como “principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad tanto de los Obispos
como de la multitud de los Fieles” (n. 8, citando la Constitución Lumen Gentium 23
del Vaticano II). (Lo mismo se repite en los nn. 10, 37, 38,69, 88, 101…). Por si a
alguien le cabe alguna duda: “En una Iglesia sinodal, la competencia decisoria del
Obispo, del Colegio episcopal y del Romano Pontífice es inalienable, ya que hunde
sus raíces en la estructura jerárquica de la Iglesia establecida por Cristo” (n. 70).
Dicho queda.
No hay mejor reflejo ni peor efecto del clericalismo sacralizado e inamovible que
el lugar y el papel que se reconoce a la mujer en la Iglesia. Y lo que dice el
Instrumentum laboris al respecto me parece algo patético. Insiste en “la necesidad de
dar un reconocimiento más pleno a los carismas, la vocación y el papel de las mujeres
en todas las esferas de la vida de la Iglesia” (n. 13), aboga por “una participación más
activa de la mujer en todos los ámbitos eclesiales" (n. 15), por “un acceso más amplio
a los puestos de responsabilidad en las diócesis y en las instituciones eclesiásticas”,
incluso por “un aumento del número de juezas en los procesos canónicos” (!), pero
todo ello “de acuerdo con las disposiciones existentes” (n .16) (clericales, claro está).
Justo asoma una referencia, muy escueta, a “la admisión de las mujeres en el minis-
terio diaconal”, para decir que no hay acuerdo al respecto, que “esta cuestión no será
objeto de los trabajos de la Segunda Sesión” del Sínodo (¿debemos entender que el
Sínodo es para tratar sobre aquello en lo que todo el mundo está de acuerdo?) y que…
“es bueno que continúe la reflexión teológica” (n. 17).
Doctores tiene la Iglesia que sabrán responderos. Y aumenta mi perplejidad al
constatar que la piedra de toque del clericalismo, la cuestión de la “ordenación
sacerdotal” de la mujer ni siquiera se menciona en el documento, cuando ha
estado presente en todas las mesas, parroquias, países y continentes, en todas las eta-
pas, fases e informes. Interprételo cada cual. Personalmente, en los números sobre el
papel de la mujer en la Iglesia percibo cierto deje de mala conciencia, como si los
redactores (presumo que casi todos clérigos) nos dijeran: “Perdón, lo sentimos, pero
así lo quiso Cristo, así lo quiere Dios”. ¿Cómo lo saben?
Así llevamos décadas, siglos y milenios, metidos en el callejón sin salida del clerica-
lismo. No será posible un verdadero sínodo, un camino compartido, una Iglesia
de hermanas y hermanos, libres e iguales, mientras no se derribe el muro, el sis-
tema, el modelo clerical. Y este Instrumentum laboris no lo rompe, ni lo cuestiona,
ni lo mira siquiera, a pesar de que dos veces utiliza el término “clericalismo” e incluso
denuncia sus “efectos tóxicos” (n. 35; cf. n. 75).
Pero el Espíritu (gran ausente de este documento) no se deja poseer ni se deja
encerrar. El Espíritu vibra en el corazón de todos los seres sin excepción y sin
exclusión. El Espíritu es el verdor de la vida, el movimiento, la relación, la creati-
vidad universal, la novedad permanente. El Espíritu atraviesa todos los credos y siste-
mas, muros y murallas, y abre sin cesar nuevos caminos de luz y de aliento.