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z
El Evangelio de Jesús nos llama a amar al prójimo, especialmente al más débil, al margi-
nado, al hambriento, al enfermo. Nos convoca a vivir como hijas e hijos del Reino, siendo
instrumentos de paz y de justicia. Hoy, ese llamado resuena con urgencia frente a las
decisiones de los poderosos del mundo.
El reciente anuncio del G7 de recortar la cooperación internacional en un 28 % para 2026
es, sin exagerar, una sentencia de muerte para millones de seres humanos. Niños y niñas
que no tendrán acceso a vacunas, mujeres embarazadas sin atención médica, personas
enfermas sin tratamiento. Esto no es un titular: es una herida abierta en el costado de la
humanidad. Y sabemos quién es el que sufre en cada uno de esos cuerpos llagados: es
Cristo mismo, crucificado hoy en los empobrecidos del mundo.
Mientras tanto, los países más ricos, incluida España, incrementan vertiginosamente su
gasto militar. En 2025, el presupuesto en defensa de nuestro país alcanzará los 33.123
millones de euros, el 2 % del PIB, lo que supone un aumento de más de 10.000 millones
respecto al año anterior. Y no por una necesidad real de defensa, sino por las presiones de la
OTAN y los intereses de una industria armamentística que, como siempre, está en manos de
los más ricos y los más lejanos al sufrimiento humano.
S
e pretende justificar ese gasto con un ene
m
igo que nos recetan
. P
ero
m
ultiplicar los tanques,
exige el cierre de escuelas. Fabricar misiles requiere debilitar la sanidad pública. Y mientras
se alimenta la maquinaria de guerra, millones caen en la pobreza, muchos de ellos en
nuestra propia tierra: 12,5 millones de personas en riesgo de exclusión, 4,1 millones en
pobreza severa, una pobreza infantil que hiere profundamente nuestra conciencia de país. Y
una juventud que, sin oportunidades, es condenada al paro o a la emigración.
Ante esta realidad, como Comunidades Cristianas de Base, tenemos que alzar la voz. No
podemos aceptar que se sacrifique la vida de los pobres para engordar las cuentas de las
empresas armamentísticas. No podemos ser cómplices del silencio mientras se renuncia a la
cooperación internacional para apostar por la guerra. No podemos olvidar el mandato de
Jesús: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34), un amor que no
empuña armas ni levanta muros, sino que sirve, cura y acoge.
E
s justo reconocer y apoyar la resistencia del gobierno español a las presiones para au
m
entar
el gasto
m
ilitar hasta el
5 %
del PIB. Pero como Iglesia encarnada en la vida del pueblo,
tenemos el deber de exigir con firmeza que los recursos se destinen a lo que da vida, no a lo
que la destruye. Vivienda digna, sanidad universal, educación pública, cooperación inter-
nacional, trabajo digno para todos: este es el verdadero escudo de una nación.
Jesús no e
m
puñó la espada
. D
enunció la injusticia
,
expul a los
m
ercaderes del te
m
plo y puso
a los pobres en el centro. Como seguidores suyos, no podemos rendir culto a la seguridad
armada ni al falso mito de la disuasión militar. Nuestra fe nos impulsa a construir la paz con
justicia, a denunciar el pecado estructural que margina, empobrece y mata, y a hacerlo
desde abajo, desde las periferias, desde el grito de los crucificados de la historia. Porque
“todo lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”
(Mt
25,40). Que el Evangelio de la paz ilumine nuestras decisiones y nuestras luchas.
B
oletín nú
m
. 76
- 24 de junio de 2025
Por: Juan José Tamayo
“Que no se le imponga al pueblo un obispo que el pueblo no desee”. “Aquel que debe
presidir a todos debe ser elegido por todos”. “No se debe ordenar obispo a nadie contra
el deseo de los cristianos y sin haberles consultado expresamente al respecto”.
Seguro que no pocos lectores pensarán que estas tres afirmaciones están tomadas de
algún documento de los movimientos cristianos de base o de colectivos de teólogas y
teólogos contrarios al actual sistema de nombramiento de obispos. Pues no. Son
textos de los siglos III y V. El primero pertenece a san Cipriano (principios del siglo
III-258), obispo de Cartago, quien consideraba “de origen divino” el derecho del
pueblo a elegir a sus pastores. Su propia elección episcopal fue muy discutida.
