misericordioso, forma impecable y piedad institucional. Ni una mancha, ni un ruido,
ni una palabra de más. Solo una conclusión clara: mejor fuera que dentro.
Pero la ironía se dispara con el episodio del “cura Lito”, Manuel García Velasco, a
quien su arzobispo, Jesús Sanz Montes, le envió un WhatsApp en plena
enfermedad para transmitirle su “ánimo fraterno”. Y sí, fue fraterno: porque el
mismo mensaje incluía, entre líneas, la invitación a jubilarse, abandonar su casa y
retirarse del ministerio. ¡Qué detalle! No se puede negar que la pastoral digital está
en auge. A falta de conversación cara a cara, basta un mensaje de móvil para
“acompañar” a un sacerdote en su paso a la irrelevancia eclesial. Todo con cariño,
claro está. Porque en esta Iglesia, el abandono también se gestiona con emojis.
T
odo esto
,
por supuesto
,
se hace invocando el no
m
bre de
C
risto
,
la co
m
unión eclesial
y la
“
atención integral al presbítero
”. Q
ué sarcasmo tan fino: la atención consiste en
dejarlo sin parroquia, sin comunidad, sin espacio, y con suerte, con una pensión
modesta. Pero eso sí: sin perder jamás el tono paternalista que lo envuelve todo.
Porque en la Iglesia, hasta el desprecio viene envuelto en celofán litúrgico.
Los curas que piensan, que hablan, que cuestionan, que tienen sensibilidad social
o teológica, son vistos como “conflictivos”. En cambio, los obedientes sin criterio,
los sumisos sin alma, los que repiten el argumentario oficial con voz monocorde,
esos sí son “pastores ejemplares”. No hace falta tener vocación, basta con tener
obediencia y, si es posible, un poco de miedo.
El problema no es anecdótico, es estructural. No es que haya un obispo
despistado o autoritario: es que hay un sistema que protege al poder y desampara
a las personas. Las diócesis se convierten en pequeños feudos donde el obispo
actúa como señor medieval, rodeado de una corte de vicarios, delegados y
secretarios que blindan su figura e impiden cualquier crítica. Y si algún sacerdote,
ingenuamente, espera diálogo, solo encontrará ventanillas cerradas, frases de
manual y decisiones ya tomadas.
M
ientras tanto
,
los fieles observan con desconcierto el espectáculo
. S
e preguntan por
qué desaparecen curas que ad
m
iraban
,
por qué se cierran parroquias vivas
,
por qué
se silencian voces que daban esperanza
. Y
la respuesta nunca llega
,
porque en esta
Iglesia se habla
m
ucho de sinodalidad
,
pero se practica poco
. S
e predica la escucha
,
pero se ejecuta el silencio. Se proclama la fraternidad, pero se aplica el castigo.
L
a Iglesia que castiga a sus propios curas con guante blanco está cavando su propia
tumba. No por persecución externa, ni por secularización, ni por conspiraciones
ideológicas. Sino porque ha convertido el báculo, símbolo de guía y cuidado, en un
látigo sofisticado con el que marcar territorio y aplastar al que disiente.
Y como colofón teológico-pastoral, conviene recordar que el báculo episcopal,
símbolo del pastor que guía, fue diseñado para proteger a las ovejas, no para
golpearlas. Pero en ciertos despachos, se ha reinterpretado su función: no es ya
herramienta de pastoreo, sino vara de corrección institucional. Si alguna oveja se
extravía, no se la busca: se la sanciona. Si habla, se la silencia. Si enferma, se le
agradece por WhatsApp. Y si muere, se le dedica una nota breve en la web
diocesana. ¡Qué hermoso ministerio el de golpear en nombre del Buen Pastor!
Ironías del Espíritu.