les da. El Templo, en lugar de ser casa de encuentro del pueblo del Señor, se había
convertido en lugar de exclusión para todos aquellos que, por su enfermedad, su
etnia, su sexo, su ocupación, etc., no podían llegar sino hasta el patio e incluso de
los que ni allí podían acceder. Además, con el talante de las ofrendas hechas, se
mostraba el diferente estatus social de los peregrinos. Jesús fue presentado en el
Templo, ofreciendo un par de tórtolas porque su nivel social no le permitía ofrecer
un cordero, ofrenda propia de los más adinerados.
Este gesto profético de Jesús busca mostrar la centralidad del ser humano por
encima de cualquier ley, rito, tradición, costumbre, así sea en nombre de Dios. Para
el Dios Padre/Madre del reino, nada puede estar por encima del bienestar,
necesidad, atención que precise uno de sus hijos e hijas. Y es tal el valor del ser
humano que Jesús se atreve a remplazar, en cierto sentido con sus palabras, el valor
del Templo por el de su mismo Cuerpo que, en términos paulinos, son también
todos los miembros de su cuerpo (1 Cor 12, 12-30), los seres humanos,
considerados “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19).
Recordemos que este texto es pospascual y cuando el evangelista lo escribe, ya el
Templo había sido destruido y ya habían vivido la experiencia de la resurrección de
Jesús. Es decir, el nuevo Templo que ha de ser reconocido por sus seguidores no
corresponde a templos de piedra sino a su resurrección y a la vida resucitada que
nos comunica por medio de su Espíritu.
El texto termina diciendo que, aunque muchos creyeron en Él por los signos que
realizaba, Jesús no confiaba en ellos porque bien los conocía. Podríamos aplicarlo a
nuestro presente reconociendo que Jesús tenía razón de no fiarse de nosotros.
Continuamente erigimos templos de piedra para no acudir al verdadero templo que
es el ser humano, todos y cada uno de nuestros hermanos y hermanas por los cuales
hay que anteponer su necesidad a cualquier rito, liturgia, ofrenda, rezo, ayuno, etc.
Lamentablemente en nuestra Iglesia y en muchos de sus miembros lo ritual es más
importante que las personas y continuamente inventan más signos externos -velos,
inciensos, lujos, genuflexiones, imágenes, joyas religiosas, etc., alejándose cada
vez más de la sencillez del mensaje del reino de Dios. Así mismo, impiden la
reforma eclesial porque son incapaces de vivir la libertad de los hijos de Dios para
implementar los cambios necesarios que respondan a los desafíos actuales, dejando
de ser esta iglesia llena de retrocesos, miedos y anatemas, de la que cada vez se
aleja más gente.
Ojalá este tiempo de cuaresma fuera tiempo de expulsar tantas cosas que creyendo
nos acercan a Dios, se convierten en obstáculo para amar y servir al único Templo
que vale a los ojos de Dios: todo ser humano, absolutamente todos, todas y todos,
comenzando por los más necesitados.