L
os dos siguientes corresponden a
L
n
M
agno
,
papa de
440
a
461,
el
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portante del
siglo
V,
que gobernó la
I
glesia con gran sabiduría y frenó la
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archa de
A
tila sobre
R
o
m
a
. Y
no son excepción en la literatura teológica de la época, ni se limitan a reflejar
un ideal a conseguir. Los cito como una brevísima antología que podría ampliar con
otros muchos testimonios en la misma dirección. La elección de los obispos por el
pueblo fue una práctica habitual en la historia de la Iglesia durante el primer milenio,
como demuestra el prestigioso teólogo holandés en su libro El ministerio eclesial.
Agustín de Hipona (354-430) y Ambrosio de Milán (340-397) se vieron obligados a
aceptar su elección como obispos de Hipona y de Milán respectivamente, incluso
contra su voluntad, porque fueron aclamados por la comunidad cristiana. También
Paulino de Nola (355-431), amigo de Agustín, Ambrosio y Jerónimo, fue elegido
obispo por aclamación popular, siendo sacerdote casado.
El concilio de Calcedonia (año 451) se opuso a la ordenación de aquellos candidatos
que no estuvieran vinculados a una comunidad, hasta el punto de declarar inválida esa
ordenación. El obispo o sacerdote que dejaba de presidir una comunidad, volvía al
estado laical. A veces la elección era muy reñida, y se producían altercados si no se
respetaba la voluntad del pueblo. Algo parecido sucede hoy, pero no porque la
comunidad cristiana participe en la elección de los obispos, sino porque esta se hace
al margen suyo e incluso en contra de sus deseos. La oposición que mostró la mayoría
del clero de Guipúzcoa al nombramiento de José Ignacio Munilla como obispo de la
diócesis no es un fenómeno aislado en la historia reciente de la Iglesia.
Un caso similar se produjo con motivo de la ordenación episcopal de Alfonso López
Trujillo como obispo auxiliar de Bogotá (Colombia) en 1971. Entonces no fue sólo el
clero quien se opuso a su ordenación, sino una parte importante del pueblo que
mostró su disconformidad a través del lanzamiento de octavillas durante la ceremonia
de su ordenación episcopal. López Trujillo fue sucesivamente secretario y presidente
del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), arzobispo de Medellín y cardenal,
el más joven de la Iglesia católica.
Durante casi cuarenta os se convirten el látigo de la teología latinoamericana de
la liberación, a la que acusó de marxista. Denunció ante Roma a algunos de sus
principales cultivadores, que fueron condenados por el todopoderoso cardenal
Ratzinger. Alentó algunos de los documentos de la Congregación para la Doctrina de
la Fe, que falseaban la teología de la liberación hasta su caricatura. Su fracaso pastoral
al frente de la archidiócesis de Medellín y la oposición de una parte importante del
episcopado latinoamericano obligaron a Roma a trasladarlo al Vaticano, donde
asumió la presidencia de la Comisión de la Familia, desde donde defendió con mano
de hierro los anacrónicos principios de la encíclica Humanae vitae contra los métodos
anticonceptivos.
A finales de los años sesenta sacerdotes de Barcelona hicieron una sentada en el patio
del palacio episcopal disconformes con la manera de dirigir la diócesis de monseñor
Marcelo González, venido de Astorga. Anteriormente habían mostrado su desacuerdo
por su nombramiento como arzobispo de Barcelona porque desconocía la Iglesia, la
cultura y la sociedad catalanas. Hace unos años se produjeron reacciones de protesta
similares por el nombramiento como arzobispo de Tarragona a Jaume Pujol, miembro
del Opus Dei y profesor de teología de la Universidad de Navarra perteneciente a
dicha institución. Frecuentes son también las campañas de sacerdotes y de grupos
cristianos cuando corre el rumor del nombramiento de un obispo que no consideran
idóneo para su diócesis. Muchas veces se salen con la suya y consiguen que no se
nombre al candidato in pectore.
A propósito del conflicto provocado por el nombramiento de Jo Ignacio Munilla
para la diócesis de Guipuzcoa en sustitución de Juan María Uriarte, que había
cumplido con creces la edad reglamentaria para la jubilación, leí entonces que lo que
estaba en juego en este caso eran dos modelos de Iglesia: el de Juan María Uriarte,
más democrático, y el de Munilla, más autoritario. Yo creo que este planteamiento es
teológicamente incorrecto y en la práctica engañoso o, al menos, falaz, porque no
resiste la prueba de la realidad.
