIRSE EN EL NOMBRE DE JESÚS
L
a destrucción del te
m
plo de
J
erusalén el año
70
provocó una profunda crisis en el
pueblo judío
. E
l te
m
plo era
«
la casa de
D
ios
». D
esde allí reinaba i
m
poniendo su ley
.
D
estruido el te
m
plo
, ¿
nde podrían encontrarse ahora con su presencia salvadora
?
Los rabinos reaccionaron buscando a Dios en las reuniones que hacían para
estudiar la Ley. El célebre Rabbi Ananías, muerto hacia el año 135, lo afirmaba
claramente: «Donde dos se reúnen para estudiar las palabras de la Ley, la
presencia de Dios (la «Shekiná») está con ellos.
Los seguidores de Jesús provenientes del judaísmo reaccionaron de manera muy
diferente. Mateo recuerda a sus lectores unas palabras que atribuye a Jesús y que
son de gran importancia para mantener viva su presencia entre sus seguidores:
«Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
No es una reunión que se hace por costumbre, por disciplina o por sumisión a un
precepto. La atmósfera de este encuentro es otra cosa. Son seguidores de Jesús
que «se reúnen en su nombre», atraídos por él, animados por su espíritu. Jesús es
la razón, la fuente, el aliento, la vida de ese encuentro. Allí se hace presente
Jesús, el resucitado.
No es ningún secreto que la reunión dominical de los cristianos está en crisis
profunda. A no pocos la misa se les hace insufrible. Ya no tienen paciencia para
asistir a un acto en el que se les escapa el sentido de los símbolos y donde no
siempre escuchan palabras que toquen la realidad de sus vidas.
Algunos sólo conocen misas reducidas a un acto gregario, regulado y dirigido
por los eclesiásticos, donde el pueblo permanece pasivo, encerrado en su silencio
o en sus respuestas mecánicas, sin poder sintonizar con un lenguaje cuyo
contenido no siempre entienden. ¿Es esto «reunirse en el nombre del Señor»?
¿Cómo es posible que la reunión dominical se vaya perdiendo como si no pasara
nada? ¿No es la Eucaristía el centro del cristianismo? ¿Cómo es que la Jerarquía
prefiera no plantearse nada, no cambiar nada? ¿Cómo es que los cristianos
permanecemos callados? ¿Por qué tanta pasividad y falta de reacción? ¿Dónde
suscitará el Espíritu encuentros de dos o tres que nos enseñen a reunirnos en el
nombre de Jesús?
L
leva
m
os tie
m
po acostumbrados a una manera de ser Iglesia, donde unos
lideran y otros viven pasiva
m
ente actuando solo cuando se les da per
m
iso
.
L
a necesidad de transformación para vivir mejor el Evangelio, ha venido
de la mano del
Papa Francisco
en forma de sinodalidad. Su propuesta de
actitud de escucha para luego discernir ampliando el número de convo-
cados, ha sido un terremoto en la Iglesia. Quedan muchos oídos que no
quieren escuchar desde la indiferencia, pero también desde una belige-
rante actitud que trata de entorpecer el proceso.
Seguro que hay más de una causa para tanto palo en las ruedas sino-
dales, pero una razón principal es el miedo; miedo al cambio y a lo que
esto supone. Los dirigentes eclesiásticos del tiempo de
Jesús
también
tuvieron miedo al cambio, a abrirse a una realidad religiosa más autén-
tica. Entonces no había Cuaresma, pero un proceso de conversión les
hubiera venido muy bien.
Ese miedo es poliédrico por lo que supone de pérdida de poder que la
organización institucional les ha conferido
m
ediante una rígida jerarquía en la
que el
C
ódigo de
D
erecho
C
anónico ha llegado a ser en ocasiones
m
ás potente
que el
E
vangelio
. E
l liderazgo de servicio institucionalizado en la últi
m
a
C
ena
,
ha sido menos importante en muchas ocasiones que el poder eclesial
establecido por norma. El poder frente al servicio aparece en el Evangelio
al revés, pero es muy del gusto de no pocos consagrados, laicos y laicas.
C
on la pro
m
oción del sacerdocio bautis
m
al en una iglesia donde la
m
ayoría
somos laicos y laicas, las cosas se plantean de otra manera, con otro
protagonismo para la verdadera fe en el Espíritu, el impulsor de la sino-
dalidad
. Y
claro
,
causa
m
iedo tener que co
m
partir responsabilidades
,
caris-
m
as
,
ideas que
,
sin duda
,
su aplicación reducirá no pocos abusos de poder
.
