Miércoles, 23/Abril/2025 Juan José Tamayo (El País)
Durante los 12 años de su pontificado, el papa Francisco ha demostrado ser un líder
moral internacional en una época en la que no andamos muy sobrados de ellos, tanto
en el terreno político y económico, como en el religioso y social. Ha llevado a cabo
una de las transformaciones más importantes del catolicismo en la doctrina social de
la Iglesia, que se ha caracterizado por un pensamiento socioeconómico, político y
ecológico revolucionario, que ha ido más allá de la socialdemocracia y está en plena
sintonía con los partidos de la izquierda radical y con los economistas que propone
modelos económicos alternativos.
Francisco ha sido un importante freno a los colectivos fundamentalistas e integristas
dentro del cristianismo, a las tendencias sociales y culturales reaccionarias, a las
organizaciones políticas ultraneoliberales y a los partidos políticos de la extrema
derecha. Es por ello que los dirigentes de estas organizaciones lanzan contra él todo
tipo de insultos e improperios.
Voy a intentar demostrarlo a través de la lectura de las tres encíclicas más originales y
rupturistas con los pontificados anteriores: La alegría del Evangelio, de 2013; la
Laudato Si’. Sobre el cuidado de la casa común, de 2015, y la Fratelli tutti. Sobre la
fraternidad y la caridad social, de 2020.
La alegría del Evangelio es una de las críticas más severas contra el capitalismo en su
versión neoliberal, que califica de injusto en su raíz. En ella denuncia la
“globalización de la indiferencia”, que nos vuelve “incapaces de compadecernos ante
los clamores de los demás” y de llorar ante “el drama de los demás”, y la “anestesia”
que provoca “la cultura del bienestar”. Critica con severidad la cultura del descarte
que considera a las personas y los colectivos excluidos como desechos y población
sobrante, a quienes se deja morir de manera inmisericorde.
Coincide en esta valoración con el politólogo camerunés Achille Mbembe, que habla
de la necropolítica entendida como la capacidad de todos los poderes coaligados para
decidir quién tiene que vivir y quién debe morir. Interpreta la crisis como resultado de
un capitalismo salvaje dominado por la lógica del beneficio a cualquier precio y
pronuncia cuatro “noes” que deberían hacer temblar los cimientos del sistema
capitalista por su radicalidad: no a una economía de la exclusión y la inequidad que
utiliza al ser humano como bien de consumo, de usar y tirar, y mata, no
metafóricamente sino realmente; no a la nueva idolatría del dinero, que se manifiesta
en el fetiche de la propiedad y en la dictadura de la economía sin rostro humano,
niega la primacía del ser humano y nos somete “a los intereses del mercado
divinizado, convertidos en regla absoluta”; no a un dinero que gobierna el mundo en
lugar de servir y considera la ética como contraproducente; no a la inequidad que es la
raíz de los males sociales, genera violencia y tiene un fuerte potencial de muerte.
Pero sus críticas al neoliberalismo no desembocan en derrotismo, sino en propuestas
económicas y políticas alternativas. Su modelo económico está guiado por el bien
común. Entiende la política como la capacidad para reformar las instituciones, superar
las presiones plutocráticas y generar buenas prácticas de justicia y equidad. En este
sentido, su sintonía con los movimientos populares es total. Ha mantenido varios
encuentros con ellos en diferentes escenarios y ha hecho suyas las reivindicaciones de
las tres T: “Techo, Tierra y Trabajo”.
La ecología fue desde el principio otra de sus opciones fundamentales. Ha sido el
primer Papa de la historia del cristianismo que ha escrito una encíclica sobre la crisis
ecológica y sus respuestas: Laudato Si. Sobre el cuidado de la casa común. En ella
critica el antropocentrismo moderno, que considera al ser humano dueño y señor
absoluto de la naturaleza. La crítica se extiende a la antropología cristiana por
transmitir “un sueño prometeico sobre el mundo que provocó la impresión de que el
cuidado de la naturaleza es cosa de débiles”. Y no solo provocó la impresión, sino que
contribuyó a la depredación de la naturaleza. Cuidadanía y ciudadanía van a la par.
La cuidadanía, debe traducirse en cuidar la naturaleza y reconocer su dignidad y sus
derechos. La ciudadanía consiste en reconocer los mismos derechos y la misma
dignidad a todas las personas, cualesquiera fueran su origen, clase social, etnia,
cultura, religión, género, identidad sexual, etc.
Francisco como alternativa un nuevo modo de vida eco-humana y un modelo de
desarrollo sostenible e integral y subraya la relación inseparable entre ecología y
antropología: “No hay ecología sin antropología”, escribe. La degradación ambiental
y la degradación humana van al unísono y la lucha contra ellas son inseparables.
La encíclica Fratelli tutti es, a mi juicio, uno de los mejores análisis críticos de las
densas sombras que se ciernen sobre nuestro mundo, al que Francisco define como un
“mundo cerrado”, sin un proyecto liberador para todos los seres humanos y la
naturaleza, con “una globalización y un progreso sin un rumbo común”, “sin dignidad
humana en las fronteras”. Este mundo se caracteriza por el sometimiento de los
pueblos y la pérdida de la autoestima por mor de las nuevas formas de colonialismo,
por una mentalidad xenófoba hacia inmigrantes, por una cultura al servicio de los
poderosos, una fiebre consumista y la especulación financiera y el expolio, “donde los
pobres son los que siempre pierden” (n. 53).
Lleva a cabo una crítica al neoliberalismo con gran rigor argumental y cuestio-
namiento de la racionalidad económica ortodoxa. Francisco desenmascara la falsa
creencia que se quiere imponer a la humanidad de que el mercado solo lo resuelve
todo. Nada más lejos de la realidad. El mercado crea más problemas de los que
resuelve, el más importante es el incremento de las desigualdades.
Recurriendo al lenguaje religioso llama a dicha creencia “dogma de la fe neoliberal” y
la califica de pensamiento pobre y repetitivo, ya que propone siempre las mismas
recetas cualquiera que fuere la situación. Subraya la estrechez de ciertas visiones
economicistas y monocromáticas, llama la atención sobre la falibilidad de las recetas
dogmáticas de la teoría económica neoliberal y critica los estragos que produce la
especulación financiera cuyo fin fundamental es la ganancia fácil.
Juan JoTamayo es teólogo y profesor emérito honorífico de la Universidad
Carlos III de Madrid. Su último libro es Cristianismo radical (Trotta).
Este artículo, publicado originalmente en El País.