Los dos deben obediencia al papa, que es quien los ha nombrado. Los dos se han
caracterizado por prácticas autoritarias, cada uno en su diócesis. Monseñor Uriarte,
por ejemplo, ha vetado a varios profesores de la Escuela de Teología de San
Sebastián, dependiente de la Universidad de Deusto y por tanto fuera de su
jurisdicción episcopal. Siendo obispo de Palencia monseñor Munilla impuso el
traslado de los seminaristas de la diócesis al seminario de Madrid, en vez de llevarlos
a la más próxima universidad Pontificia de Salamanca, sin consultar a la Iglesia
palentina ni a los sacerdotes, que expresaron públicamente por escrito su sorpresa,
malestar y desacuerdo con tal medida.
Las diócesis son y funcionan hoy en la Iglesia católica como reinos de taifas. Cada
obispo actúa como rey con poder omnímodo o, peor aún, como señor feudal que tiene
súbditos sin dar cuenta a nadie de su actividad pastoral. Eso da lugar a todo tipo de
abusos en el ejercicio de la autoridad. Se me objetará que en la Iglesia existe la
colegialidad episcopal y ahora la propuesta de la sinodalidad. Es verdad. El concilio
Vaticano II así lo estableció con la aprobación de todo el episcopado mundial. Pero
no pasó del papel. Y los primeros que se han negado a ponerla en práctica han sido
los papas y los propios obispos. Con la actual forma de nombrar a uno y a otros, el
autoritarismo es la patología episcopal y papal más común.
¿Dónde radica entonces el problema? No en que haya obispos más abiertos o más
cerrados de mente, sino en el sistema vertical de nombramientos del papa, los obispos
y los sacerdotes. De ahí se derivan dos modelos de Iglesia: el jerárquico-patriarcal,
que se sustenta en la elección de los obispos por el papa sin intervención del pueblo
cristiano, y el democrático-igualitario, que se basa en la elección de los dirigentes
religiosos conforme al principio “un cristiano, una cristiana, un voto”. El único
vigente hoy es el jerárquico-patriarcal., lo que me parece una desviación de una
tradición de la iglesia favorable a la elección de los obispos con la participación del
pueblo. La elección popular tiene su fundamento teológico en la dimensión
comunitaria del cristianismo y está en sintonía con los procesos electorales de las
sociedades democráticas.
Se me objetaque la Iglesia es de institución divina y que no se rige por principios
democráticos sino por la voluntad de Dios bajo la guía del Espíritu Santo. Aquí habría
que hacer muchas matizaciones, pero baste una. Jesús no fundó la Iglesia tal como
ahora está organizada. Lo que puso en marcha fue un movimiento igualitario de
hombres y mujeres que le acompañaron durante su vida pública y prosiguieron su
causa, la causa de la liberación de los pobres, tras su muerte. Pero, bueno,
concedamos que la Iglesia entendida como comunidad fraterno-sororal tiene origen
divino. Esto supuesto, no puedo por menos que expresar mi perplejidad, ya que no
entiendo por qel ejercicio de la democracia y la práctica de los derechos humanos
tienen que ser contrarios a la voluntad divina, ni por qué el papa y los obispos los
defienden en la sociedad y denuncian su incumplimiento, al tiempo que no los
practican en la Iglesia.
La encíclica Pacen in Terris, de Juan XXIII, publicada en abril de 1963, mes y medio
antes de morir, que sigue la doctrina tradicional del origen divino del poder, se
expresa en los siguientes términos: “Del hecho de que la autoridad proviene de Dios,
no debe deducirse que los hombres (sic) no tengan derecho a elegir a los gobernantes
de la nación, establecer la forma de gobierno y determinar los procedimientos y los
límites del ejercicio de la autoridad. De aquí que la doctrina que acabamos de exponer
pueda conciliarse con cualquier clase régimen auténticamente democrático” Yo me
pregunto: ¿Cómo Dios puede querer la elección democrática de los gobernantes a
nivel político y oponerse a ella en la comunidad cristiana?
Publicado en: El País.