Eso de “alquilar la conciencia” al sacerdote de turno para que me diga lo
que tengo que hacer, ha sido norma en buena parte del laicado, que
ahora ve como sus seguridades también se tambalean. Que una cosa es
hacer la labor de un padre espiritual, y otra propiciar cristianos inma-
duros con una conciencia infantilizada. Y con el miedo a cambios en el
papel de la mujer, claro. Todo gira en torno a perder una identidad llena
de seguridades en que fueron ajenas al mensaje de Jesús. Francisco lo
llama clericalismo, en sus diferentes miradas.
La sinodalidad ha llegado para vivir mejor el Evangelio y desbastar las
ramas secas que nos impiden crecer. Pero se ha encontrado con una
praxis que impide evangelizar. Y son demasiados los defraudados que
nos han dejado por nuestros propios errores y ya no nos ven como
Buena Noticia; o esta no se ve tanto como los males del clericalismo
institucional tan presente en todo.
E
l sínodo de la sinodalidad que arranca en octubre es para vencer los
m
ie-
dos al ca
m
bio y co
m
enzar un nuevo tie
m
po eclesial
. E
l a
m
or supera
el m
iedo
,
y en el caso de
D
ios
,
la audacia de seguirle con el eje
m
plo de su a
m
or trans-
for
m
a toda situación de la vida y da paz en el conflicto reforzando la Iglesia
P
ueblo de
D
ios y señalando a la iglesia institución al servicio de aquél.
Muchas personas temen el camino sinodal porque no lo comprenden, te-
miendo que provoque cismas, sin valorar que este camino es un aconteci-
m
iento de oración
,
hu
m
ildad y de fe verdadera
. S
e olvidan de que es el
E
spí-
ritu
S
anto quien nos guía en este proceso
. E
l
m
ensaje cristiano de vivir sin
estar atenazados por el
m
iedo es profunda
m
ente cristiano
: “N
o tengáis
miedo” es una expresión frecuente de Jesús (Mc 6:49-50; Mt 10, 29-31; Lc
12,6; Lc 12,32; Jn 14,27). La primera Carta de Juan afirma que el amor anu-
la al temor (1 Juan 4,18). Y en general, las Escrituras remiten a una expe-
riencia de Dios que disipa los miedos y brinda seguridad: Is 41, 10; Josué
1,9; Sal 27,1; Dt 31,8; Prv 29,25; Hch 2,4; Gal. 5:22-23, entre otros.
Hay quien intenta imponerse con el mantra de que si abrimos la Iglesia
perderemos identidad. Frente a esta visión, Francisco afirma que “los
cambios suponen siempre unos riesgos, unos peligros, pero a la vez se
convierte en el único modo de crecer y, por tanto de mejorar, a nivel
personal y también social y colectivamente". Yo añadiría que no cambiar
por miedo, supone un riesgo mucho mayor.
Aprender a aceptar y crecer con los demás es necesario. La tentación de
encerrarse en las ideologías no debe prevalecer; sería sectario. Es preciso
encontrar una forma de vivir la belleza de la diversidad con el Evangelio
en la mano. Y en eso estamos, en plena sinodalidad.
La Pascua de los judíos estaba cerca, y Jesús subió a Jerusalén y encontró en el
templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero
allí sentados. Y haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del templo,
con las ovejas y los bueyes; desparramó las monedas de los cambistas y volcó las
mesas y dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí; no hagáis de la
casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que
estaba escrito: El celo por tu casa me devorará. Entonces los judíos respondieron
y le dijeron: ¿Qué señal nos muestras para obrar así? Jesús les respondió:
Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Entonces los judíos dijeron: En
cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y lo levantarás en tres días?
Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó de los
muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y creyeron en la
Escritura y en la palabra que Jesús había hablado. Mientras estuvo en
Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en su nombre al ver las
señales que hacía. Pero Jesús, por su parte, no se confiaba a ellos, porque
conocía a todos y no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio del ser
humano, pues Él conocía lo que hay en Él (Juan 2, 13-25).
C
ontinua
m
os en el tie
m
po de cuares
m
a y el evangelio de hoy nos trae un pasaje narrado
por los cuatro evangelios -con sus debidas diferencias debido a la intencionalidad
de cada evangelista- pero que conocemos como “expulsión de los vendedores del
Templo”. La interpretación literal nos lleva a pensar que Jesús quiere realizar una
purificación del templo porque se ha convertido en lugar de comercio y no se
pueden irrespetar los lugares sagrados. Algo de purificación podemos encontrar en
el pasaje -por la importancia que en el contexto judío le dan a la pureza ritual- pero,
en realidad, lo más importante es situarlo en el anuncio del reino de Dios que Jesús
realiza, anuncio hecho con palabras, pero también con gestos y actitudes.
El pasaje de hoy se puede inscribir en esos signos proféticos que por la fuerza y
desconcierto que causan, pretenden llamar la atención profundamente, buscando
lograr el efecto que una demanda suave y medida no consigue.
