entendida como sistema de poder, dogmas y normas, se ha alejado del núcleo
transformador del evangelio. Y en ese proceso, ha perdido su capacidad de hablar al
corazón del ser humano moderno.
Una Iglesia que ha olvidado el cambio profundo
Castillo no eludió la autocrítica ni la complejidad. Recordó un momento amargo en
su vida: el Domingo de Pascua en la plaza de San Pedro, en Roma, cuando observó
desde una columna cómo el evento litúrgico estaba rodeado de jefes de Estado —
incluidos dictadores— y una parafernalia que poco tenía que ver con la vida sencilla
y libre de Jesús de Nazaret. “Esto no puede ser el evangelio”, se repitió a sí mismo
entonces.
En esa experiencia, dijo, comprendió el abismo que separa muchas veces la
institución eclesial del mensaje de Jesús. Y aunque reconoció el papel que la Iglesia
ha tenido en conservar los evangelios a lo largo de los siglos, no dejó de señalar que,
hoy por hoy, se vive una profunda crisis estructural, teológica y moral.
Para Castillo, no basta con la solidaridad con los pobres o con una reforma externa.
Hace falta una transformación mucho más honda: cambiar la teología heredada de la
filosofía griega del siglo IV, revisar la dogmática, la moral, el derecho canónico.
“Seguimos con un pensamiento de hace 1600 años”, denunció.
La oración como fondo del cambio
Pese a su crítica frontal, Castillo no es un nihilista ni un destructor. En el diálogo
final, subrayó la importancia de la oración y la interioridad como elementos
esenciales del evangelio y de la espiritualidad de Jesús. Reivindicó el silencio, la
contemplación, la conexión con Dios como fuentes del verdadero cambio.
Tampoco despreció la religiosidad popular. Reconoció que en los gestos sencillos de
una anciana que reza el rosario, puede haber más evangelio que en muchos discursos
oficiales. Lo que denunció, más que la religión como experiencia personal o
comunitaria, fue la religión como sistema de poder que obstaculiza el seguimiento de
Jesús.
Un libro para pensar y vivir
El libro que presentó —compuesto por 52 capítulos breves— busca justamente eso:
ayudar a pensar, cuestionar y volver al centro. Se trata de un texto accesible, escrito
para quienes no se conforman con respuestas prefabricadas, pero tampoco renuncian
a la fe. Es un llamado a una Iglesia más parecida al Jesús de los evangelios: libre,
pobre, abierta, valiente.
“Tengo ya 93 años y poco puedo hacer ya por recuperar lo que Jesús nos dejó”,
confesó con humildad. Pero lo cierto es que, con este libro y su palabra, José María
Castillo sigue sembrando esperanza y verdad en una Iglesia que, si quiere sobrevivir
con sentido, deberá escucharlo.