E
n la Iglesia
,
donde se predica el a
m
or fraterno
,
el perdón, la misericordia y el
aco
m
paña
m
iento pastoral
,
hay una práctica
m
uy extendida
,
aunque cuidadosa
-
m
ente disfrazada de
discerni
m
iento canónico
”:
el
m
altrato silencioso
, m
etódico
y piadosamente justificado de los sacerdotes por parte de sus obispos. En
m
uchos casos
,
se trata de una violencia sutil pero devastadora
,
ejercida desde
las alturas con guantes blancos y sonrisas episcopales
,
pero con conse-
cuencias profundamente destructivas.
E
special
m
ención
m
erecen aquellos obispos que proceden de órdenes religiosas
,
supues
-
ta
m
ente entrenados en la vida co
m
unitaria
,
en la obediencia co
m
partida y en la escucha
del
E
spíritu
. Q
curioso que
,
una vez revestidos con la
m
itra y el báculo
,
parezca que
se olvidan de todo eso. El carisma desaparece, la humildad se esfuma y lo único
que permanece es la autoridad… bien entendida como herramienta de control.
E
stos obispos
,
for
m
ados en la liturgia del silencio conventual
,
llegan a la diócesis co
m
o
quien aterriza en una colonia africana del siglo
XIX:
no entienden la lengua
,
no cono-
cen la cultura
,
pero tienen órdenes que cu
m
plir y estructuras que i
m
poner
. S
e rodean
de fieles cortesanos
,
elaboran decretos con un lenguaje edulcorado y
m
isericordioso
,
y despliegan toda su capacidad de
aco
m
paña
m
iento
con una frase lapidaria
:
tras un
profundo discerni
m
iento pastoral
,
se ha considerado oportuno prescindir de sus servicios
”.
Así se “acompaña” hoy a muchos curas: con traslados forzosos, cartas sin firma,
llamadas frías, jubilaciones prematuras o simplemente con el más absoluto
silencio administrativo.
El caso de Rafael Palomino es ya paradigmático. Sacerdote comprometido, con
trayectoria pastoral sólida, pensamiento propio y sensibilidad crítica, se convirtió
en incómodo por hacer lo que debería ser normal: pensar en voz alta, cuestionar
lo obvio, expresar en conciencia lo que muchos callan por miedo. ¿La respuesta
de su obispo? No fue diálogo, sino apartamiento fulminante. Eso sí, con tono
misericordioso, forma impecable y piedad institucional. Ni una mancha, ni un ruido,
ni una palabra de más. Solo una conclusión clara: mejor fuera que dentro.
Pero la ironía se dispara con el episodio del “cura Lito”, Manuel García Velasco, a
quien su arzobispo, Jesús Sanz Montes, le envió un WhatsApp en plena
enfermedad para transmitirle su “ánimo fraterno”. Y sí, fue fraterno: porque el
mismo mensaje incluía, entre líneas, la invitación a jubilarse, abandonar su casa y
retirarse del ministerio. ¡Qué detalle! No se puede negar que la pastoral digital está
en auge. A falta de conversación cara a cara, basta un mensaje de móvil para
“acompañar” a un sacerdote en su paso a la irrelevancia eclesial. Todo con cariño,
claro está. Porque en esta Iglesia, el abandono también se gestiona con emojis.
T
odo esto
,
por supuesto
,
se hace invocando el no
m
bre de
C
risto
,
la co
m
unión eclesial
y la
atención integral al presbítero
”. Q
ué sarcasmo tan fino: la atención consiste en
dejarlo sin parroquia, sin comunidad, sin espacio, y con suerte, con una pensión
modesta. Pero eso sí: sin perder jamás el tono paternalista que lo envuelve todo.
Porque en la Iglesia, hasta el desprecio viene envuelto en celofán litúrgico.
Los curas que piensan, que hablan, que cuestionan, que tienen sensibilidad social
o teológica, son vistos como “conflictivos”. En cambio, los obedientes sin criterio,
los sumisos sin alma, los que repiten el argumentario oficial con voz monocorde,
esos son “pastores ejemplares”. No hace falta tener vocación, basta con tener
obediencia y, si es posible, un poco de miedo.
El problema no es anecdótico, es estructural. No es que haya un obispo
despistado o autoritario: es que hay un sistema que protege al poder y desampara
a las personas. Las diócesis se convierten en pequeños feudos donde el obispo
actúa como señor medieval, rodeado de una corte de vicarios, delegados y
secretarios que blindan su figura e impiden cualquier crítica. Y si algún sacerdote,
ingenuamente, espera diálogo, solo encontrará ventanillas cerradas, frases de
manual y decisiones ya tomadas.