El Templo para los judíos era una de sus instituciones sagradas. Pero el reino de
Dios confronta dichas instituciones, no por ellas mismas sino por el empleo que se
les da. El Templo, en lugar de ser casa de encuentro del pueblo del Señor, se había
convertido en lugar de exclusión para todos aquellos que, por su enfermedad, su
etnia, su sexo, su ocupación, etc., no podían llegar sino hasta el patio e incluso de
los que ni allí podían acceder. Además, con el talante de las ofrendas hechas, se
mostraba el diferente estatus social de los peregrinos. Jesús fue presentado en el
Templo, ofreciendo un par de tórtolas porque su nivel social no le permitía ofrecer
un cordero, ofrenda propia de los más adinerados.
Este gesto profético de Jesús busca mostrar la centralidad del ser humano por
encima de cualquier ley, rito, tradición, costumbre, así sea en nombre de Dios. Para
el Dios Padre/Madre del reino, nada puede estar por encima del bienestar,
necesidad, atención que precise uno de sus hijos e hijas. Y es tal el valor del ser
humano que Jesús se atreve a remplazar, en cierto sentido con sus palabras, el valor
del Templo por el de su mismo Cuerpo que, en términos paulinos, son también
todos los miembros de su cuerpo (1 Cor 12, 12-30), los seres humanos,
considerados “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19).
Recordemos que este texto es pospascual y cuando el evangelista lo escribe, ya el
Templo había sido destruido y ya habían vivido la experiencia de la resurrección de
Jesús. Es decir, el nuevo Templo que ha de ser reconocido por sus seguidores no
corresponde a templos de piedra sino a su resurrección y a la vida resucitada que
nos comunica por medio de su Espíritu.
El texto termina diciendo que, aunque muchos creyeron en Él por los signos que
realizaba, Jesús no confiaba en ellos porque bien los conocía. Podríamos aplicarlo a
nuestro presente reconociendo que Jesús tenía razón de no fiarse de nosotros.
Continuamente erigimos templos de piedra para no acudir al verdadero templo que
es el ser humano, todos y cada uno de nuestros hermanos y hermanas por los cuales
hay que anteponer su necesidad a cualquier rito, liturgia, ofrenda, rezo, ayuno, etc.
Lamentablemente en nuestra Iglesia y en muchos de sus miembros lo ritual es más
importante que las personas y continuamente inventan más signos externos -velos,
inciensos, lujos, genuflexiones, imágenes, joyas religiosas, etc., alejándose cada
vez s de la sencillez del mensaje del reino de Dios. Así mismo, impiden la
reforma eclesial porque son incapaces de vivir la libertad de los hijos de Dios para
implementar los cambios necesarios que respondan a los desafíos actuales, dejando
de ser esta iglesia llena de retrocesos, miedos y anatemas, de la que cada vez se
aleja más gente.
Ojalá este tiempo de cuaresma fuera tiempo de expulsar tantas cosas que creyendo
nos acercan a Dios, se convierten en obstáculo para amar y servir al único Templo
que vale a los ojos de Dios: todo ser humano, absolutamente todos, todas y todos,
comenzando por los más necesitados.
El capitalismo es la religión del dinero.
El dinero es el ídolo, el dios, el ser supremo.
Su religión es el Mercado
con sus dogmas de la propiedad privada como sagrada,
la ley de la oferta y la demanda como primer mandamiento,
y el beneficio económico como objetivo primordial.
Sus templos son los bancos
con sus cajas fuertes como sagrarios de lo divino,
sus cajeros como confesionarios unipersonales,
sus oficinas como sacristías de conspiración,
sus ofertas como sermones seductores,
sus agentes de traje y corbata como sacerdotes serviciales,
su ecumenismo de fusión de los grandes y absorción de los menores,
y hasta algunos herejes que optan por la banca ética
,
aunque parezca un oxí
m
oron.
Te ofrecen sus tarjetas mágicas para pagar sin efectivo,
como estampitas, con su timo y todo.
Te regalan paraguas cuando hace sol
y te los reclaman cuando llueve.
Tienen también sus sacramentos:
El bautismo de abrirte una cuenta sin comisiones,
la confirmación de tus datos, pero no de los suyos,
la confesión en la declaración de Hacienda,
el orden sagrado de su jerarquía y su junta de accionistas,
el matrimonio de la hipoteca fija o variable,
la misa del sacrificio de tu vida y de su acción de gracias,
la unción de los enfermos de un préstamo ventajoso,
y la extremaunción de tu ruina si te descuidas.
Nunca tienen suficientes beneficios por tantos impuestos,
pero si quiebran siempre tendrán a papá Estado para rescatarles.
