Papalatría es el término que designa una actitud de veneración excesiva o acrítica
hacia la figura del papa, considerándolo no sólo como el jefe visible de la Iglesia,
sino atribuyéndole una autoridad casi absoluta y una perfección personal o
doctrinal que excede lo que la propia teología católica enseña sobre su función. La
papalatría distorsiona el equilibrio eclesiológico, al oscurecer el papel colegial del
episcopado y la importancia de la comunidad eclesial en general.
Estos días, el duelo papal está mostrando un tono fuertemente papalátrico en el que
la figura del papa es objeto de un fervor popular y mediático que tiende a
distorsionar el verdadero carácter de la institución eclesial. Se presenta al papa casi
como una figura carismática aislada, eclipsando la realidad de la Iglesia como
cuerpo más amplio y diverso. Este clima de exaltación contribuye a consolidar una
imagen idealizada del papado, en la que apenas se percibe el carácter no
democrático de su estructura. El modo de elección del papa y en general de la
jerarquía episcopal, ajeno a cualquier participación de la base eclesial, se da por
supuesto, sin espacio para la crítica o la reflexión sobre su legitimidad
representativa.
Por supuesto, es claro que el papa Francisco suscitó la simpatía y apoyo de amplios
sectores sociales, católicos o no, que valoran su compromiso con la causa de los
pobres y los marginados de la sociedad, y también enemistad y rechazo de otros
sectores por la misma razón. Pero la cuestión de la papalatría que aquí comentamos
es otro asunto. Esa devoción idolátrica al papado no es personal sino institucional,
es decir, se dio en el caso de todos los papas con independencia de sus actitudes
referentes a la problemática social y eclesial.
Sobre este fenómeno de la papalatría quizá sea oportuno considerar en este
contexto las opiniones de un teólogo como José María Castillo. Castillo, teólogo
reconocido por su enfoque crítico y comprometido con una Iglesia más fiel al
Evangelio, ha abordado el fenómeno de la veneración excesiva hacia la figura del
Papa en diversos escritos y entrevistas. Aunque no utiliza frecuentemente el
término “papalatría”, sus reflexiones evidencian una preocupación por las
distorsiones que puede generar una visión sacralizada y autoritaria del papado.
Para Castillo, el fenómeno de la papalatría la actitud de veneración exagerada
hacia el Papa, tratándolo casi como infalible en todos los aspectos o como figura
sagrada s allá de su papel de servidor de la Iglesia es un problema serio
dentro del catolicismo. Él ha sostenido que esta idolatría institucionalizada hacia el
Papa es una distorsión del Evangelio y de la verdadera esencia del cristianismo.
Desde su perspectiva, el cristianismo no debería girar en torno a figuras de poder ni
a una autoridad incuestionable, sino en torno a Jesús de Nazaret y su mensaje de
fraternidad, servicio y amor al prójimo. La papalatría aleja a la Iglesia de su misión
esencial, convirtiéndola en una institución de poder jerárquico más que en una
comunidad de fe.
La infalibilidad papal, proclamada en el Concilio Vaticano I (1870), es vista por
Castillo como un desarrollo histórico y político más que una necesidad teológica
fundamentada en el Evangelio. Ha criticado la idea de un Papa omnipresente y
omnisciente, recordando que todos los seres humanos, incluidos los Papas, son
falibles, limitados y situados en un contexto histórico concreto. Además, Castillo
siempre ha defendido que una Iglesia verdaderamente evangélica debería ser
mucho más horizontal, donde el papel de todos los creyentes sea esencial, no solo
el de las autoridades eclesiásticas. En ese sentido, la papalatría contradice la
colegialidad y la corresponsabilidad que el Concilio Vaticano II pretendía.
En su artículo “La democracia anulada, Castillo critica la concentración de poder
en la figura del Papa y aboga por una estructura eclesial más democrática:
Después del análisis, que acabo de presentar, se puede y creo que se debe
concluir que el mayor daño, que la autoridad jerárquica le ha hecho a la Iglesia,
ha consistido en la usurpación de un poder que no le corresponde”.
Esta afirmación refleja su postura crítica hacia una concepción del papado que
acumula un poder excesivo, alejándose de los principios evangélicos de servicio y
humildad. En otra ocasión, Castillo expresó su apoyo al Papa Francisco y su
preocupación por las resistencias que enfrenta dentro de la Iglesia: Es un secreto
a voces que, en la Iglesia y fuera de ella, hay gente que no soporta al papa
Francisco. [...] Lo más extraño, en este desagradable asunto, es que estamos ante
un fenómeno que, en buena medida, es nuevo en la Iglesia”. Aquí, Castillo señala
cómo ciertos sectores eclesiásticos, tradicionalmente defensores del papado, ahora
se oponen a Francisco debido a su enfoque pastoral y evangélico, lo que evidencia
una contradicción en la actitud hacia la figura papal.
Además, en una entrevista, Castillo relató una conversación con el Papa Francisco,
quien le agradeció su apoyo y le animó a continuar escribiendo: Me dijo que
quería agradecerme lo mucho que lo defiendo y digo a favor suyo. Luego me
pidió: 'Rece por mí. Lo necesito mucho'. Este testimonio subraya la conexión
entre Castillo y el Papa Francisco, así como su compromiso compartido con una
Iglesia más cercana al mensaje de Jesús.
En resumen, José María Castillo critica la papalatría al considerar que una visión
sacralizada del papado puede desviar a la Iglesia de su misión evangélica. Aboga
por una estructura eclesial más democrática y por un liderazgo papal que refleje los
valores de humildad y servicio presentes en el Evangelio.