M
ientras tanto
,
los fieles observan con desconcierto el espectáculo
. S
e preguntan por
qué desaparecen curas que ad
m
iraban
,
por qué se cierran parroquias vivas
,
por qué
se silencian voces que daban esperanza
. Y
la respuesta nunca llega
,
porque en esta
Iglesia se habla
m
ucho de sinodalidad
,
pero se practica poco
. S
e predica la escucha
,
pero se ejecuta el silencio. Se proclama la fraternidad, pero se aplica el castigo.
L
a Iglesia que castiga a sus propios curas con guante blanco está cavando su propia
tumba. No por persecución externa, ni por secularización, ni por conspiraciones
ideológicas. Sino porque ha convertido el báculo, símbolo de guía y cuidado, en un
látigo sofisticado con el que marcar territorio y aplastar al que disiente.
Y como colofón teológico-pastoral, conviene recordar que el báculo episcopal,
símbolo del pastor que guía, fue diseñado para proteger a las ovejas, no para
golpearlas. Pero en ciertos despachos, se ha reinterpretado su función: no es ya
herramienta de pastoreo, sino vara de corrección institucional. Si alguna oveja se
extravía, no se la busca: se la sanciona. Si habla, se la silencia. Si enferma, se le
agradece por WhatsApp. Y si muere, se le dedica una nota breve en la web
diocesana. ¡Qué hermoso ministerio el de golpear en nombre del Buen Pastor!
Ironías del Espíritu.
Desde su creación en 1949, la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN) ha desempeñado un papel central en la arquitectura del poder mundial
contemporáneo. A menudo presentada como una alianza defensiva para garantizar la
paz, la estabilidad y la seguridad de sus miembros, la OTAN ha sido, en la práctica,
uno de los pilares fundamentales del orden capitalista global. Su evolución histórica
muestra que ha funcionado no solo como brazo armado de los intereses de Estados
Unidos y sus aliados, sino también como un instrumento activo en la defensa de un
sistema económico basado en la desigualdad, la concentración de la riqueza y la
hegemonía geopolítica del Occidente industrializado.
Prestemos atención al papel de la OTAN en el mundo contemporáneo. A través del
análisis histórico, geopolítico e ideológico, debemos concluir que dicha alianza no
responde prioritariamente a fines humanitarios o defensivos, sino a la preservación
del orden del capital a escala planetaria.
La OTAN fue fundada en un contexto de creciente tensión entre los Estados Unidos y
la Unión Soviética. Su objetivo declarado era contener la expansión del comunismo y
proteger a Europa Occidental de una supuesta amenaza militar soviética. No obstante,
desde sus inicios, funcionó como un instrumento de integración político-militar bajo
el liderazgo estadounidense, asegurando la subordinación estratégica de Europa
Occidental a Washington.
Más allá del enfrentamiento Este-Oeste, la OTAN consolidó una forma de control
militar sobre el mundo capitalista. Esto incluyó intervenciones encubiertas, apoyo a
regímenes autoritarios pro-occidentales y el desarrollo de una doctrina de defensa
adelantada, que justificó la expansión de su presencia militar fuera del área del
Atlántico Norte. La Guerra Fría no sólo fue una disputa ideológica entre capitalismo y
socialismo: fue también una pugna por el control de los recursos, los mercados y la
soberanía de los pueblos del Sur Global.
Con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, se llegó a pronosticar el
fin de la OTAN. Pero, por el contrario, la alianza se expandió hacia el Este, incorpo-
rando a países que anteriormente pertenecían al Pacto de Varsovia. Este proceso, visto
desde Rusia como una amenaza directa a su seguridad, quebró los compromisos asu-
m
idos al final de la
G
uerra
F
a y reavivó tensiones geopolíticas que perduran hasta hoy.
La década de 1990 marcó también el inicio de una etapa intervencionista, con la
guerra en los Balcanes como primer gran ejemplo. En 1999, la OTAN bombardeó
Yugoslavia sin el aval del Consejo de Seguridad de la ONU, sentando un precedente
peligroso de unilateralismo militar. A esto se sumaron intervenciones en Afganistán
(20012021), Irak (apoyo indirecto en 2003), Libia (2011) y operaciones en África y
Medio Oriente con el pretexto de la lucha contra el terrorismo. Lejos de garantizar
estabilidad, estas acciones dejaron tras de Estados fallidos, millones de muertos y
desplazados, y el colapso de instituciones nacionales.