Son el poder real por encima de la democracia
y tienen al poder político como monaguillo de su misa.
Te ofrecen planes de pensiones halagadores
y prometen el cielo de inversiones salvadoras,
mientras ellos se refugian en sus paraísos fiscales.
Pero si pecas de insolvencia tendrás la penitencia del desahucio
y el infierno de la deuda eterna.
E
l objetivo de
J
uan
(
2:13-25
)
encuadra a
J
esús ascendiendo hacia
J
erusalén
. P
ode
m
os i
m
aginar
sus pasos solitarios
,
pero la to
m
a es
m
uy rápida
. L
e ve
m
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m
ediata
m
ente en el te
m
plo
,
en el
lla
m
ado
patio de los gentiles
,
la parte del recinto donde ta
m
bién poan entrar los extranjeros
.
E
l caos irrumpe de repente en la escena: los bueyes braman, las ovejas balan, las palomas
atrapadas hacen oír sus gritos guturales: es el sonido de un mercado que satura la escena. Se
desarrolla el ajetreo del comercio de animales para sacrificios, para alabanza de Dios.
Vemos la escena subjetivamente a través de los ojos de Jesús. Es un plano lateral que pasa
revista a las bestias y se detiene en unos hombres sentados al margen contando dinero: los
cambistas. Los peregrinos, venidos de las regiones de Palestina y de los lugares de la
diáspora, tenían que cambiar sus monedas por la prescrita. Es el caos para lo sagrado, la
religión convertida en mercado. La oración se ve desbordada por el bazar. Dios se compra.
J
uan no entra en la psicología de
J
esús
. E
l objetivo gira ahora y se fija con un zoo
m
rápido en
sus
m
anos que están tejiendo cuerdas. Jesús está fabricando con sus divinas manos humanas
un látigo
. Y
rápida
m
ente ve
m
os ese azote de
D
ios cayendo sobre todo. Con ese rudimentario
artilugio se lanza sobre hombres y bestias por igual. Es el pandemónium desatado por un
solo hombre. Todos huyen: su ira debió de ser de una violencia sin precedentes.
Jesús, fuera de sí, consigue expulsar a todos del templo. El alboroto se agudiza por el
tintineo de las monedas que caen sobre el suelo empedrado del patio desde los bancos que
Jesús vuelca gritando: ¡Sacad de aquí estas cosas y no hagáis de la casa de mi Padre un
mercado!. La casa del Padre, de la libre devoción y del afecto, de la eternidad la filiación,
se había convertido en el lugar del intercambio comercial, del interés, del lucro. Los
discípulos contemplan la escena de locura ardiente y recuerdan un salmo que dice: “La
pasión por la casa de Dios es como un fuego que me consume”.
E
ntonces intervienen las autoridades y los
m
ie
m
bros del
S
anedrín
,
pero de for
m
a cautelosa
,
cir
-
cunspecta
. N
o interviene la fuerza pública para sofocar el caos
,
sino una pregunta ingeniosa
,
una provocacn sutil
,
una petición plausible
:¿Q
ué sal nos
m
uestras para hacer estas cosas
?”.
E
n definitiva
,
le preguntan qué derecho tiene a co
m
portarse así
:
tendría que realizar un
m
ilagro
capaz de
demostrar
que no se trataba del arrebato de un loco, sino de una acción que revelara
que actuaba en nombre de Dios, como él afirma, al actuar dentro del recinto del templo.
E
s un desafío que exige una escalada de tensión
: ¿
eres un loco o un profeta
? ¡Q
ue
J
esús nos
sorprenda ahora con una actuación
! E
n el
m
o
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ento de
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ayor tentación
, ¡
que
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uestre lo que
real
m
ente es
! Y J
esús
,
co
m
o sie
m
pre, evita la exigencia de un triunfo descarado. El suyo es
un poder diferente, desnudo precisamente porque es absoluto
. R
esponde críptica
m
ente
:
“D
estruid este te
m
plo y en tres días lo levantaré
”. S
e refiere al templo de su cuerpo,
anunciando su resurrección, su victoria sobre la muerte. Dice la verdad de tal manera que
puede ser malinterpretada, confundiendo la inteligencia de los astutos.
T
odo ter
m
ina a
. P
ero
J
uan nos dice que
, m
ientras está en
J
erusalén
, J
esús
realiza m
ilagros
,
razón
por la que muchos creyeron en él. Y, sin embargo, Jesús no se fía de estos nuevos
creyentes, porque “sabía lo que hay en el hombre”, su sed de fascinación, asombro y
triunfo, de exhibición milagrosa que no es amor, no es confianza, sino que sólo responde al
deseo blasfemo del hombre fuerte. El rey de reyes está desnudo.