José María Castillo: Evangelio y Religión, una
contradicción que atraviesa la Iglesia
En un acto celebrado en la emblemática iglesia de San Antón, en Madrid, el teólogo
José María Castillo presentó su último libro, a sus 93 años, con una claridad y una
sinceridad que desarmaron a los presentes. Ante una audiencia diversa, y
acompañado de figuras como el padre Ángel y otros teólogos, Castillo compartió con
emoción lo que considera la gran contradicción de la Iglesia: la fusión del evangelio
con la religión institucional.
"El evangelio no es la religión", afirmó con firmeza. Para Castillo, el evangelio es
una forma de vida, un estilo radicalmente sencillo y humano, que ha sido utilizado
por la religión organizada para su propio beneficio, muchas veces a costa del mensaje
original de Jesús. Esta tesis no es nueva, pero en boca de alguien que ha dedicado su
vida al estudio y al amor por la Iglesia, cobra una dimensión profundamente crítica y,
a la vez, esperanzadora.
El enfrentamiento entre Jesús y la religión
En su intervención, Castillo insistió en que lo más llamativo al leer los evangelios
con detenimiento, una y otra vez es que el mayor conflicto de Jesús no fue con los
pecadores, ni con el Imperio Romano, sino con los representantes religiosos de su
tiempo. El escándalo de su muerte no vino por razones políticas, sino por su choque
directo con la religión establecida. “Jesús fue asesinado por la religión, no por la
política”, sentenció.
Esta afirmación no es solo una provocación, sino una invitación a repensar
profundamente la estructura, los ritos y los discursos de la Iglesia actual. La religión,
entendida como sistema de poder, dogmas y normas, se ha alejado del núcleo
transformador del evangelio. Y en ese proceso, ha perdido su capacidad de hablar al
corazón del ser humano moderno.
Una Iglesia que ha olvidado el cambio profundo
Castillo no eludió la autocrítica ni la complejidad. Recordó un momento amargo en
su vida: el Domingo de Pascua en la plaza de San Pedro, en Roma, cuando observó
desde una columna cómo el evento litúrgico estaba rodeado de jefes de Estado
incluidos dictadores y una parafernalia que poco tenía que ver con la vida sencilla
y libre de Jesús de Nazaret. “Esto no puede ser el evangelio”, se repitió a mismo
entonces.
En esa experiencia, dijo, comprendió el abismo que separa muchas veces la
institución eclesial del mensaje de Jesús. Y aunque reconoció el papel que la Iglesia
ha tenido en conservar los evangelios a lo largo de los siglos, no dejó de señalar que,
hoy por hoy, se vive una profunda crisis estructural, teológica y moral.
Para Castillo, no basta con la solidaridad con los pobres o con una reforma externa.
Hace falta una transformación mucho más honda: cambiar la teología heredada de la
filosofía griega del siglo IV, revisar la dogmática, la moral, el derecho canónico.
“Seguimos con un pensamiento de hace 1600 años”, denunció.
La oración como fondo del cambio
Pese a su crítica frontal, Castillo no es un nihilista ni un destructor. En el diálogo
final, subrayó la importancia de la oración y la interioridad como elementos
esenciales del evangelio y de la espiritualidad de Jesús. Reivindicó el silencio, la
contemplación, la conexión con Dios como fuentes del verdadero cambio.
Tampoco despreció la religiosidad popular. Reconoció que en los gestos sencillos de
una anciana que reza el rosario, puede haber más evangelio que en muchos discursos
oficiales. Lo que denunció, más que la religión como experiencia personal o
comunitaria, fue la religión como sistema de poder que obstaculiza el seguimiento de
Jesús.
Un libro para pensar y vivir
El libro que presentó compuesto por 52 capítulos breves busca justamente eso:
ayudar a pensar, cuestionar y volver al centro. Se trata de un texto accesible, escrito
para quienes no se conforman con respuestas prefabricadas, pero tampoco renuncian
a la fe. Es un llamado a una Iglesia más parecida al Jesús de los evangelios: libre,
pobre, abierta, valiente.
“Tengo ya 93 años y poco puedo hacer ya por recuperar lo que Jesús nos dejó”,
confesó con humildad. Pero lo cierto es que, con este libro y su palabra, José María
Castillo sigue sembrando esperanza y verdad en una Iglesia que, si quiere sobrevivir
con sentido, deberá escucharlo.