Aunque la OTAN opera en el plano militar, su legitimidad se construye en el plano
ideológico. El discurso oficial recurre a valores como libertad, democraciay se-
guridad, pero estos conceptos son utilizados para justificar acciones que, de hecho,
benefician al capital transnacional y a las élites políticas de los países miembros. Se
trata de una guerra donde el lenguaje sirve para ocultar los fines reales: control de
recursos, acceso a mercados, contención de movimientos populares y neutralización
de actores geopolíticos que disputan la hegemonía occidental.
Así, la OTAN puede entenderse como una pieza clave del orden neoliberal global. Es
parte de una arquitectura internacional donde el poder militar, la economía de guerra,
las instituciones financieras (como el FMI o el Banco Mundial) y los grandes conglo-
merados mediáticos trabajan de manera conjunta para sostener un modelo económico
que profundiza las desigualdades sociales, acelera la destrucción ambiental y crimi-
naliza la disidencia.
La crítica a la OTAN no puede limitarse al ámbito técnico-militar. Implica una revi-
sión profunda del modelo de sociedad que la sostiene. El sistema que defiende esta
alianza produce hambre en un mundo de abundancia, guerras en nombre de la paz,
desplazamientos masivos mientras se blindan fronteras, y vigilancia total a nombre de
la libertad. Por ello, el cuestionamiento a la OTAN es inseparable de una crítica más
amplia al capitalismo como forma dominante de organización de la vida.
En este sentido, el marxismo sigue ofreciendo herramientas valiosas para comprender
las causas estructurales de esta situación. Su análisis de las relaciones de clase, la acu-
mulación del capital y el papel del Estado permiten entender por qué la militarización
es funcional al mantenimiento del sistema. Pero también otras tradiciones éticas,
espirituales, feministas, decoloniales enriquecen esta crítica desde perspectivas di-
versas, recordando que la lucha no es solo por recursos, sino también por sentido,
dignidad y horizonte de vida.
El mensaje del Evangelio, por ejemplo, leído desde los pobres y no desde los
imperios, interpela radicalmente al orden actual. Jesús de Nazaret no predicó la sumi-
sión a César, sino la liberación de los oprimidos. Su enseñanza se une a muchas otras
voces que claman por justicia, desde los pueblos originarios hasta las comunidades
migrantes, desde los movimientos sociales hasta las resistencias culturales.
La OTAN no es un simple actor militar: es símbolo y síntoma de un orden mundial
injusto. Por eso, su crítica exige más que datos o estadísticas: exige conciencia histó-
rica, voluntad política y esperanza colectiva. La resistencia no se expresa sólo en la
denuncia, sino en la construcción de alternativas. Estas surgen desde las luchas popu-
lares, desde las nuevas formas de organización comunitaria, desde la recuperación de
saberes ancestrales y desde la afirmación de valores como la solidaridad, la coopera-
ción y el cuidado de la vida.
Frente a un sistema que nos quiere hacer creer que no hay alternativa, es fundamental
recuperar la imaginación política. Ningún imperio ha sido eterno. Y cuando los pue-
blos se organizan y despiertan, ni el más sofisticado aparato militar puede detener su
fuerza transformadora.
L
a frase que da título a este texto proviene del libro del
G
énesis
,
capítulo
4
,
verculo
10
. E
s la pregunta que
D
ios dirige a
C
aín tras el asesinato de su her
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ano
A
bel
:
un fratricidio pri
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igenio que inaugura el dra
m
a de la violencia hu
m
ana en la narrativa
bíblica. La sangre derramada no desaparece en silencio, sino que se convierte en
clamor, en grito que asciende desde la tierra misma, demandando justicia.
Esta pregunta –“¿Qué has hecho? podría hoy dirigirse a muchos gobiernos,
ejércitos y líderes del mundo. El versículo, escrito originalmente en hebreo antiguo,
bien podría figurar también en árabe, ruso, ucraniano, amárico, pashto o tigrinya.
En todos los idiomas de los pueblos que hoy sufren los horrores de la guerra, la
sangre sigue hablando. Porque en la mayoría de los conflictos actuales, son
hermanos quienes se enfrentan, quienes se matan, quienes se deshumanizan.
El conflicto en Ucrania, desencadenado por la invasión rusa de febrero de 2022, ha
sumido al continente europeo en su peor confrontación armada desde la Segunda
Guerra Mundial. Millones de personas han sido desplazadas, decenas de miles han
muerto, y la devastación ha alcanzado tanto las ciudades como las almas. En esta
guerra, como en tantas otras, las principales víctimas son los civiles: niños,
ancianos, mujeres, personas que no empuñaron armas pero que sufren el peso de
decisiones tomadas muy lejos de sus hogares.
En Oriente Medio, la violencia cíclica entre Israel y Palestina ha alcanzado una
nueva cúspide trágica tras el ataque perpetrado por HAMAS el 7 de octubre de
2023. Más de 1.200 personas murieron ese día en Israel, muchas de ellas civiles, en
un acto de barbarie que ha sido condenado internacionalmente. La respuesta israelí,
sin embargo, ha provocado una catástrofe humanitaria en Gaza, con decenas de
miles de muertos, en su mayoría también civiles, según reportes de la ONU,
Médicos Sin Fronteras y otros organismos independientes. La magnitud de la
devastación plantea preguntas urgentes sobre la proporcionalidad, la legalidad
internacional y la ética de una guerra que parece dirigirse hacia una anexión de
facto y el desplazamiento forzoso de una población entera.
En el trasfondo de este conflicto se esconde una amarga paradoja: el pueblo judío,
que durante siglos ha sostenido la esperanza mesiánica del retorno de las “tribus
perdidas de Israel”, no ha sido capaz de reconocer en el pueblo palestino a un
hermano posible. Aún si la conexión genealógica no fuera cierta tema debatido y
en gran medida irrelevante, lo es la pertenencia a una misma tierra, a una
historia compartida y a un destino común. Más allá de la religión, la lengua o la
etnicidad, lo que debería unir es la humanidad compartida. El sufrimiento no
distingue linajes ni credos.
La tradición judía enseña que ser el pueblo elegido implica una elección moral:
no para dominar, sino para servir; no para imponerse, sino para ser ejemplo de
justicia, de compasión, de memoria activa frente al sufrimiento. Esa elección, si
quiere tener sentido hoy, no puede estar ligada únicamente al poder militar ni al
éxito económico o tecnológico. Ha de medirse por la capacidad de evitar el
sufrimiento del otro, de abrir caminos de convivencia, de asumir la memoria del
Holocausto como una responsabilidad ética universal, no como justificación de
nuevas formas de opresión.
No se pretende aquí ofrecer una solución cerrada al conflicto si ha de ser un
Estado binacional y multicultural o dos Estados que coexistan en paz, pero
afirmar que tanto israelíes como palestinos tienen el mismo derecho a vivir con
dignidad, seguridad y justicia. La tierra no puede seguir siendo cementerio y
trinchera: debe poder ser también hogar.
Lo mismo puede decirse de Ucrania, como de Sudán, Yemen, Etiopía, Afganistán o
Myanmar. En cada uno de estos escenarios de guerra, los recursos invertidos en
armas podrían haberse destinado a hospitales, escuelas, carreteras, cultura,
reconciliación. El precio de no haberlo hecho se mide en tumbas, en niños sin
padres, en generaciones que crecerán sin conocer la paz.
Este texto no busca justificar ninguna forma de antisemitismo, anti-judaísmo, ruso-
fobia o islamofobia. Se debe condenar con la misma claridad los atentados
cometidos por HAMAS particularmente los del 7 de octubre de 2023 como las
represalias desproporcionadas del Estado de Israel que arrasan con barrios enteros
y que castigan colectivamente a una población ya empobrecida y asediada desde
hace décadas.
El mundo no puede acostumbrarse a ver la guerra como una fatalidad inevitable. La
paz no es utopía si se convierte en voluntad. Pero para ello hay que comenzar por
reconocer al otro como hermano. Sólo desde el respeto mutuo, la justicia equitativa
y la memoria viva puede construirse una convivencia duradera.
Mientras la sangre inocente siga clamando desde la tierra, no habrá silencio que la
acalle. La humanidad, entera, está llamada a responder a la pregunta que resuena
desde Caín hasta hoy: ¿Qué has hecho?